lunes, 26 de septiembre de 2011

Gustavo Palavecino - Acerca del Oficio Destruccionista.



Porque no somos más que tejido nervioso montado en un armazón de huesos/ Aunque dios desde El Pentágono nos avise que somos seres racionales/ y nos instigue a reproducirnos y a gastar dinero en sepulturas/ nada nos diferencia de los hongos ni de las piedras/ Como botellas plásticas terminaremos en el gran vertedero del mundo/ y nada podrá hacer doña Educación ni don Trabajo para resucitarnos/ ¡Oh destruccionistas, aceleremos nuestro destino! /Con taladros, motosierras, podadoras y morteros/ desfilemos pisoteando a los congéneres caídos como zombies, sin pena, miedo ni remordimiento/Incendiemos las escuelas, los museos, los bancos y santuarios del retail/ Una vez guillotinada Madame Historia emprendámosla con Mademoiselle Razón y sus feligreses/ sin olvidarnos de la Sociedad de los Poetas Bondadosos que le escribieron a la flor, al mar azul y al amor/ Porque no existe esa hermandad de la que tanto hablan/ el poeta se alimenta de envidia y vanidad/ le repiquetea el cascabel de la cola cada vez que estrecha la mano o palmotea la espalda/ ¡Desconfiad destruccionistas, desconfiad de todo! /¡Marchemos juntos destruccionistas del mundo! /y alguno de estos oficios elegid: carnicero, leñador, cantinero, detonador de explosivos, cazador, verdugo, mercenario, traficante, cafiche, sicario, terrorista, demoledor, panteonero, extirpador-amputador, curtidor, machacador, matarife…/ No tengáis miedo de masticar el polvo ni caer en charcos de sangre y podredumbre/Hagamos el trabajo que nadie quiere hacer: escribidle a lo fatídico, a lo informe, a lo antiestético a lo particularmente grotesco… hasta que la omnipotente MUERTE se haga cargo de nuestra inexistencia.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Teófilo Cid - El bar de los pobres.


El Bar de los Pobres.


Hoy he ido a comer dónde comen los pobres,
Dónde el pútrido hastío los umbrales inunda
Y en los muros dibuja caracteres etruscos,
Pues nada une tanto cómo el frío,
Ni la palabra amor, surgida de los ojos,
Como la flor del eco en la cúpula perfecta.

Los pobres se aproximan en silencio.
Monedas son sus sueños
Hasta que el propio sol airado los dispersa
Para sembrarlos sobre el hondo pavimento.
En tanto, cada uno es para el otro
Claro indicio, fervor de siembra constelada.

Y en la pesada niebla de los hábitos
Que en ráfagas a veces se convierten
De una muda erupción
De alcohólica armonía,
Yo siento que el destino nos aplasta,
Como contra una piedra prehistórica.

Pues somos los que pasan
Cuando los más abren los ojos claros
Al amplió firmamento
Que adunan los crepúsculos antiguos.

El mundo es sólo el sol para nosotros,
Un sol que ha comenzado por besar las terrazas
De los barrios abstractos...

Masticamos sus migajas,
Sintiendo que un espasmo egoísta nos mantiene,
Pues somos individuos, por más que a ciencia cierta
El nombre individual es sólo un signo etrusco

En los que aquí mastican su pan de desventura
Un viejo gladiador vencido existe
Que puede aún llorar la lejanía,
Los menús elegir de la tristeza
Y darse a la ilusión de que, con todo,
Es un sobreviviente de la locura atómica.

Sentados en podridos taburetes
Ellos gastan los últimos billetes
Vertidos por la Casa de Moneda.

Los billetes son diáfanos, decimos,
Carne de nuestra carne,
Espuma de la sangre.

Con billetes el mundo
Congrega sus rincones
Y parece mostrar una estrella accesible
Sin ellos, el paisaje es sólo el sol
Y cada cual resbala sobre su propia sombra.

Pero la Casa de Moneda piensa por todos
Y los billetes; ¡oh encanto del bar miserable!
Nos suministra sueños congelados,
Menús soñados el día desnudo de fama.
Al levantar los vasos se produce el granito
Del brindis que nos une en un pozo invisible.

Alguien nos dice que el sol ha salido
Y que en el barrio alto
La luz es servidora de los ricos
¡La misma luz que fue manantial de semejanza!

Hoy he ido a comer donde comen los pobres
Y he sentido que la sombra es común
Que el dolor semejante es un lenguaje
Por encima del sol y de las Madres.