Henri de Toulouse-Lautrec - Femme assise sur un divan, 1883
Extensa
calle sórdida, vives ajena al tablero de ajedrez
tus
callejuelas maltrechas acogen a micro-traficantes de poca monta
ávidos
de deshacerse de la mercancía de su misma calaña.
Muchachuelas
de medio siglo se pasean por tus veredas
(coquetas,
vanidosas, presumidas, risueñas)
con
aliento a vino agrio y a empanada de pino.
Tus
mejores años se quedaron en el recuerdo
pero
aún hay clientes temerosos que se acercan a tus esquinas
en
busca de putitas de edad avanzada
o
de travestis de indumentaria ajustada.
Canes
tiñosos aglomerados fuera de los lupanares
esperando
que la cabrona se compadezca
y
les arroje la bazofia en el muladar del antro grisáceo.
Niños
sudorientos tras un balón de fútbol
cargando
con el estigma de residir en el barrio rojo
cargando
un arma corto-punzante por residir en el barrio rojo.
¡ZOTA!
así te llaman los habitantes de la ciudad de la nada
conversación
obligada para quienes se hacen llamar talquinos.
Los
crapulosos pernoctan a la intemperie, bañados en orín
bajo
el sol, bajo la luna, bajo una danza de moscas, bajo el farol rojo.
Diez
oriente, calle de secretos inconfesables, calle de tradición.
En
tus burdeles se desvirgaron pueriles mientras sus padres yacían borrachos
lamiendo
los pezones desgastados de putas de antaño
dilapidando
hasta el último peso, bebiendo hasta el último aliento.
Diez
oriente, vives de reminiscencias y de borrachos en noches de infortunio.
Diez
oriente, albergue de desesperanzados, beodos y juerguistas horteras.