lunes, 23 de julio de 2012

Eduardo Naranjo - Génesis de una tauromaquia.


(La Salida del Toro)



(El Natural)



(Salto de la Garrocha)



 (La Cogida)



(La Estocada)



(El Picador)



(El Picador II)



(El Arrastre)



(La Vocación)

viernes, 20 de julio de 2012

Manuel Rojas - El vaso de leche.




El tipo físico de Manuel Rojas Sepúlveda semejaba al de un boxeador. Hombre de porte y grosor físico imponente. En sus creaciones nos ha dejado ver su talento y sensibilidad que se arraiga en la literatura comprometida con lo social.
El enorme narrador Manuel Rojas era un hombre de ideas anarquistas. Digámoslo así de golpe. Siempre mantuvo esa posición, incluso cuando escribió en “Las Últimas Noticias” y en “Clarín”, aunque tuvo un breve paso por el Partido Socialista, al que abandonó cuando esa colectividad decidió apoyar la candidatura de Carlos Ibáñez del Campo, quien había sido dictador.
En “Clarín” una vez nos recordó a Casimiro Barrios, ácrata, asesinado en las tierras de Arica, donde había sido relegado.
No es de sorprender el anarquismo de Manuel Rojas. En un tiempo hasta Pablo de Rokha lo fue, pero más fieles a ese ideario fueron, aparte de Rojas, Fernando Santiván , José Santos González Vera y varios otros relevantes narradores y poetas: entre estos últimos no hay que olvidar a Carlos Pezoa Véliz y a Domingo Gómez Rojas, asesinado bajo el gobierno de Sanfuentes.
Él mismo Rojas nos cuenta de sus raíces: “Nací en Buenos Aires, Argentina, el 8 de enero de 1896, hijo de Manuel Rojas Córdoba y de Dorotea Sepúlveda González, talquina. El 29 de abril de 1912, después de atravesar a pie la cordillera, llegué, por segunda vez, a Santiago. ¿A qué venía? A trabajar”, escribe en una “Breve biografía”.
Múltiples labores habían sido parte de su infancia, pubertad y juventud pobres, hasta que al fin entra al mundo más cercano a su talento: el periodismo. Incluso, recién creada la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, en 1954, asume la Cátedra de Redacción y Estilo.
Rojas es un autodidacta puro.
Todos sus trabajos y muchas otras experiencias armarán la arquitectura de sus obras numerosas, principalmente la novela y el cuento, aunque incursionó también en la poesía, fue en los primeros dos géneros en que destacó, pero con mayor fuerza lo hizo en la novela.
“Hijo de ladrón” (1951), novela, es un clásico de la literatura chilena. Un monumento a la realidad dolorosa de un sector social-nacional, escrita con la fuerza e inteligencia del maestro Rojas.
En el relato breve es imposible olvidar “El vaso de leche”: historia de la miseria y soledad de un joven. El texto se incluye en su libro “El delincuente” (1939).
Los libros de Manuel Rojas son numerosos, aparte de los citados “Hijo de ladrón” y “El delincuente”: “Hombres del sur” (cuentos, 1926); “Lanchas en la bahía” (novela, 1932), “Travesía” (cuentos, 1934) “Mejor que el vino” (novela, 1958), “Punta de rieles” (novela, 1960), “Sombras contra el muro” (novela, 1964), “La oscura vida radiante” (novela, 1971).
Ya convertido en gloria de las letras chilenas Manuel Rojas recibe invitaciones a algunos países. Viaja y experimenta nuevas vivencias. También ellas serán parte de su quehacer intelectual, en especial de la crónica, la que había realizado con alto nivel en “Las Últimas Noticias”, diario que fue nido de importantes escritores nacionales.



El vaso de leche


Afirmado en la barandilla de estribor, el marinero parecía esperar a alguien. Tenía en la mano izquierda un envoltorio de papel blanco, manchado de grasa en varias partes. Con la otra mano atendía la pipa.
Entre unos vagones apareció un joven delgado; se detuvo un instante, miró hacia el mar y avanzó después, caminando por la orilla del muelle con las manos en los bolsillos, distraído o pensando.
Cuando pasó frente al barco, el marinero le gritó en inglés:
-I say; look here! (¡Oiga, mire!)
El joven levantó la cabeza y, sin detenerse, contestó en el mismo idioma:
-Hallow! What? (¡Hola! ¡Qué?)
-Are you hungry? (¿Tiene hambre?)
Hubo un breve silencio, durante el cual el joven pareció reflexionar y hasta dio un paso más corto que los demás, como para detenerse; pero al fin dijo, mientras dirigía al marinero una sonrisa triste:
-No, I am not hungry! Thank you, sailor. (No, no tengo hombre. Muchas gracias, marinero.)
-Very well. (Muy bien.)
Sacose la pipa de la boca el marinero, escupió y colocándosela de nuevo entre los labios, miró hacia otro lado. El joven, avergonzado de que su aspecto despertara sentimientos de caridad, pareció apresurar el paso, como temiendo arrepentirse de su negativa.
Un instante después un magnífico vagabundo, vestido inverosímilmente de harapos, grandes zapatos rotos, larga barba rubia y ojos azules, pasó ante el marinero, y éste, sin llamarlo previamente, le gritó:
-Are you hungry?
No había terminado aún su pregunta cuando el atorrante, mirando con ojos brillantes el paquete que el marinero tenía en las manos, contestó apresuradamente:-Yes, sir, I am very hungry! (Sí, señor, tengo harta hambre.)
Sonrió el marinero. El paquete voló en el aire y fue a caer entre las manos ávidas del hambriento. Ni siquiera dio las gracias y abriendo el envoltorio calentito aún, sentose en el suelo, restregándose las manos alegremente al contemplar su contenido. Un atorrante de puerto puede no saber inglés, pero nunca se perdonaría no saber el suficiente como para pedir de comer a uno que hable ese idioma.
El joven que pasara momentos antes, parado a corta distancia de allí, presenció la escena.
Él también tenía hambre. Hacía tres días justos que no comía, tres largos días. Y más por timidez y vergüenza que por orgullo, se resistía a pararse delante de las escalas de los vapores, a las horas de comida, esperando de la generosidad de los marineros algún paquete que contuviera restos de guisos y trozos de carne. No podía hacerlo, no podría hacerlo nunca. Y cuando, como es el caso reciente, alguno le ofrecía sus sobras, las rechazaba heroicamente, sintiendo que la negativa aumentaba su hambre.
Seis días hacía que vagaba por las callejuelas y muelles de aquel puerto. Lo había dejado allí un vapor inglés procedente de Punta Arenas, puerto en donde había desertado de un vapor en que servía como muchacho de capitán. Estuvo un mes allí, ayudando en sus ocupaciones a un austriaco pescador de centollas, y en el primer barco que pasó hacia el norte embarcose ocultamente. Lo descubrieron al día siguiente de zarpar y enviáronlo a trabajar en las calderas. En el primer puerto grande que tocó el vapor lo desembarcaron, y allí quedó, como un fardo sin dirección ni destinatario, sin conocer a nadie, sin un centavo en los bolsillos y sin saber trabajar en oficio alguno. Mientras estuvo allí el vapor, pudo comer, pero después... La ciudad enorme, que se alzaba más allá de las callejuelas llenas de tabernas y posadas pobres, no le atraía; parecíale un lugar de esclavitud, sin aire, oscura, sin esa grandeza amplia del mar, y entre cuyas altas paredes y calles rectas la gente vive y muere aturdida por un tráfago angustioso.
Estaba poseído por la obsesión del mar, que tuerce las vidas más lisas y definidas como un brazo poderoso una delgada varilla. Aunque era muy joven había hecho varios viajes por las costas de América del Sur, en diversos vapores, desempeñando distintos trabajos y faenas, faenas y trabajos que en tierra casi no tenían explicación.
Después que se fue el vapor anduvo, esperando del azar algo que le permitiera vivir de algún modo mientras volvía a sus canchas familiares; pero no encontró nada. El puerto tenía poco movimiento y en los contados vapores en que se trabajaba no lo aceptaron.
Ambulaban por allí infinidad de vagabundos de profesión; marineros sin contrata, como él, desertados de un vapor o prófugos de algún delirio; atorrantes abandonados al ocio, que se mantienen de no se sabe qué, mendigando o robando, pasando los días como las cuentas de un rosario mugriento, esperando quién sabe qué extraños acontecimientos, o no esperando nada, individuos de las razas y pueblos más exóticos y extraños, aun de aquellos en cuya existencia no se cree hasta no haber visto un ejemplar.
Al día siguiente, convencido de que no podría resistir mucho más, decidió recurrir a cualquier medio para procurarse alimentos.
Caminando, fue a dar delante de un vapor que había llegado la noche anterior y que cargaba trigo. Una hilera de hombres marchaba, dando la vuelta, al hombro los pesados sacos, desde los vagones, atravesando una planchada, hasta la escotilla de la bodega, donde los estibadores recibían la carga. Estuvo un rato mirando hasta que atreviose a hablar con el capataz, ofreciéndose. Fue aceptado y animosamente formó parte de la larga fila de cargadores.
Durante el tiempo de la jornada trabajó bien; pero después empezó a sentirse fatigado y le vinieron vahídos, vacilando en la planchada cuando marchaba con la carga al hombro, viendo a sus pies la abertura formada por el costado del vapor y el murallón del muelle, en el fondo de la cual, el mar, manchado de aceite y cubierto de desperdicios, glogloteaba sordamente.
A la hora de almorzar hubo un breve descanso y en tanto que algunos fueron a comer en los figones cercanos y otros comían lo que habían llevado, él se tendió en el suelo a descansar, disimulando su hambre.
Terminó la jornada completamente agotado, cubierto de sudor, reducido ya a lo último. Mientras los trabajadores se retiraban, se sentó en unas bolsas acechando al capataz, y cuando se hubo marchado el último acercose a él y confuso y titubeante, aunque sin contarle lo que le sucedía, le preguntó si podían pagarle inmediatamente o si era posible conseguir un adelanto a cuenta de lo ganado.
Contestole el capataz que la costumbre era pagar al final del trabajo y que todavía sería necesario trabajar el día siguiente para concluir de cargar el vapor. ¡Un día más! Por otro lado, no adelantaban un centavo.
-Pero -le dijo-, si usted necesita, yo podría prestarle unos cuarenta centavos... No tengo más.
Le agradeció el ofrecimiento con una sonrisa angustiosa y se fue. Le acometió entonces una desesperación aguda. ¡Tenía hambre, hambre, hambre! Un hambre que lo doblegaba como un latigazo; veía todo a través de una niebla azul y al andar vacilaba como un borracho. Sin embargo, no había podido quejarse ni gritar, pues su sufrimiento era obscuro y fatigante; no era dolor, sino angustia sorda, acabamiento; le parecía que estaba aplastado por un gran peso. Sintió de pronto como una quemadura en las entrañas, y se detuvo. Se fue inclinando, inclinando, doblándose forzadamente y creyó que iba a caer. En ese instante, como si una ventana se hubiera abierto ante él, vio su casa, el paisaje que se veía desde ella, el rostro de su madre y el de sus hermanos, todo lo que él quería y amaba apareció y desapareció ante sus ojos cerrados por la fatiga...Después, poco a poco, cesó el desvanecimiento y se fue enderezando, mientras la quemadura se enfriaba despacio. Por fin se irguió, respirando profundamente. Una hora más y caería al suelo.
Apuró el paso, como huyendo de un nuevo mareo, y mientras marchaba resolvió ir a comer a cualquier parte, sin pagar, dispuesto a que lo avergonzaran, a que le pegaran, a que lo mandaran preso, a todo; lo importante era comer, comer, comer. Cien veces repitió mentalmente esta palabra; comer, comer, comer, hasta que el vocablo perdió su sentido, dejándole una impresión de vacío caliente en la cabeza.
No pensaba huir; le diría al dueño: "Señor, tenía hambre, hambre, hambre, y no tengo con qué pagar... Haga lo que quiera".
Llegó hasta las primeras calles de la ciudad y en una de ellas encontró una lechería. Era un negocio muy claro y limpio, lleno de mesitas con cubiertas de mármol: Detrás de un mostrador estaba de pie una señora rubia con un delantal blanquísimo.
Eligió ese negocio. La calle era poco transitada. Habría podido comer en uno de los figones que estaban junto al muelle, pero se encontraban llenos de gente que jugaba y bebía.
En la lechería no había sino un cliente. Era un vejete de anteojos, que con la nariz metida entre las hojas de un periódico, leyendo, permanecía inmóvil, como pegado a la silla. Sobre la mesita había un vaso de leche a medio consumir. Esperó que se retirara, paseando por la acera, sintiendo que poco a poco se le encendía en el estómago la quemadura de antes, y esperó cinco, diez, hasta quince minutos. Se cansó y parose a un lado de la puerta, desde donde lanzaba al viejo una miradas que parecían pedradas.
¿Qué diablos leería con tanta atención? Llegó a imaginarse que era un enemigo suyo, quien, sabiendo sus intenciones, se hubiera propuesto entorpecerlas. Le daban ganas de entrar y decirle algo fuerte que le obligara a marcharse, una grosería o una frase que le indicara que no tenía derecho a permanecer una hora sentado, y leyendo, por un gasto reducido.
Por fin el cliente terminó su lectura, o por lo menos, la interrumpió. Se bebió de un sorbo el resto de leche que contenía el vaso, se levantó pausadamente, pagó y dirigiose a la puerta. Salió; era un vejete encorvado, con trazas de carpintero o barnizador.
Apenas estuvo en la calle, afirmose los anteojos, metió de nuevo la nariz entre las hojas del periódico y se fue, caminando despacito y deteniéndose cada diez pasos para leer con más detenimiento.
Esperó que se alejara y entró. Un momento estuvo parado a la entrada, indeciso, no sabiendo dónde sentarse; por fin eligió una mesa y dirigiose hacia ella; pero a mitad de camino se arrepintió, retrocedió y tropezó en una silla, instalándose después en un rincón.
Acudió la señora, pasó un trapo por la cubierta de la mesa y con voz suave, en la que se notaba un dejo de acento español, le preguntó:
-¿Qué se va a servir?
Sin mirarla, le contestó:
-Un vaso de leche.
-¿Grande?-Sí, grande.
-¿Solo?-¿Hay bizcochos?
-No; vainillas.
-Bueno, vainillas.
Cuando la señora se dio vuelta, él se restregó las manos sobre las rodillas, regocijado, como quien tiene frío y va a beber algo caliente. Volvió la señora y colocó ante él un gran vaso de leche y un platito lleno de vainillas, dirigiéndose después a su puesto detrás del mostrador. Su primer impulso fue beberse la leche de un trago y comerse después las vainillas, pero en seguida se arrepintió; sentía que los ojos de la mujer lo miraban con curiosidad. No se atrevía a mirarla; le parecía que, al hacerlo, conocería su estado de ánimo y sus propósitos vergonzosos y él tendría que levantarse e irse, sin probar lo que había pedido.
Pausadamente tomó una vainilla, humedeciola en la leche y le dio un bocado; bebió un sorbo de leche y sintió que la quemadura, ya encendida en su estómago, se apagaba y deshacía. Pero, en seguida, la realidad de su situación desesperada surgió ante él y algo apretado y caliente subió desde su corazón hasta la garganta; se dio cuenta de que iba a sollozar, a sollozar a gritos, y aunque sabía que la señora lo estaba mirando no pudo rechazar ni deshacer aquel nudo ardiente que le estrechaba más y más. Resistió, y mientras resistía comió apresuradamente, como asustado, temiendo que el llanto le impidiera comer. Cuando terminó con la leche y las vainillas se le nublaron los ojos y algo tibio rodó por su nariz, cayendo dentro del vaso. Un terrible sollozo lo sacudió hasta los zapatos.
Afirmó la cabeza en las manos y durante mucho rato lloró, lloró con pena, con rabia, con ganas de llorar, como si nunca hubiese llorado.
Inclinado estaba y llorando, cuando sintió que una mano le acariciaba la cansada cabeza y que una voz de mujer, con un dulce acento español, le decía:
-Llore, hijo, llore...
Una nueva ola de llanto le arrasó los ojos y lloró con tanta fuerza como la primera vez, pero ahora no angustiosamente, sino con alegría, sintiendo que una gran frescura lo penetraba, apagando eso caliente que le había estrangulado la garganta. Mientras lloraba pareciole que su vida y sus sentimientos se limpiaban como un vaso bajo un chorro de agua, recobrando la claridad y firmeza de otros días.
Cuando pasó el acceso de llanto se limpió con su pañuelo los ojos y la cara, ya tranquilo. Levantó la cabeza y miró a la señora, pero ésta no le miraba ya, miraba hacia la calle, a un punto lejano, y su rostro estaba triste. En la mesita, ante él, había un nuevo vaso de leche y otro platillo colmado de vainillas; comió lentamente, sin pensar en nada, como si nada le hubiera pasado, como si estuviera en su casa y su madre fuera esa mujer que estaba detrás del mostrador.
Cuando terminó ya había oscurecido y el negocio se iluminaba con una bombilla eléctrica. Estuvo un rato sentado, pensando en lo que le diría a la señora al despedirse, sin ocurrírsele nada oportuno.
Al fin se levantó y dijo simplemente:
-Muchas gracias, señora; adiós..
-Adiós, hijo... -le contestó ella. Salió. El viento que venía del mar refrescó su cara, caliente aún por el llanto. Caminó un rato sin dirección, tomando después por una calle que bajaba hacia los muelles. La noche era hermosísima y grandes estrellas aparecían en el cielo de verano.
Pensó en la señora rubia que tan generosamente se había conducido e hizo propósitos de pagarle y recompensarla de una manera digna cuando tuviera dinero; pero estos pensamientos de gratitud se desvanecían junto con el ardor de su rostro, hasta que no quedó ninguno, y el hecho reciente retrocedió y se perdió en los recodos de su vida pasada.
De pronto se sorprendió cantando algo en voz baja. Se irguió alegremente, pisando con firmeza y decisión.
Llegó a la orilla del mar y anduvo de un lado para otro, elásticamente, sintiéndose rehacer, como si sus fuerzas interiores, antes dispersas, se reunieran y amalgamaran sólidamente.
Después la fatiga del trabajo empezó a subirle por las piernas en un lento hormigueo y se sentó sobre un montón de bolsas.
Miró el mar. Las luces del muelle y las de los barcos se extendían por el agua en un reguero rojizo y dorado, temblando suavemente. Se tendió de espaldas, mirando el cielo largo rato. No tenía ganas de pensar, ni de cantar, ni de hablar. Se sentía vivir, nada más.
Hasta que se quedó dormido con el rostro vuelto hacia el mar.

Naím Nómez - Biografia de Pablo de Rokha.


(Pablo de Rokha junto a Salvador Allende)


Biografia de Pablo de Rokha.


Pablo de Rokha nace con el nombre de Carlos Díaz Loyola el 17 de octubre de 1894 en Licantén, provincia de Curicó, según consta en su acta de bautismo (1). Sus padres fueron José Ignacio Díaz y Laura Loyola, que tenían veintiún y catorce años respectivamente cuando nació el poeta. Por el año 1897, don José Ignacio se encuentra trabajando como jefe de resguardo en las aduanas cordilleranas y viaja con Carlos, su hijo mayor. El poeta pasa su infancia en el fundo Pocoa de Corinto que administra su padre. En 1901 empieza a estudiar en la Escuela Pública Nº3 de Talca, en la cual es Director el padre del poeta Max Jara, don José Tomás Jara. En 1905, don José Ignacio es trasladado como jefe de resguardo a Lonquimay, un pequeño pueblo en la provincia de Cautín al sur de Chile y luego administra el fundo Curillinque en Maule, por lo cual el poeta interrumpe sus estudios. Al año siguiente ingresa al Seminario Conciliar San Pelayo de Talca, en donde estudia hasta 1911, cuando cursa el quinto año de humanidades y es expulsado por hereje y ateo. Es la época en que escribe y publica sus primeros poemas con el seudónimo de Job Díaz. En este colegio, que el poeta atendía con intermitentes viajes al sur, se gestó una de las contradicciones fundamentales de su vida: entre la formación profundamente religiosa de la familia y la escuela y la lectura de libros conocidos clandestinamente: Voltaire, Rabelais. De esa etapa sobrevinieron también una serie de lecturas de clásicos latinos y griegos como Lucrecio, Plauto, Virgilio, Heráclito, Zenón y Demócrito. Sus condiscípulos lo llamaban "El amigo Piedra" como él mismo cuenta en su autobiografía (2).

Durante ese mismo año viaja a Santiago y se instala en una pensión de la calle Gálvez, cursa el sexto año de humanidades y da su bachillerato en 1912. Se matricula en la Universidad de Chile para seguir Derecho o Ingeniería, pero muy pronto abandona los estudios. Son años de desencanto, extrañeza, confusión, viajes entre la capital y la provincia, disgregación familiar. Conoce a los escritores más relevantes de la época, entre ellos a Jorge Hübner Bezanilla, Daniel de la Vega, Ángel Cruchaga Santa María, Juan Guzmán Cruchaga y especialmente a Vicente Huidobro. Se va a vivir a la calle San Diego y escribe para los periódicos La Razón y La Mañana con otros escritores amigos. Publica sus primeros poemas en Santiago en la revista Juventud de la Federación de Estudiantes y se mezcla con la bohemia santiaguina. Descubre la poesía de Walt Whitman y la filosofía de Federico Nietzsche, que van a ser influencias importantes en su obra de esos años, blasfema y antirreligiosa. Vuelve a Talca en 1914, aun desorientado y con una sensación de fracaso como escritor y profesional (3). Allí recibe de regalo un día un libro de poemas firmado por Juana Inés de la Cruz y titulado Lo que me dijo el silencio. Critica duramente el libro, pero al mirar el retrato de la poeta, se enamora de ella y se va a Santiago a pedirle que se case con él. Ella se llamaba Luisa Anabalón Sanderson, estudiaba en el Liceo Nº3 de Santiago y era hija de un coronel de ejército, que se opuso hasta el último momento a las relaciones de su hija con el poeta. Pero no pudo impedir que ambos se casaran el 25 de octubre de 1916, aunque las relaciones con los padres de ambos fueron distantes por mucho tiempo. En 1917 el poeta publica su primer conjunto de poemas. Versos de infancia en la antología titulada Selva Lírica, hecha por Juan Agustín Araya y Julio Molina. Vive con su esposa Luisa, cuyo nombre literario será Winétt de Rokha, en el barrio de Recoleta y se gana la vida como corredor de propiedades, como comerciante de frutos del país, como director de revistas. Viven un corto tiempo en Valparaíso y luego se trasladan nuevamente a Santiago donde el poeta dirige la revista Numen. En 1918 publica un pequeño libro de versos alejandrinos y carácter expresionista titulado Sátira. Publica también en la revista Claridad una serie de poemas reunidos entre 1916 y 1922, con el título de El folletín del diablo. Son los años en que el poeta adhiere al movimiento anarquista internacional y se gana la vida ahora con la compra y venta de productos agrícolas en una empresa de la cual es gerente, aunque por corto tiempo porque ésta quiebra.

En 1922 autoedita su primer libro mayor, Los gemidos, del cual a juicio de sus amigos, no se vendieron más de una docena de ejemplares (4). El libro fue recibido con indiferencia por la crítica y el público. A partir de allí, el poeta se enemista con el sistema crítico nacional e inicia un periplo por varias ciudades del país para ganarse la vida junto a su esposa. Entre 1922 y 1924 reside en San Felipe y Concepción, lugar este ultimo donde funda la revista Dínamo. En ella, publica parte de su libro "Cosmogonía" en 1925, libro del cual también aparecen poemas en la revista Agonal. En 1926 se edita U y en 1927 su libro de ensayos Heroísmo sin alegría. Durante este año, publica la obra Satanás y también Suramérica en una edición manuscrita en planchas de madera por Winétt de Rokha. En 1929, el poeta publica Ecuación, canto de la fórmula estética, un breve libro de aforismos programáticos y una de sus obras más importantes: Escritura de Raimundo Contreras, sólo distribuida en 1944. Con estos textos, culmina una etapa centrada en los aportes de la vanguardia europea y el fuerte sentimiento nacionalista.

Desde 1930 en adelante, el poeta publica libros que se caracterizan por su contenido social y bíblico, en una interesante simbiosis. En 1932, aparecen en revistas El canto de hoy y en 1933, Canto de trinchera, correspondiendo ambos a poemarios inconclusos de fuerte compromiso político. Lo mismo puede decirse de Los 13, fragmentos de un libro mayor publicado en 1935. Otro libro importante es Jesucristo (1935) que junto a Moisés (1937), representa el intento epopéyico de elevar a mito heroico personajes bíblicos. Son los años en que el poeta se compromete políticamente con el Partido Comunista chileno, por el cual es candidato a diputado, candidato a Decano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, Director de la revista Principios y Presidente de la Casa América. Su poesía se vuelca en la defensa de la democracia, el socialismo, el antifascismo y la coyuntura político-social del momento. En 1936 publica Oda a la memoria de Máximo Gorki; en 1937, Gran temperatura y el panfleto Imprecación a la bestia fascista. Colabora entusiastamente con el Frente Popular que elige presidente de Chile a Pedro Aguirre Cerda en 1938, año en que publica Cinco cantos rojos y se margina del Partido Comunista por problemas de ética personal. Mientras tanto su vida familiar crece al nacer sus hijos Carlos (poeta), Lukó (pintora), Tomás, Juana Inés, José (pintor), Pablo, Laura y Flor. Varios de ellos murieron prematuramente: Carmen y Tomás, muy pequeños, mientras que Carlos y Pablo, ya mayores y trágicamente.

Desde 1939 inicia la extensa publicación de la revista Multitud, revista del pueblo y la alta cultura, que mantendrá con intermitencia y diferentes formatos hasta 1963. En ella aparecen trabajos de literatura, estética, ensayos sociales, panfletos, artículos de economía y moral, propaganda comercial y agrícola y otras secciones. Con el sello de Multitud, saldrán también libros de poemas de los amigos, una antología de poetas titulada Cuarenta y un poetas jóvenes de Chile 1910-1942 (1943) y su propia antología en 1954. En 1942 publica Morfología del espanto, otra de sus obras relevantes, que se alterna con libros más coyunturales como Canto al ejército rojo (1944), Poemas continentales (1945) y el ensayo Interpretación dialéctica de América: los cinco estilos del Pacífico (1948), editado sólo en su primera parte por problemas con el editor.

En 1944, el Presidente Juan Antonio Ríos, elegido ante la temprana muerte de Aguirre Cerda, le extiende un nombramiento como embajador cultural de Chile en América y el poeta inicia un extenso viaje por 19 países del continente. El poeta, acompañado de su esposa Winétt, desarrolla un nutrido programa de charlas, conferencias, recitales y conversaciones con escritores, que dejan una marca en cada nación. El viaje es una real aventura para de Rokha que nunca antes salió de Chile. Se inicia en Perú y prosigue en Ecuador, México, Estados Unidos, Cuba, Guatemala, Panamá, Venezuela y otros países. El poeta dialoga con personajes de la época como Velasco Ibarra, Siqueiros, Lázaro Cárdenas (con quien emprende una cabalgata mítica tras la huella de Emiliano Zapata), Jaime Torres Bodet, Lombardo Toledano, Juan Marinello, Arturo Uslar Pietri, Juan Liscano, Miguel Otero Silva, etc. Cuando llega a Argentina ha sido elegido Presidente de Chile Gabriel González Videla, quien dicta la Ley de Defensa de la Democracia y comienza un período de represión contra el Partido Comunista.

En 1949, el poeta vuelve a Chile y publica su obra estética más importante, Arenga sobre el arte, donde expone su teoría sobre la Épica Social Americana y agrega varios poemas inéditos, entre ellos, "Teología v cosmología del libro de cocina (Ensueño del infierno)" conocido luego como "Epopeya de las comidas y bebidas de Chile". Ya su esposa Winétt viene enferma del cáncer que la hará morir en 1951. Maravillado por la experiencia de la revolución china, escribe sobre la nueva sociedad de masas que se gesta en Asia con el mismo fervor político con que describe las injusticias sociales en su país. Publica Carta Magna del continente en 1949, Fusiles de sangre y Funeral por los héroes y los mártires de Corea en 1950, intentos poéticos de conciliación entre su compromiso político y sus desgarros existenciales íntimos. En 1953 aparecen Fuego negro, una verdadera elegía de amor dedicada a Winétt, amor y musa constante, y una selección de poemas titulada Arte grande o ejercicio del realismo. De 1954 es su monumental Antología (1916-1953) de tapas negras, selección realizada y retocada por el propio poeta.

Son años de desesperación, angustia y desaliento para el poeta, que se traducen en libros desolados y una vida cada vez más solitaria, agravada por su enemistad con Pablo Neruda, los críticos y el Partido Comunista. En 1955, la publicación de su libro-ensayo Neruda y yo reaviva la querella con el poeta Premio Nobel, en medio de denuestos e imprecaciones. Allí, Pablo de Rokha acusa a Neruda de plagiador, de mistificador de los trabajadores y de falso artista y militante.

En esta última etapa de su obra, sobresale un trabajo ligado a las formas épicas con las cuales el poeta quiere expresar las contradicciones sociales del continente en el despliegue de las propias vivencias existenciales. Idioma del mundo (1958) y Genio del pueblo (1960) se insertan originalmente en una nueva forma epopéyica que quiere incorporar en el discurso pluritemático, la hibridez contradictoria de la vida y la historia americana. A través del último libro, vuelve a hacerse pública la polémica con Pablo Neruda, el cual es satirizado como uno de los 111 personajes que allí aparecen, bajo el seudónimo de Casiano Basualto. Son años difíciles para de Rokha que vende sus libros de ciudad en ciudad, amargado por el dolor y el recuerdo imborrable de su compañera Winétt. Otra de sus obras importantes, Acero de invierno, aparecida en 1961, transcribe el "Canto del macho anciano", poema obligado de todas las antologías y suma de ese destino trágico que lo persigue hasta la muerte. El dolor se agranda con la muerte de su hijo Carlos en 1962, lúcido poeta de la época.

En sus últimos años sigue escribiendo como una necesidad vital, cada vez más desengañado de la vida y desgastado por las enfermedades y la muerte de familiares y amigos. Es invitado a China por el gobierno de Mao Tse Tung en 1964 y luego visita la Unión Soviética y Francia. La nueva sociedad china le inspira sus obras Canto de fuego a China Popular (1963) y "China Roja" (1964), aún no publicado como libro. De 1965 es Estilo de masas, una de sus últimas obras de gran vuelo poético en que aparecen poemas como "Oceanía de Valparaíso", "La posada de don Lucho Contardo" y "Campeonato de Rayuela". Es también el año del Premio Nacional, del cual el poeta va a decir, mezclando el entusiasmo con la tristeza: "Me llegó tarde, casi por cumplido y porque creían que no iba a molestar más". Para luego agregar:

Mis impresiones en este momento son contradictorias. Cuando vivía Winett, mi mujer, y también mi hijo Carlos, antes de que la familia se destrozara, este galardón me habría embargado de un regocijo tan inmenso, infinitamente superior a la emoción que siento en este momento.
Hoy para un hombre viejo, este reconocimiento nacional que indudablemente me emociona, no puede tener la misma trascendencia" (5).

Poco después, el 19 de octubre, el pequeño pueblo donde nació, Licantén, lo nombraba Hijo Ilustre del lugar. En 1967, publica el que será su último libro editado en vida, Mundo a mundo: Francia, una epopeya popular realista que formaba parte de un tríptico nunca terminado en que se incluían un libro dedicado a la URSS y otro a China. El 10 de septiembre de 1968 y a los 73 años de edad, el poeta se suicidaba de un balazo en la boca, siguiendo el destino de su hijo Pablo que tuvo el mismo destino meses antes y el de su amigo Joaquín Edwards Bello, muerto ese mismo año.

De su obra inédita, se publicará su autobiografía inconclusa con el título de El amigo Piedra en 1989, quedando extraviado tal vez para siempre en manos de otro suicida, su amigo Alfonso Alcalde, el manuscrito de "Rugido de Latinoamérica" e inéditos fragmentos de dos libros inconclusos: "Infinito contra infinito" y "Cuero de diablo". Tal vez él mismo señaló su fin en el poema "Epitafio en la tumba de Juan el carpintero" del libro Los gemidos:

Aquí yace "Juan el carpintero": vivió setenta y tres años, pobremente, vio grandes a sus nietos y amó, amó, amó su oficio con la honorabilidad del hombre decente, odió al capitalista imbécil y al peón canalla, vil utilitario; juzgaba a los demás según el espíritu (6).

De este modo, el poeta se unió definitivamente a su ficción poética.



NOTAS

(1). Se deja constancia de esta información debido a la diversidad de fechas que se dan sobre el nacimiento del poeta. El acta de bautismo fechada en Licantén el 24 de octubre de 1894 indica que Carlos Ignacio Díaz Loyola tieñe siete días de edad en ese momento.
(2). Este apelativo con el que sus condiscípulos quisieron estigmatizar a Carlos Díaz y el hecho de haber nacido en Licantén, que significa en lengua indígena "Lugar de hombres de piedra" motivaron la elección de su seudónimo. De la autobiografía, el siguiente extracto: "¿Cómo lo llamamos?- le dice el Burro González a la Calchona Parot...- El Amigo Piedra-, le responde la Calchona......como si no fuéramos toda la vida el Amigo Piedra- Pablo de Rokha- es decir, el que ahorcaron con el abecedario adentro"(Autobiografía. pp. 71-72)
(3). Como el poeta señala en su autobiografía: "Me aburro con empleaditas y mujerzuelas, bebo cuanto puedo, alterno mi abrigo soberbio con la capa de España de Pedro Sienna, frecuento el prostíbulo de la María Luisa y estallo en sollozos, una noche turba y sucia de invierno, entre junio y julio..." Y más adelante: "..quedo solo en Talca, batallando con el ambiente, es decir batallando con mi propio imagen, pues soy yo, precisamente yo, quien plantea la pelea a su época, reflejándola" (Autobiografía, pp. 102 y 108).
(4). Juan de Luigi señalaba: "La crítica oficial de entonces no entendió nada del libro" (Atenea, 1968, p.219). Algunos amigos indicaron que los ejemplares sobrantes se vendieron para envolver carne en el matadero. El presbítero Bernardo Cruz la acusó de incluir "blasfemias inmundas" y Alone de ser "literatura patológica"
(5) En el artículo "Por Unanimidad fue Otorgado Premio Nacional de Literatura 1965 al Poeta Pablo de Rokha", El Mercurio (25 de sept. de 1965)
(6) Pablo de Rokha, "Epitafio en la tumba de Juan el carpintero", Los gemidos (Santiago de Chile: Editorial Condor, 1922)

Juan "levadura" - Búsquese usted un revólver.




Búsquese usted un revólver


Búsquese usted un revólver. Cuanto más pronto mejor. Cómprelo, quítelo o róbelo. La cuestión es que usted debe andar armado. ¿Usted cree por ventura que la revolución social se va a hacer con serpentinas como en los días de carnaval? ¿Usted cree que los capitalistas van a entregar las tierras y las fábricas, como entregan a sus hijas a los millonarios? ¿Es usted tan tonto que cree en una posible armonía entre patrones y obreros? ¿No ve usted que día a día, en todas partes del mundo, cuando los obreros exigen alguna mejora aparecen soldaditos cargados de rifles y bayonetas? ¿No vio usted que en la huelga de los compañeros tranviarios andaba todo el ejército amparando a los traidores? Bien. Si esto ocurre cuando se hace un reclamo o se solicita alguna mejora, que en buenas cuentas no es nada, ¿qué será cuando exijamos el derecho a la tierra, a la vida, a la libertad? Piense bien lo que le digo.

Búsquese usted un revólver y ejercítese lo bastante. Hágase usted un blanco para que dispare. Dibuje en él la cabeza de Astorquiza, de Zañartu, de Gonzalo Bulnes o la suya si le parece. Dispare y dispare. Usted prepárese para la Revolución que ya está encima. Aconseje a sus demás camaradas que hagan lo mismo. Aquellos que le hablan a usted de “evolución pacífica” y de “soluciones armónicas” con la clase capitalista, le engañan a usted miserablemente. ¿No ve usted, que en Rusia los trabajadores tuvieron que armarse para derrocar a todos los tiranos? ¿No ve, usted, como hoy viven a sus anchas, disfrutando de toda clase de comodidades? Hace más de cien años que usted ha soportado pacíficamente toda clase de humillaciones, y ¿qué beneficios ha obtenido de parte de sus amos? El miserable cuartucho en el que vive y que usted paga a precio de oro, las enfermedades que lo aniquilan prematuramente a usted y a sus hijos, las guerras que siembran el hambre y el dolor en los hogares, y las metrallas que usted recibe cuando exige un poco de alimento y un poco de justicia para su familia e hijos. Eso, todo eso es el pago a sus desvelos y sacrificios. Convénzase usted de una vez.

Búsquese usted un revólver. Cuanto más pronto, mejor. Cómprelo, quítelo o róbelo. La cuestión es que usted debe andar armado. Cuando la clase obrera, consciente y armada exija sus derechos a la vida y a la libertad, entonces verá usted como caen los tronos y los tiranos. Mientras usted siga gritando como tonto por las calles, pidiendo pan y justicia, verá usted como llueven las balas sobre su cabeza.

Termino. Buscándose usted un revólver y aconsejando a los demás a prepararse para la Revolución, verá usted renacer una nueva aurora para el mundo.

¡Búsquese usted un revólver!


Sindicato de panificadores de Santiago, 1921.
(Este texto llevaba por seudónimo”Juan Levadura” y salio en un periódico llamado El Comunista el 30 de julio de 1921, de los panaderos de Santiago)

Existen versiones donde se afirma que este texto habría sido escrito por el anarquista Efraín Plaza Olmedo.

martes, 17 de julio de 2012

Pablo Neruda - Aquí estoy.



Aquí estoy


Aquí estoy
Con mis labios de hierro
Y un ojo en cada mano
Y con mi corazón completamente.
Y viene el alba y viene el alba
Y viene el alba
Y aquí estoy
A pesar de perros, a pesar de lobos
A pesar de pesadillas,
a pesar de ladillas,
a pesar de pesares.

Estoy lleno de lágrimas y amapolas cortadas
Y pálidas palomas de energía,
Y con todos los dientes y los dedos escribo,
Y con todas las materias de mar,
Con todas las materias del corazón escribo.

CABRONES
Hijos de puta.
Hoy ni mañana
Ni jamás acabaréis conmigo.
Tengo lleno de pétalos los testículos
tengo lleno de pájaros el pelo,
Tengo poesía y vapores
Cementerios y casas
Gente que se ahoga
Incendio en mis veinte poemas,
En mis semanas y en mis caballerías
Y me cago en la puta que os mal parió
Derrokas, patíbulos,
Vidobros,
Y aunque escribáis en francés con el retrato de Picasso en las verijas
Y aunque muy a menudo robéis espejos y llevéis a la venta

El retrato de vuestras hermanas,
A mí no me alcanzáis ni con anónimos,
Ni con saliva.
Existo entre metales y las harinas de las alas
Entre el mundo y el cielo, con un corazón lleno de sangre y rocío.

Venid a lastimarme con esputos
De la mañana a la noche,
No inauguréis nuevos adulterios con jóvenes vacas amaestradas,
No os hagáis secuestrar,
Ni mañana os hagáis comunistas de culo dorado,
Sino verted vinagre,
Echad por la boca el semen recogido en las vulvas de las prostitutas
Y rociad las paredes de los water-closets
Con toda vuestra mierda que os condeno a tragar otra vez
Con el solo hecho de que yo de la mañana a la noche escribo
Cosas llenas de agujas y cenizas,
Aguas amargas caídas para siempre en vuestra muerte.

Muerte, muerte, muerte,
Muerte al ladrón de cuadros
Muerte a la bacinica de Reverdy
Muerte a las sucias vacas envidiosas
Que ladran con los intestinos cocidos en envidia.

En cal y podredumbre,
Muerte al bandido que cambia fecha en sus libros y con la otra mano
Vive de puro perro y puro rico,
Vive de oscuras administraciones.
Vive fabricando incestos con hijas de madres ultrajadas;
Muerte al bandido, al estafador de diez años,
Cuadros, muebles, tíos, hermanos,
Provincias saqueadas y después colgar a las babosas barbas del coronel
Y del útero podrido de la podrida esposa del coronel.
Huid de mí podridos,
Haced clases de estética y callampas,
Haceos raptar por scouts finlandeses,
Mercachifles hediondos a catres de prostituidas,
Pero a mi no me vengáis porque soy puro,
Y con la garganta y el alma os vomito catorce veces,
Os vomito cuatrocientas veces, a vosotros y a vuestras jeringas,
Aunque colaboréis en la opinión y en la MATONERÍA
Aunque cada día cultivéis con mayor atención vuestra bilis y vuestra mierda.

Permitidme una pálida cosa,
Con treinta años ardientes,
Y un alma de hueso y laberinto,
Permitidme cagarme en vuestras cosas y en vuestras abuelas,
Y en las revistillas de jóvenes ombligos
En que derretís las últimas chispas que os salen del culo.
Mierda, mierda y mierda
Tierra, tierra y tierra,
Gusanos,
Para vosotros
Falsos caudillos interrumpidos de envidia,
Poetas tartamudos,
Polvo, polvo, polvo
Para vuestras cenizas.
De nada vale vuestro nombre de pila traducido al francés,
Como convinche al juda cursi,
De nada venir de Talca dispuestos a ser genios,
Os mato
Os mato con espumas y sacrificios
Os meo
Envidiosos, ladrones
HIJOS DEL HIJO DE LA SUEGRA DE LA PUTA
Os meo eternamente en vuestros hígados y en vuestros hijos,
Os meo en la fuente del corazón, que habéis cubierto de estiércol
Y habéis alimentado de estiércol y habéis asesinado con estiércol.

Mientras el mundo se surte de llantos a cada lado,
Y los trabajadores y los alcaldes crujen de sangre
Mientras el mapa se sobrecoge entre las sábanas
Y las angustias hacen crecer los cabildos,
Hay literatos de siniestras caras,
Ladrones verdes,
Payasos de feria, miserables de Talca,
Descubriendo odios, fabricando pequeños plagios,
Enviando anónimos que la peor enferma de histeria rechazaría.
Disfrazados de comunistas, náufragos y fecales,
Y mientras a la mamá sacan dinero,
Al coronel sacan dinero,
Viva el comunismo dicen las letrinas,
Mientras el mundo nace y cae
Sólo el odio y la envidia crecen en las uñas
Y se preocupan de denunciar, de mancillar
Los hediondos,
Mientras Alberti lucha,
Gonzalez Tuñón lucha,
Aragón lucha,
Los hediondos disfrazados
Corren detrás de la literatura
Echando sangre de parto maldito,
Echando abecedarios y pescados vinagres;
Diciendo: acusemos a aquel
Y así llegaremos a creer que somos genios,
Los hediondos,
Incapaces del bien, incapaces del mal,
Incapaces del suelo.

PORQUE morirán muertos entre eructos de doctores borrachos y pedos traducidos,
Porque el gusano está vivo entre ellos y ordena,
Porque han nacido entre muelas cariadas y gatos escupidos,
Porque su sangre de sobacos sucios será fuente de víboras siniestras,
Porque hasta a ellos mismos llegarán a morderlos,
Hasta las piedras agonizantes de desprecio,
Hasta el de Talca convincente espanto
Llegarán algunos días con cuchillos diciendo:
Antes de que hables y publiques devuelve cabrón del aire lo que robas
Las aguas fuertes, los óleos, los pesos, ladrón de camaradas,
Hipo de cerdo.
Y entonces en la sombra Apolliniare
y otros muchos contestan:
Aquí estuvo el inmundo,
moviendo las aletas, secuestrándose
Y dando pequeños gritos
de niña raptada.
Albión me teme, seré presidente (y un pedo se le escapa).

HORROR de sueños, carencia de venas;
Aquí pasó, su nombre transformó
Y en talquinas uniones panfletos purulentos repartió
Y lamiendo escritores y sobornando puertas
Su destino de loro bisiesto continúa.
Este momento para ser libertario,
El siglo se hunde,
Nos haremos héroes
Con una pluma entre los pies
Y odio en los párpados
Cenizas en los cojones
Venga Lenin, robando,
Simulando
Con palacio en la calle principal
O coronel vestido de camello.

No, villanos,
A mí no me engañáis
Si el mundo se transforma
Caed en la ciénaga, al luto y a la lepra,
Al francés y a la megalomanía
Vargasvilas con cabezas de zorra,
Danunzios más baratos que un pollino podrido,
A mí no me asustáis
Con pequeños insultos que podéis repetir llenos de gozo a vuestras enfermeras.

Aquí estoy
Echando hasta morirme poemas por los dientes,
Hasta que me matéis
A veneno y a sombra.
Pero nunca, prefiero morir matando vuestros cadáveres de 50 años
Y desde hoy tendréis hundida la espada en vuestros intestinos de envidia y fracaso
Para que gritéis: “Neruda no existe”
Y os carguéis de melancolía.
Muertos; muertos en castellano, francés y pus,
Muertos en horrorosa cascada de amargura
Corred al nicho,
Ahora mismo, corred al nicho enarbolando de nuevo identidad falsificada.

Pero aún es tiempo del catolicismo,
Os quedan sotanas y nuevas posturas por ensuciar
Tristes cobardes
Os queda aún la teosofía
Y las espuelas por correspondencia.
Ya habéis escrito la biografía de papá por su hija caliente;
Y habéis empeñado las pezuñas del coronel en el Chile agricultor.
Ahora vended a vuestras madres
Y dedicaos al ciclismo.

Yo he conocido rebeldes. Artesanos
Poetas de frentes limpias y manos limpias,
Seres humanos
Pero no peste, pus y callos como vosotros.
Conocedme.
Soy el que sabe y el que canta y no podréis matarme
aunque os partáis las venas
Y volváis a NACER ENTRE MIERDAS.
ADIÓS A MUERTE
ADIÓS A VIDA
FRACASADOS.
AQUÍ ESTOY CON HARINAS Y SIMIENTES
AQUÍ ESTOY HACIENDO PÁJAROS
VENID A MI HORRIBLES SERES MUERTOS
A CLAVAR CADÁVERES EN MI ALMA
PARA QUE EN VUESTRA MUERTE, EN EL
HORRIBLE OLOR DE MUERTE DE VUESTRAS MUERTES
OS AYUDE A SALIR DE LAS TUMBAS AMARGAS
EN QUE ESTARÉIS LLENOS DE BABA PÚTRIDA
CON EL OLVIDO A CUATRO LABIOS
Y UNA VÍBORA NEGRA EN LA GARGANTA.