Todos los días rezo
esta oración
al levantarme:
Oh Dios,
no me atormentes más.
Dime qué significan
estos espantos que me
rodean.
Cercado estoy de
monstruos
que mudamente me
preguntan
igual, igual que yo les
interrogo a ellos.
Que tal vez te
preguntan,
lo mismo que yo en vano
perturbo
el silencio de tu
invariable noche
con mi desgarradora
interrogación.
Bajo la penumbra de las
estrellas
y bajo la terrible
tiniebla de la luz solar,
me acechan ojos
enemigos,
formas grotescas me
vigilan,
colores hirientes lazos
me están tendiendo:
¡son monstruos,
estoy cercado de
monstruos!
No me devoran.
Devoran mi reposo
anhelado,
me hacen ser una
angustia que se desarrolla a sí misma,
me hacen hombre,
monstruo entre
monstruos.
No, ninguno tan
horrible
como este Dámaso frenético,
como este amarillo
ciempiés que hacia ti clama con todos sus
tentáculos
enloquecidos,
como esta bestia
inmediata
transfundida en una
angustia fluyente,
no, ninguno tan
monstruoso
como esta alimaña que
brama hacia ti,
como esta desgarrada
incógnita
que ahora te increpa
con gemidos articulados,
que ahora te dice:
“Oh Dios,
no me atormentes más,
dime qué significan
estos monstruos que me
rodean
y este espanto íntimo
que hacia ti gime en la noche”.
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