Zdzislaw Beksinski
Refugiado
en una taberna nauseabunda, putrefacta, charlando con beodos habituales de este terruño del planeta, embriagado, infeliz, inhalando el agrio humo del tabaco,
el cual invade en su totalidad aquel lugar tétrico, me encuentro con una copa
de vino y un recuerdo de tiempos pasados. Hastiado ya de cruzar palabras con
aquellos borrachos anónimos, indómitos y de aspecto lúgubre, me digno a salir
de la cantina. Tambaleando entre sillas y mesas logro dar con la puerta de
salida. Al salir, la noche inmensa me abofetea con su aliento gélido, el viento
ruge en la soledad, luces someras alumbran las callejas impúdicas.
En
medio de aquel frío verdugo, caminando entre ladridos de canes y sirenas de
ambulancias con sus melodías fúnebres, aprecio una silueta ennegrecida entre la
niebla espesa, agitando su mano enérgicamente desde el otro lado de la calle.
Con la mirada perdida en la infinitud de la noche, cruzo la avenida a tientas
entre muros invisibles, con el objetivo de averiguar cual es el motivo del
movimiento realizado por aquel ser incógnito. Al llegar al lugar, me percato de
que no hay absolutamente ningún individuo, más el incidente no me produce mayor
cuestionamiento, ya que en el mismo instante continuo avanzando sin recordar
siquiera por que había cruzado a dicho lugar desde la otra acera.
Entre
pasos ebrios, estrepitosos, los cuales rompen el silencio infinito del
anochecer, avanzo, parsimonioso, incauto. Mi vaho se mezcla con la neblina
blanquecina, el cigarrillo entre mis dedos se consume entre bocanadas endebles
y el soplido del viento, mi cabeza lánguida intenta buscar el horizonte, cuando
nuevamente aparece aquella silueta espectral, delante de mí, gesticulando
eufóricamente con ambos brazos a escasos metros de mi mirada atónita. Esta vez
no solo aprecio una sombra bruna, sino además un color rojizo infernal
contorneando todo su cuerpo, lo cual me hizo quedar estupefacto, con las
piernas trémulas y una sequedad insólita en la boca.
Absorto
en aquella callejuela funesta, con los huesos quebrantados por el frío abrupto
de un invierno austral, aquella silueta escapada desde un abismo del averno, se
acerca precipitadamente, hasta quedar a escasos centímetros de mi cuerpo
rígido. Soportando un respiro tórrido en mi rostro, comienzo a sentir unos
calosfríos que descienden desde mi cuello hasta mis pies, un pánico colosal me
asedia enérgicamente, una extraña mezcolanza entre el calor del Sahara y el
frío de la Antártida empieza a envolver mi cuerpo. Abstraído por aquel panorama
lóbrego, caigo de bruces en un charco de agua pútrida. Sintiendo mi rostro
empapado de aquel líquido rancio, el cual desprendía un hedor repugnante, me
levanto precipitadamente y observo a mí alrededor: soledad y nada más. Aquella silueta
fantasmagórica había desaparecido nuevamente sin dejar rastro alguno.
Deslizando mí brazo por mi rostro, me desprendo de aquellas gotas infestas, y
continuo avanzando, esta vez, con el corazón estremecido y la mirada cautelosa.
Al doblar una esquina corrompida por los años, me detengo a encender un
cigarrillo bajo una farola de luz tenue, en ese instante, siento un leve golpe
en mi hombro, aterrado, giro mi cabeza, mis ojos recorren el lugar, pero solo
aprecio la luz ligera del farol, y tras de ella una oscuridad perpetua. Al
momento de volcar mi cabeza a su posición, advertí un hecho que me dejo sin
habla: mi sombra, mi sombra se había desvanecido en medio de aquella noche.
este es el que mas me gusta de todos!
ResponderEliminarMuy bueno, saludos hermano.
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