Pablo
de Rokha: el patriarca olvidado de la poesía americana.
Primeros
pasos poéticos
Durante el verano de
1958, en la sureña ciudad chilena de Lautaro, apareció sorpresivamente desde
una calle secundaria el poeta Pablo de Rokha. Llevaba una gorra con visera
caída sobre la frente, un largo y raído abrigo de tweed y un enorme maletín
bajo el brazo. Al ver al grupo de amigos que lo estaba observando les dijo
“Compañeros, vengo desde Los Ángeles con unas tremendas ganas de comerme unas
patitas de vaca que aquí son las mejores del sur”. El grupo de amigos lo llevó
inmediatamente a un solar cercano donde la dueña de casa les preparó el plato
pedido. Mientras comían, alguien tocó la guitarra y al ritmo de tonadas y
recuerdos vaciaron chuicos y damajuanas hasta avanzadas horas de la madrugada.
Esa era la forma
habitual en que el poeta recorría la república. Miles de personas recuerdan
hasta el día de hoy al toro furioso de retumbante voz y largas zancadas,
infinitamente tierno con los amigos y fiero como nadie con los enemigos. A pie
o a caballo, sobre una mula o en carreta, en tren de tercera o pidiendo
aventones a los camioneros, llegaba hasta los más alejados villorrios de Chile
a visitar amigos, a comerciar y a dejar una huella poética de su paso. A veces
vendía los enormes libros que el mismo editaba y otras los cambiaba por especies.
Antes de entregarlos, estampaba con grandes letras una afectuosa dedicatoria al
destinatario.
Pablo de Rokha nació
con el nombre de Carlos Díaz Loyola el 17 de Octubre de 1894 en Licantén, un
pequeño pueblo cercano a la costa en el centro de Chile. Fue el mayor de 23
hermanos. Sus padres fueron José Ignacio y Laura, que tenían veintiún y catorce
años respectivamente cuando nació el poeta. La familia provenía de antiguos
latifundistas que se habían empobrecido a raíz de la política librecambista
implantada en el país después de 1850.
Por el año 1897, don
José Ignacio trabaja como jefe de resguardo en las aduanas cordilleranas y
viaja continuamente con Carlos, su hijo mayor. El futuro poeta pasa parte de su
infancia en el fundo Pocoa de Corinto, administrado por su padre. Allí tiene
sus primeros contactos con el mundo del campesinado, con el peón, el arriero,
el contrabandista y el gran propietario, así como con sus distintos códigos de
vida. Ve los primeros signos de la miseria, contempla la explotación y la lucha
por sobrevivir en medio de esa naturaleza indómita.
En 1901 empieza a
estudiar en la Escuela Pública Nº 3 de Talca. Conoce las primeras letras y
rápidamente se entusiasma con el poder expresivo que percibe en ellas. No tarda
en transformarse en un pequeño lector voraz, un autodidacta que crece
velozmente al amparo de sí mismo. En 1905, al trasladarse su padre a Lonquimay,
el poeta decide acompañarlo, interrumpiendo sus estudios por un año. En
Lonquimay se conecta con el mundo mapuche y el más riguroso clima cordillerano.
Conoce contrabandistas y cuatreros, machis y charlatanes, vive en rucas indígenas,
juega a la chueca, aprende a preparar el charqui, a derribar los piñones de las
araucarias, a cazar perdices, zorzales y torcazas, a domar caballos salvajes y
a perseguir cerdos del monte. Al regreso, ingresa al Seminario Conciliar de San
Pelayo de Talca. Conoce la Biblia y la filosofía tomista, aunque también accede
clandestinamente a autores como Voltaire y Rabelais. Allí permanece hasta 1911,
cuando es expulsado por ateo. La firmeza y rebeldía de su carácter, así como su
fortaleza física, llevan a que sus amigos y compañeros de aquel entonces lo
apoden “el amigo Piedra”. Fue un apodo que lo acompañó hasta su muerte y con el
que se sentía muy complacido.
Ese mismo año viaja a
Santiago y se instala en una pensión de la calle Gálvez. Cursa el sexto año de
humanidades y al terminar se matricula en la Universidad de Chile para seguir
las carreras de Derecho e Ingeniería. Conoce a varios escritores, entre ellos
Jorge Hübner Bezanilla, Daniel de la Vega, Angel Cruchaga Santa María, Juan
Guzmán Cruchaga y Vicente Huidobro. La noche y el ambiente literario
santiaguino lo cautivan hasta el punto de llevarlo a abandonar los estudios y
dedicarse por completo a la vagancia y la bohemia. Es el momento en que adopta
el nombre de Pablo de Rokha y garrapatea sus primeros versos. Su carácter
idealista, altanero y apasionado le permite convertirse rápidamente en uno de
los principales líderes del movimiento literario santiaguino. Se le empieza a
querer y a temer con parecida intensidad. Simultáneamente escribe para los
periódicos La Razón y La Mañana y publica sus primeros poemas en la revista
Juventud de la Federación de Estudiantes. Descubre la filosofía de Nietzsche y
la poesía de Walt Whitman, de la que se siente muy cercano. Vuelve a Talca en
1914 y allí recibe de regalo un libro de poemas titulado Lo que me dijo el
silencio, firmado con el seudónimo Juana Inés de la Cruz. El nombre de la
autora era Luisa Anabalón Sanderson. Pablo de Rokha lo critica con dureza, pero
no puede evitar enamorarse de la autora, más tarde conocida como su esposa
Winétt de Rokha. El poeta se presenta en la casa de sus futuros suegros con una
actitud gallarda y decidida señalando que era poeta y a mucha honra. No recibe
a cambio una buena acogida y se enemista con su suegro, don Indalecio, hasta el
punto de retarse mutuamente a duelo. Antes de la fecha acordada, el poeta rapta
a la joven Luisa y se casa de inmediato con ella. Años más tarde el poeta
recordará el incidente con sus suegros: “¡Qué se había creído! El coronel
Anabalón enseñándole urbanidad a mi heroísmo, como un elefante que le tirase la
barba al mundo y más encima la suegra peluda y metafórica como el patíbulo.”
***
El primer libro de
Pablo de Rokha se publica bajo el nombre de Versos de infancia en una antología
de la revista Selva lírica. Se aprecia allí la huella del romanticismo y de la
filosofía de Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche. También influyen en los
temas de ese texto las ideas anarquistas que predominaban en Chile gracias a la
difusión de los emigrantes europeos que seguían llegando al país. De ese primer
libro sólo se conserva un poema, “Genio y figura”:
Yo
soy como el fracaso total del mundo, ¡oh Pueblos!
El
canto frente a frente al mismo Satanás,
dialoga
con la ciencia tremenda de los muertos
y
mi dolor chorrea de sangre la ciudad.
Aún
mis días son restos de enormes muebles viejos,
anoche
“Dios” lloraba entre mundos que van
así,
mi niña, solos, y tú dices: “Te quiero”,
cuando
hablas con “tu” Pablo, sin oírme jamás.
El
hombre y la mujer tienen olor a tumba;
el
cuerpo se me cae sobre la tierra bruta
lo
mismo que el ataúd rojo del infeliz.
Enemigo
total, aúllo por los barrios,
un
espanto más bárbaro, más bárbaro, más bárbaro,
que
el hipo de cien perros botados a morir.
Posteriormente publica
el poemario El folletín del diablo en la revista Claridad, mientras se gana la
vida con la compra y venta de productos agrícolas. En 1918 publica un pequeño
libro en versos alejandrinos con una fuerte carga anarquista titulado Sátira.
En 1922 publica su
primera obra de estructura mayor, Los gemidos, de la cual no se vendieron más
de una docena de ejemplares. Parte del resto terminó como papel para envolver
carne en el matadero de Santiago. Paralelo a Desolación (1922), de Gabriela
Mistral, y a Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), de Pablo
Neruda, el libro fue recibido con indiferencia por la crítica y el público. Con
Los gemidos se inicia una poesía de ruptura. La mayoría de los críticos
chilenos de la época descalificaron o ignoraron el libro. Ciertamente que no
había precedentes sobre un libro de esas características: enorme, pretencioso,
totalizador; un extenso canto en prosa poética que intentaba expresar la crisis
nacional y los desbarajustes de los procesos sociales en marcha. De Rokha
integró elementos de la economía, la política, la religión, la sexualidad, la
vida cotidiana y el conjunto de contradicciones de la vida moderna como parte
de la condición degradada del ser humano. Los gemidos fue un libro que rompió
con la tradición naturalista y modernista a través de la búsqueda de una
escritura que se identificara lo más cercanamente posible con las
contradicciones sociales e históricas de Chile y América Latina. Fue el primer
texto antipoético del país y quizás del mundo. Igualmente, se le considera un
precursor del surrealismo. Dividido en siete largos párrafos, el poema se
inicia con una exaltación al propio cantor:
“Yo canto, canto sin
querer, necesariamente, irremediablemente, fatalmente, al azar de los sucesos,
como quien come, bebe o anda y porque sí: moriría si NO cantase, moriría si
cantase el acontecimiento floreal del poema estimula mis nervios sonantes, no
puedo hablar; las ruidosas, trascendentales epopeyas me definen, e ignoro el
sentido de mi flauta; aprendí a cantar siendo nebulosa, odio, odio las
utilitarias, labores, zafias, cotidianas, prosaicas, y amo la ociosidad ilustre
de lo bello; cantar, cantar, cantar…- he ahí lo único que sabes, Pablo de
Rokha!”.
Entre 1922 y 1924,
Pablo de Rokha vive en San Felipe. La provincia y el campo lo seducen tanto
como la gran ciudad y el ambiente literario. A fines de 1924 se traslada a
Concepción, donde funda la revista Dínamo. En ella publica en 1925 parte de su
libro Cosmogonía. Entre ese año y 1927, el poeta publica cinco libros, cuatro
de poesía y uno de estética. El estilo narrativo se convierte en versículo
libre y continúan las composiciones con características surrealistas. De todos
ellos emana una voz angustiada, solitaria y triste.
Es el tiempo en que
empieza a recorrer Chile para vender sus libros y cuadros. Su único elemento
disuasivo es su imponente físico y su voz de mariscal de campo que sube de tono
cuando alguien se niega a sus requerimientos. Llega a cada pueblo y como un
Chichikov gogoliano comienza a visitar a las autoridades civiles, luego sigue
con los regimientos y concluye en las casas de los agricultores más ricos.
Muchos de ellos, que jamás han leído o escuchado un poema, terminan con un
grueso libro de Pablo de Rokha adornando sus menguadas bibliotecas.
En 1927 publica cuatro
libros: Heroísmo sin alegría, U, Suramérica y Satanás. El primero es un ensayo
sobre el arte y la estética, mientras que los otros son libros centrados en las
vivencias y nostalgias del poeta. Satanás toma uno de los temas fundamentales
de Los gemidos, el que representa la lucha entre Dios y Satán, el Dios
incomprensible y el anti-Dios que está caído como el hombre (un tema que deriva
de Nietzsche). Suramérica está construido como una larga oración, sin
puntuación ni separación de párrafos. El texto, enteramente manuscrito por
Winétt en planchas de linóleo, representa un experimento único en la literatura
chilena. El otro libro de ese momento, Heroísmo sin alegría, es un intento
estético con diversas temáticas, que se basa en las ideas de Sigmund Freud y
Friedrich Nietzsche. Enfatiza el concepto del artista como un superhombre de
raza dionisíaca que posee una fuerza cosmológica capaz de comprender y recrear
el universo. De esta manera, el creador imita a Dios y a la Naturaleza en su
tarea de ordenar la vida por intermedio del lenguaje.
U es un libro extraño,
con rasgos futuristas, a ratos caótico, anárquico, grotesco, irónico,
tragicómico y donde las asociaciones libres dejan entrever doloridos gritos
poéticos de auxilio ante la asfixia de la tecnificación urbana:
“John
Rockefeller defeca un telegrama sin ombligo.
………………………………………………………………………………….
la
fruta inmensa de un zepelín destripado
cae
desde el árbol de la esfera contemporánea de faroles
encima
de las colmenas multiplicadas y humosas
aplastando
las gargantas eléctricas…”.
“Einstein
camina
por la nada con el tiempo en los bolsillos panorámicos;
y
no se le cae el planeta:”
“Europa
bebe champaña en el bidet de Ida Rubinstein,
y
los guerreros automáticos del catorce
abonan
las tierras heridas mejor que el guano de las marquesas”.
***
Hacia 1929, y pese a
estar ya sintiendo los ecos de la gran crisis económica mundial, Pablo de Rokha
continúa preocupado por la originalidad de la escritura, publicando dos libros
ese mismo año:Escritura de Raimundo Contreras y Ecuación.
En Escritura de
Raimundo Contreras se realza la vida de un campesino de la zona central de
Chile como una especie de símbolo de los valores nacionales. Este personaje,
vitalista, temerario, pícaro y desenfadado, es un alter ego del propio De
Rokha:
“hay
que ver a Raimundo libre, fuerte en pelotas desensillando
estrellas
desnudas y soles chúcaros en este instante que huele
a
quillay descuerado mierda enderezando la verija como toro
oliendo
las montañas sudorosas
porque
empuña la vida y los cuchillos de la vida en majestad de
guaripola
único”.
Ecuación, por su parte,
intenta codificar en unas pocas frases la idea del poema como una expresión del
orden universal. De Rokha necesita hacer del poema un receptáculo de las
contradicciones existentes entre conciencia y realidad. Con este texto termina la
primera etapa del trabajo poético de Pablo de Rokha, con un desarrollo propio
de la escritura, una temática basada en el mundo chileno y latinoamericano y la
formalización de personajes y acciones que se poetizan en imágenes y metáforas.
Despreciado
por el Partido Comunista
A partir de 1930 se
inicia un nuevo ciclo en la obra del poeta que se caracteriza por el contenido
social y bíblico. Son los años en que el poeta ingresa al Partido Comunista, es
candidato a diputado y luego es expulsado del partido en 1940. Su desinterés en
amoldarse a la disciplina partidaria y sus ataques furibundos contra camaradas
más antiguos le granjea la enemistad de la alta dirigencia comunista. El poeta
se defiende a través de su revista Multitud: “La campaña sistemática y
subterránea de la pequeña fracción intelectual del Partido perjudica al partido
y daña, en su reputación política a un escritor que cumple heroica, estricta y
rigurosamente sus deberes democráticos…”. A pesar de la expulsión, el poeta
sigue colaborando con el partido permanentemente. Mientras tanto, trabaja en la
Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, se convierte en presidente
de la Casa América y colabora entusiastamente con el Frente Popular. Van
naciendo sus hijos: Carlos, Lukó, Tomás, Carmen, Juana Inés, José, Pablo, Laura
y Flor. Carmen y Tomás mueren muy pequeños, mientras que Carlos y Pablo mueren
trágicamente algunas décadas más tarde. Pese al profundo dolor que le significa
la pérdida prematura de dos de sus retoños, el poeta se siente confortado
viendo crecer su clan familiar:
“Cuando
los perros mojados del invierno aúllan, desde la otra vida,
y,
desde la otra vida, gotean las aguas,
yo
estoy comiendo charqui asado en carbones rumorosos,
los
vinos maduros cantan en mis bodegas espirituales;
sueña
la pequeña Winétt, acurrucada en su finura triste y herida,
ríen
los niños y las brasas alabando la alegría del fuego,
y
todos nos sentimos millonarios de felicidad, poderosos de
felicidad,
contentos
de la buena pobreza,
y
tranquilos,
seguros
de la buena pobreza y la buena tristeza que nos torna
humildes
y emancipados,
…entonces,
cuando los perros mojados del invierno aúllan, desde la
otra
vida…"
El poeta debe redoblar
sus esfuerzos para mantener a la numerosa familia. Edita sus libros y sale a
venderlos; compra, vende o trueca una gran variedad de especies; viaja, da
conferencias, asiste a mítines políticos, escribe columnas de opinión, enseña,
polemiza, ataca, se defiende y contraataca y no descansa jamás, como si la
duración de la vida fuese insuficiente para la magnitud de la obra que se
desarrolla en su mente. A ratos la nostalgia lo invade y le canta al pasado
intentando revivir las cosas desvanecidas por el tiempo:
“Ahora
yo me acuerdo de Licantén, a orillas del Mataquito,
me
acuerdo de la casa aquella, como de polvo, con duraznos, con
membrillos,
con naranjos, con un farol, si, con un farol
en
la esquina de la noche y con palomas
llorando
más arriba del pueblo del sueño…”.
Tan
grande como Whitman
De Rokha se ve a sí
mismo como el otro gran eslabón poético de América, junto a Walt Whitman,
formando juntos y desde flancos diferentes una escritura que le da un nuevo
sentido al continente, un sentido unificador, vitalista y orgulloso que
trasciende la contingencia política e incluso la contingencia histórica. “El
continente americano ha producido dos estilos en la literatura —dice el poeta
al ser entrevistado por el escritor Mario Ferrero— el de Walt Whitman y el mío.
Pero Walt Whitman recuerda, no imita el versículo de la Biblia y el gran
barroco monumental mío no recuerda a nadie”.
Entre 1932 y 1938,
Pablo de Rokha se dedica al periodismo a través de artículos en el diario La
Opinión. Durante esos años, la enemistad con Pablo Neruda se profundiza y encuentra
cauce en artículos como “Epitafio a Neruda” (1933) y “Esquema del plagiario”
(1934). El centro del ataque rokhiano a Neruda se basa en la acusación de
plagio y en la falta de compromiso político. De Rokha también ataca a Vicente
Huidobro, a Joaquín Edwards Bello, a Eduardo Anguita, a Pedro Prado y al
controversial crítico literario Alone. Obsesionado por un concepto de
compromiso social ilimitado, extiende sus críticas tanto a los políticos de
derecha como a los de izquierda, entre estos últimos el poderoso comodoro
Marmaduke Grove y el futuro presidente de la república Pedro Aguirre Cerda.
Esta actitud de poseedor de la verdad absoluta en el terreno moral, representa
en el poeta un foco dominante de su trabajo creativo.
La poesía rokhiana se
vuelca desde entonces en la defensa de la democracia, el socialismo y el
antifascismo. En 1937 publica Imprecación a la bestia fascista y en 1938, Cinco
cantos rojos. Ligados ambos textos al realismo socialista, en ellos se alaban
figuras literarias y políticas como Stalin, Trotsky, Lenin y Gorky. Además de
estos libros, de Rokha dedica largos poemas a figuras bíblicas: Jesucristo
(1933) y Moisés (1937). En estos libros busca un equilibrio entre la épica
heroica y el compromiso social. El poema Jesucristo exalta la figura de Cristo
como conductor del pueblo judío, mezclando lo histórico con lo legendario. En
él se unen el mesías, el revolucionario y el poeta, y es cronológicamente el
primer canto político del autor. Un crítico de la época, Claudio Arteaga, le lanza
una advertencia en la revista Hoy de ese 20 de mayo: “Escribir sobre el Hijo
del Hombre tiene su precio”.
Moisés continúa este
mismo estilo y temática aunque estructurado en largos versículos en el estilo
de las fuentes bíblicas como el Éxodo, el Levítico y el Deuteronomio. El poema
narra la odisea de Moisés y del pueblo hebreo desde el episodio de la zarza
ardiente hasta la muerte del personaje en Jericó. Estos libros-poemas rechazan
la tendencia realista militante que imperaba en sus otros libros y dejan de
manifiesto la permanente contradicción de la obra rokhiana.
Gran temperatura (1937)
es su siguiente libro y está centrado en los temas de la soledad, el tiempo, la
muerte y la liberación revolucionaria. A la luz de la finitud y la limitación
de su historia personal, el poeta opone la voluntad humana como entidad social
que tiene valores fundamentales: el sentir, el pensar y el luchar. En 1939, De
Rokha inicia la publicación de la revista Multitud, que irrumpe en un clima de
gran actividad política, corroborada por el triunfo de Pedro Aguirre Cerda y el
Frente Popular en las elecciones. En Multitud coexisten textos sobre urbanismo,
poemas, crítica literaria, ensayos políticos, avisos comerciales y sesiones del
Senado. La estructura general de la revista permite que el fenómeno singular se
disuelva en lo total, haciendo coexistir autores tan disímiles como Rimbaud,
Lenin, Gorki o Lautréamont. La revista tiene un formato y unas letras enormes,
como la mayoría de los libros del autor. Todo en De Rokha parece tener ese
sello, ese sentido provocador, grandilocuente, desproporcionado, estridente,
como quien busca dejar la huella de su suela bien marcada sobre este mundo. En
el primer número de Multitud, de julio de 1939, aparecen dos artículos del
poeta: “Exaltación del hombre mediocre” y “Teoría de la diatriba”. En el
primero se critica a los funcionarios mediocres del Gobierno Popular, y el
segundo es una compleja tesis sobre la importancia histórica de la diatriba, el
humor y lo pornográfico, en que se citan autores que van desde la Biblia a
Marx.
Entre 1938 y 1942, De
Rokha trabaja intensamente en actividades sociales y políticas y escribe poemas
circunstanciales, discursos y artículos políticos. También se publican algunos
trabajos estéticos nuevos que más tarde formaron parte del libro Arenga sobre
el arte (1949).
En 1942 publica
Morfología del espanto (1942), un libro con el que intenta esbozar una visión
totalizadora que pueda dar cuenta del pasado, del presente y del futuro del ser
humano. Es una tentativa por buscar una salida histórica al horror y al
pesimismo de la guerra, cantando al heroísmo de las masas y a la lucha del
individuo por salvarse de un mundo que agoniza. Sin embargo, el intento decae
finalmente en el pesimismo y el hablante poético ve imponerse a la muerte sobre
la vida de una manera definitiva:
“todos,
apabullados, agachados, arados de años y desventuras,
acogotados
de terror y sudor, arañando las apariencias, escarbando
las
apariencias, se derrumban en la muerte, sudando, todos,
y
llenan de ojos la tremenda noche de los cementerios”.
En el intertanto, el
poeta sigue buscando ser considerado como la voz oficial de los oprimidos, el
gran poeta del pueblo chileno y del Partido Comunista, pero el partido no lo
quiere, pues probablemente teme a su voz anarquizante, encabritada e
inmanejable. En un artículo-carta de Multitud el poeta expresa amargura por su
aislamiento del contexto cultural chileno y del partido que tanto ama: “Toda mi
obra y toda mi vida, están aplastadas por la conspiración del silencio, de la
calumnia y de la mentira de mis saqueadores, por el odio personal, por la
persecución subterránea de una fracción turbia, errada y minoritaria, pero muy
fuerte, enmascarada en el partido, al cual entrego día a día mi pluma, mi acción,
mi alma…”. Pero el partido le ha dado desde hace rato su bendición a Pablo
Neruda, militante dócil y disciplinado, cuya voz poética se empieza a escuchar
en Europa. Los poetas se transforman en enemigos a muerte, irreconciliables y
se atacan sin misericordia a través de la prensa y de sus propias obras. El
país, el continente y hasta el mismo contexto histórico mundial parece ser
demasiado pequeño para contener a dos egos superlativos y airados.
La
larga gira continental
En 1943, el presidente
Juan Antonio Ríos, le extiende al poeta un nombramiento para realizar una
extensa gira por el continente americano. Durante el viaje escribe varios
libros. El primero de ellos,Canto al ejército rojo (1944), había sido escrito
antes de su salida y se trata de un extenso poema en verso libre, dedicado al
ejército soviético y la lucha contra las fuerzas de Hitler.
El primer libro escrito
durante el viaje, Los poemas continentales (1945), comprende textos dedicados a
los Estados Unidos y a México. El primero es una exaltación de Norteamérica
como expresión de la lucha contra las fuerzas del Eje. El segundo ensalza los
grandes valores de la historia mexicana desde sus orígenes indígenas. El poeta,
imbuido de fervor americanista, repite junto a su esposa y un grupo de
seguidores la gran marcha revolucionaria de Pancho Villa. De otro libro de
ensayos tituladoInterpretación dialéctica de América: los cinco estilos del
Pacífico (1948), sólo puede publicar un volumen de un total de cuatro, porque
el editor argentino suspende el resto de la publicación. El libro más
importante de este período es el citado Arenga sobre el arte. En él se incluye
una serie de ensayos de estética, una colección de poemas publicados
independientemente como Carta magna del continente y un nuevo libro de Winétt,
su esposa: El valle pierde su atmósfera. La colección de ensayos insiste en la
perspectiva de que el trabajo poético americano debe ser heroico y épico y debe
sintetizar el pensamiento y el sentimiento para poder convertirse en tragedia
social. La Épica Social Americana. Carta magna del continente es la aplicación
de estas teorías y muestra una continuidad con los trabajos anteriores. Se
presenta como una serie de poemas en verso libre, destinados a cantar los hechos
del continente y la reconstrucción de su historia. En el poema “Surlandia,
pulso del mundo” manifiesta una mirada sombría de la vida norteamericana:
“He
mirado niños de frío, arañar las mañanas de Nueva York, en
Brooklyn,
escarbando con los zapatos desesperados
el
barro infernal de la ciudad sangrienta con los cementerios
clamando
por debajo de la nevazón
y
he mirado bajar a patadas al capitán negro, con sus condecoraciones
de
héroe nacional todo de luto desde los tranvías de ajedrez
del
Washington invernal asesinarlo entre los oros pálidos de
P. Street, en Dupont Circle,
he
mirado los hoteles cósmicos de Miami albergar gangsters y estrellas
de
Hollywood, banqueros, prostitutas, obispos y diplomáticos,
echando
con asco al varón de color
y
comer basuras en New Orléans a los viejos judíos que huían de
Chicago
acosados como estropajos por las jaurías inmundamente
borrachas
del Ku-Klux-Klan, abrigándose el estómago con los
poemas
de Carl Sandburg o con el delirio genital-religioso de
Sinaí
ardiendo…”.
Se destaca igualmente
en este libro el texto “Epopeya de las comidas y bebidas de Chile (Ensueño del
infierno)”, un poema en el cual las comidas y bebidas del país se mitifican y
con ellas también los seres y lugares comunes. Esta apoteosis exalta el mundo
primitivo y natural de los campesinos, los mineros, los pescadores y el campo
chileno. Un rasgo original consiste en mostrar una realidad que no aparece
comúnmente poetizada en la tradición literaria: el comer, el beber, el juego y
las diversiones del pueblo:
“Cuando
está borracho el año, el otoño, los rastrojos, los abejorros,
los
porotos, la peonada, los patrones y los lagares,
comienza
la vendimia, la cual se produce reventando pámpanos agarrados
al
sol encima de los pechos, del vientre, de los muslos
de
las muchachas, que habrán de estar de espaldas con
las
piernas abiertas, riéndose,
mientras
resuellan las carretas, sonando cerro abajo…
…grita
un chorro de vino, que anda por bajo debajo de los
subterráneos,
gritando, grita, como un animal muerto, grita
mostrándole
a la inmortalidad su verga de oro”.
Tal
como se exalta la tradición de la vendimia, se vincula en seguida la imagen de
la tarde con la angustia de la transitoriedad de la vida:
“…en
los caminos ensangrentados de Abril,
la
guitarra del otoño llorará como la mujer viuda de un soldado,
y
nosotros nos acordaremos de todo lo que no hicimos y pudimos
y
debimos y quisimos hacer, como un loco
asomado
a la noria vacía de la aldea,
mirando
con desesperado volumen, los caballos de la juventud en
la
ancha ráfaga del crepúsculo,
que
se derrumba como un recuerdo en un abismo”.
La poesía de Pablo de
Rokha ha llegado en esta etapa a un momento de equilibrio entre sus
aspiraciones individuales y sociales. A pesar de su angustia y soledad
individual, su poesía alcanza a América y al mundo con su abarcador compromiso
político. La extensa gira que realizaron Pablo de Rokha y su esposa abarca 21
países y termina en Argentina cuando el presidente de Chile, Gabriel González
Videla, reprime al Partido Comunista y el poeta renuncia a su misión.
La
desolación del poeta
Winétt de Rokha muere
de un cáncer repentino en 1951, dejando al poeta desolado. Bajo la influencia
de esta tragedia escribe “Fuego negro”, un texto en prosa poética que exalta la
memoria de la amada y que adopta a veces la estructura de la elegía y el
lamento desesperado.
“Winétt,
yo estoy parado, estupefacto, como un difunto rojo, a la ribera del hecho
fúnebre, y me quedaré allí milenios de milenios de milenios, desesperado,
anonadado, crucificado, apedreado, despedazado, frente a frente a tí,
agonizante”.
El dolor del poeta no
encuentra conformidad y busca un sentido a su desamparo:
“…soy
un cortaplumas mohoso, un candado al que se le extravió la llave en las
montañas del cementerio, un revólver que ya no se fabrica, un reloj de terror
con una gran araña en el hígado y todo el invierno en la cuerda, un tenedor con
una mandíbula partida, una carreta roja de antaño cuyo único y último buey es
un león muerto de sed en el desierto, un álamo que se incendió a cinco y medio
siglos en la Oceanía, un puñal enterrado en una tumba de la cual emergen una
rosa pura y un murciélago con mantas de agua…”.
El último poema de este
libro se llama “Grano de pólvora a una cigarra” y a través de él intenta honrar
y preservar a Winétt como una musa inspiradora permanente:
“…tranco
a tranco, empujo mi alma como un carretón viejo; y estos renglones echan humo y
pena de gran incendio como si se quemasen todas las montañas del mundo, sobre
las ruinas tremendas alto retumba el trueno; aguarda un momento Winétt: ¡voy a
golpear la Eternidad con la cacha de mi revólver…!
Pablo
contra Pablo
Por su parte, las
polémicas y disputas entre los intelectuales continúan alimentando odios y
aversiones. Mahfud Massís y Julio Tagle, yernos de Pablo de Rokha, publican una
pequeña revista llamada Polémica en la cual atacan a Neruda. Neruda responde
con poemas evasivos pero de gran efectividad y agresividad en Canto General
(1950), Odas elementales (1955) y Extravagario (1958).
El resentimiento que
embarga a Pablo de Rokha por no ser el elegido del pueblo, ni de la crítica, ni
de la prensa, ni del partido comunista, ni de la intelectualidad chilena,
americana y europea, consume buena parte de su energía e incluso de su vida. Su
ira no es gratuita. Pablo de Rokha sabe que es el mejor, el único y auténtico
creador de una escritura que da nueva vida expresiva a la tragedia del hombre,
sabe que es el auténtico revolucionario, el único poeta original y visionario,
y que sólo puede compartir el estrado con alguien como Walt Whitman. Creó en su
mente un Chile ideal, un Chile mítico, un Chile de seres vitales, trágicos y
heroicos, un Chile que se parecía más al Chile que soñamos que al país real;
pero el contexto de su época, el enaltecimiento de Pablo Neruda y la cultura
acomodaticia, hipócrita y rastrera propia de los chilenos no le perdonarán
jamás su soberbia y lo condenarán desde el comienzo al rincón más irrelevante
de la indiferencia. El valor de su poesía nunca será considerado en ningún
estudio importante y su figura no recibirá el respeto merecido, sino más bien
será vituperado como un simple personaje pintoresco de las letras chilenas.
Con la publicación de
Neruda y yo (1955), De Rokha culmina una serie de diatribas antinerudianas
sobre la persona y la obra de Neruda. El libro es una imprecación rabiosa y
obsesiva que intenta demostrar la invalidez de la poesía nerudiana y del
compromiso político del futuro Premio Nobel de Literatura. Para De Rokha,
Neruda es un plagiador, un mistificador de los trabajadores y un artista y
militante falso. Además de atacar a Neruda, en el libro se ataca el sistema
literario chileno, que ha levantado la impostura de Neruda.
En 1958 publica Idioma
del mundo. Escrito en prosa poética, es una mezcla de ficción e historia. Hay
aquí un intento por convertir la historia universal en poesía a través de una
actitud reflexiva sobre lo que se dice. Actuando por medio de una acumulación
de elementos, el poeta sitúa el trabajo poético muy cerca de una épica
histórica, en la cual se describen, narran y establecen relaciones contextuales
y se liberan conexiones entre los fenómenos sociales de diferentes culturas y
épocas.
En el texto “Romance de
emigraciones” cuenta el desarrollo de los éxodos universales que cumplen los
pueblos de diferentes épocas con un determinismo histórico convertido en
maldición:
“Poetas
de la ruina y el escombro social, su vocabulario es su espanto; comedores de
escabeche y aceitunas, bebedores de aguardiente, degustadores de miel, aceite y
leche ácida, el higo y el vino los acariciaron y el coyote y la hiena risueña y
vil; o cruzaron el Mediterráneo gritando con una alfombra persa en la garganta;
por el estrecho de Behring, en la península de Alaska, erraron los tramos de
los arcos volcánicos de la espina dorsal andina, seguidos del perrito de los
milenios y bajaron a Yucatán, en el gran culo del Caribe, en el cual fundaron
el barroco insular americano…”
Pablo de Rokha siente
cercano su fin y piensa que este será su último libro. La angustia por la
proximidad de la muerte se traduce en un aire epilogal y totalizador que
recorre las palabras y junto a ellas la figura espectral de Winétt que le sigue
penando:
“…todos
están muertos y el muerto principal soy yo, yo mismo, íntegro, porque murió mi
tiempo, cuando murió mi sueño y el objeto de mi vida, tú, LUISA ANABALON
SANDERSON; ahora, la inmensa capital metropolitana del gran Santiago, me parece
un mar sin navíos, sin pájaros, sin viajeros, un mar sin mar, oscuro y
desesperado, en el cual la miseria relampaguea en la oquedad, a la manera de
las astillas de los barcos lanzados contra los acantilados de las playas
remotas del mundo; un aroma a bodega de hacienda de viuda, abandonada entre
tinajas de antaño, asciende del país silvestre; y cuando yo ando, estoy seguro
de despertar con las pisadas, las antiguas edades y los sepulcros viejos del
pueblo, que no comió y murió luchando por la felicidad ajena.”
En contraste con el
ánimo delirante y agónico de Idioma del Mundo, en 1960 el poeta publica Genio
del pueblo. En él retoma las experiencias de la infancia y adolescencia y crea
un mundo de personajes sacados de su contexto real en el campo. En la obra
confluyen 111 personajes. Neruda aparece con el nombre de Casiano Basualto y
nuevamente es satirizado por De Rokha. Se trata de una exposición dialogada en
que los personajes mayormente de extracción campesina, enlazan sus problemas
cotidianos con el destino de Chile y del mundo. Aunque se mantienen los temas
anteriores, en este nuevo texto demuestra la necesidad de continuar aceptando
vivir en plenitud a pesar del dolor y de la obsesión de la muerte. Este fresco
de personajes tiene como foco dominante el tema de Chile y de su gente, que se
expresa por medio de muleros, mineros, prostitutas, huasos, vaqueros,
campesinos, cantoras, pescadores, artesanos y marinos. También aparecen figuras
latinoamericanas como el bandido Joaquín Murieta y el dirigente sindical
chileno Luis Emilio Recabarren. El autor mismo tiene varios alter egos que
exponen sus ideas: Juan de Dios Pizarro, Raimundo Contreras, Juan de Dios
Alvarado y otros.
El
último canto del Macho Anciano
Al comenzar la década
del sesenta, el poeta ha perdido algunos amigos y se ha enemistado con otros,
por lo que se siente más solo que nunca en el plano personal y literario. Con
la publicación de Acero de invierno (1961) intenta mantener la idea de una
poesía militante incluso en el invierno de su vida, buscando descartar aquel
lugar común sobre el conformismo de la vejez. Formado por diez extensos poemas
que incluyen tres estilos y temas primordiales: el de una épica
nacional-popular, el de la angustia frente a la muerte y el de los cantos de
estilo social. Ya sea cantando al poroto o al campeonato de rayuela, el poeta
revive su contacto con las raíces vernaculares que había iniciado con las
comidas y bebidas. Hombres, mujeres y objetos se transforman en actos y hechos
simbólicos que muestran facetas de la vida humana generalmente incomprendidas
por la lírica tradicional. Dentro de este libro, el “Canto del macho anciano”
expresa toda la angustia del poeta degradado por el paso del tiempo y la
decadencia social. El poema es una especie de testamento poético del autor, una
forma de despedida que habla del dolor de los que sufren, de los que pierden,
de la inexorabilidad de la vida y del dolor que le provoca su permanente
desencuentro con el resto del mundo. El poeta mitifica el ardor de su juventud
y la compara con la agonía de su final, con la soledad, la desintegración
social y la muerte:
“Sentado
a la sombra inmortal de un sepulcro,
escarbo
los últimos atardeceres,
y
pienso, casi convencido, que ya todo es inútil…”.
“Ha
llegado la hora vestida de pánico
en
la cual todas las vidas carecen de sentido, carecen de destino, carecen de
estilo y espada
carecen
de dirección, de voz…”.
“…y
restan las chaquetas solas del ágape inexorable, las risas
caídas
y el arrepentimiento invernal de los excesos,
en
aquel entonces antiquísimo con rasgos de santo y de demonio,
cuando
yo era hermoso como un toro negro y tenía las mujeres
que
quería y un revólver de hombre a la cintura”.
“Ruge
la muerte con la cabeza ensangrentada y sonríe pateándonos,
y
yo estoy solo, terriblemente solo, medio a medio de la multitud que amo
y
canto, solo y funeral como en la adolescencia, solo, solo entre
los
grandes murallones de las provincias despavoridas,
solo
y vacío, solo y oscuro, solo y remoto, solo y extraño, solo y
tremendo,
enfrentándome
a la certidumbre de hundirme para siempre en las tinieblas
sin
haberla inmortalizado con barro llorado,
y
extraño como lobo de mar en las lagunas”.
“No
fui dueño de fundo, ni marino, ni atorrante, ni contrabandista
o
arriero cordillerano
mi
voluntad no tuvo caballos ni mujeres en la edad madura
y
a mi amor lo arrasó la muerte azotándolo con su aldabón
tronchado,
despedazado e inútil y su huracán oliendo
a
manzana asesinada”.
En el extenso poema
“Rotología del poroto”, cuenta las diferentes maneras culinarias de utilizar el
popular alimento a lo largo de Chile y a través de estas formas establece
conexiones con una realidad degradada por la miseria y la injusticia social:
“…el
poroto con cochayuyo y cuero de chancho que se comía en las
cocinerías,
fragantoso
a hembra chilena, ajisoso y cebolloso, que degustarían
los
peones si los patrones del campesinado no fueran
bandidos
o la futrada contemporánea no agusanada por
maricones
o poetoides más o menos siúticos y
desintegrados,
es
cosa muy buena y en las chinganas del otoño, cuando los mostos
remotos
echan a volar su tórtola azul en las bodegas y las
vendimias
dionisíacas están de espaldas,
cuando
los duraznos huelen a guardados y la Martita Palavecino saca su
refajo
de lana y su calzón de pólvora que conmueve la
población
entera de Chincolco en leguas a la redonda,
las
primeras lluvias nos hacen sobarnos los huesos del corazón y como
estamos
solos o andamos en tomas con antiguos
energúmenos
borrachos,
y
acariciando la desgarrada sopaipilla amasada en la manteca nacional de
los
últimos cerdos del mundo, con lágrimas tan pálidas que
parecen
mares de sangre, la primera prieta
canta
como esa tórtola negra y abandonada en la callana completamente
viuda
para nunca”.
“…no
como el poroto del suicida, aliñándolos con escarnio o con
zapallo
desesperado,
como
el poroto rojo y terrible de los levantamientos populares y
la
gran batalla por el pan, la paz y la libertad del mundo”.
“…no
escucho ahora la carcajada gloriosa de los aserraderos
ni
el vientre enorme de los lagares y los toneles acumulando
abejas,
ni la ferretería colosal de los navíos, ni la
oratoria
del sol ensangrentado de la minería y sus vastas
y
rugientes palas mecánicas, ni los cencerros mediterráneos
de
los ganados,
agarro
mi cuchara de pelo de muerto entre los dientes,
y
como los porotos enfurecidos, los porotos-leones, los porotos-
águilas,
los
porotos-chacales de la patria tratada a patadas por el destino”.
En 1962, una nueva
tragedia golpea su vida familiar. Su hijo Carlos muere por una sobredosis de
fármacos. También poeta y con un prestigio ascendente, debió lidiar con una
esquizofrenia que lo mantuvo varias temporadas en tratamiento psiquiátrico.
Nunca se pudo establecer si su fin correspondió a una muerte accidental o a un
suicidio. Su padre escribe una “Carta-perdida a Carlos de Rokha” en que llora
al hijo desaparecido y le pide perdón por haberle dado la vida. La carta
termina con el siguiente párrafo:
“Adiós,
Carlos de Rokha, hasta la hora en que nos volvamos a
encontrar
jamás, en todos los siglos de los siglos, aunque sean
racimos
de vestigios, los átomos desesperados que nos hicieron
hombres”.
En 1963 publica Canto
de Fuego a China Popular. En 1964, el poeta fue invitado por el gobierno chino
a visitar el país para que escribiera un libro sobre la experiencia
revolucionaria china. Sus huéspedes, con una sonriente y delicada amabilidad,
le permitieron vagar un poco durante algunas semanas; pero luego el Ministro de
Educación-Mao Tung-le preguntó si estaba reuniendo materiales para su obra. De
Rokha contestó que, al conocer la extraordinaria realidad del país, se había
dado cuenta de que necesitaba un mínimo de cinco años para tratar el tema. La
respuesta fue que podía permanecer invitado todo el tiempo que requiriese. —Eso
estaría bien y lo agradezco—, repuso el poeta —pero soy un hombre de edad y
deseo morir en mi patria. Le propongo otra solución, camarada ministro. Puedo
escribir poemas sobre China—. La sugerencia fue aceptada. Aquel mismo año
escribe “China Roja” y continúa reafirmando esta posición de compromiso en sus
libros Estilo de masas (1965) y Mundo a mundo: Francia, primer estadio (1966).
El año 1965, Pablo de
Rokha recibe el Premio Nacional de Literatura. Ante los periodistas manifiesta:
“Me llegó demasiado tarde, casi por cumplido y porque creían que ya no iba a
molestar más”.
En 1966 aparece un
pequeño libro panfletario titulado Tercetos dantescos a Casiano Basualto. Es
una nueva diatriba contra Neruda al que insiste en acusarlo de plagio
literario, impostura política, traición y corrupción ideológica. Es su último
libro.
El 21 de marzo de 1968
se suicidó su hijo Pablo con un disparo de revólver. Usó para ello el arma que
le fuera obsequiada a su padre por David Alfaro Siqueiros durante su visita a
México. El poeta, desolado, sólo atinó a decir estas palabras:”Pues bien, mi
hijo se mató. Yo no le reprocho nada. Si me duele en las entrañas es cosa mía.
Pablo de Rokha hijo vivió como un hombre y murió como un hombre; yo lo respeto.
Lo dijo Epicuro y yo lo repito: si la muerte no está en nosotros, no la temamos
porque no está. Y si ella está con nosotros, no la temamos porque nosotros ya
no estamos. Este viejo pedazo de carne que yo soy, compañero, puede irse al
fondo de la materia cualquier día de estos. No quiero la muerte, pero no la
temo”.
El 10 de septiembre de
1968, el poeta Pablo de Rokha se levantó temprano y se cubrió los hombros con
su viejo y gastado abrigo de tweed. La mañana estaba silenciosa en torno a
aquella casa de Valladolid 106 de la comuna de La Reina. Como a las nueve llamó
a su hija Lukó para coordinar la hora en que lo pasaría a buscar para asistir a
un control médico. Probablemente fue una excusa del poeta para despedirse de su
hija. Ella fue la última persona que escuchó su voz.
Como a las diez de la
mañana se escuchó el disparo de un revólver. Algunos pájaros volaron asustados.
Era la descarga del Smith & Wesson del poeta, la misma arma con que su
hijo y secretario se había matado en julio de ese año. Cuando su hija entró a
la casa lo halló sentado en su silla con la cabeza inclinada hacia atrás, los
anteojos de montura negra le colgaban de una oreja y de la boca le manaba una
vertiente de sangre. No había carta o nota de despedida sobre el escritorio,
quizás porque su verdadero epitafio lo había escrito 46 años antes en su obra
Los gemidos:
“Aquí
yace ‘Juan el carpintero’; vivió setenta y tres años sobre la tierra,
pobremente, vio grandes a sus nietos menores y amó, amó, amó su oficio con la
honorabilidad del hombre decente, odió al capitalista imbécil y al peón
canalla, vil o utilitario; —juzgaba a los demás según el espíritu—’.
Las
sencillas gentes honestas del pueblo veíanle al atardecer aplicando a sus hijos
el valor funeral de las cosas del mundo; anochecido ya, cantaba ingenuamente
junto a la cuna del rorro. —un olor a virutas de álamo o quillay, maqui, litre,
boldo y peumos geniales perfumaban el ambiente rústico de la casa, su mujer sonreía;
no claudicó jamás, y así fue su existencia.
Ejerció
diariamente el grande sacerdocio del trabajo desde el alba, pues quiso ser
humilde e infantil, modesto en ambiciones; los domingos leía a Kant, Cervantes
o Job; hablaba poco y prefería las sanas legumbres del campo; vivió setenta y
tres años sobre la tierra, falleció en el patíbulo, por revolucionario.
R.I.P."
¡Excelente, Jorge Muzam!
ResponderEliminarFelicitaciones por su artículo, señor Musam.
ResponderEliminarVerónica Tagle de Rokha