La actividad de la
Oficina de Investigaciones Surrealistas
El hecho de una
revolución surrealista en las cosas es aplicable a todos los estados del
espíritu, a todos los géneros de la actividad humana, a todos los estados del
mundo en medio del espíritu, a todos los hechos de moral establecida, a todos
los órdenes del espíritu.
Esta revolución apunta
a una desvalorización general de los valores, a la depreciación del espíritu, a
la desmineralización de la evidencia, a una confusión absoluta y renovada de
las lenguas, al desequilibrio del pensamiento.
Apunta a la ruptura y
la descalificación de la lógica a la que perseguirá hasta la extirpación de sus
reductos primitivos.
Apunta a la
reclasificación espontánea de las cosas según un orden más profundo y más
preciso, e imposible de dilucidar mediante la razón ordinaria, pero de todos
modos un orden, y sensible a cierto sentido.... pero igualmente sensible y un
orden que no forma del todo parte de la muerte.
Entre el mundo y
nosotros, la ruptura está claramente establecida. Nosotros no hablamos de
hacernos comprender, sino en el interior de nosotros mismos, con rejas de
angustia, con el filo de una obstinación encarnizada, conmocionamos,
desequilibramos el pensamiento.
La oficina central de
las investigaciones surrealistas dedica todas sus fuerzas a la reclasificación
de la vida.
Hay que instituir una
filosofía del surrealismo, o lo que pueda surgir.
Para hablar claro no se
trata de establecer cánones o preceptos, sino de encontrar:
1) Medios de
investigación surrealista en el pensamiento surrealista.
2) Fijar parámetros, medios
de reconocimiento, conductos, islotes.
Podemos, debemos
admitir hasta cierto punto una mística surrealista, un cierto orden de
creencias evasivas en relación con la razón ordinaria, pero sin embargo bien
determinadas, relativas a puntos bien precisos del espíritu.
El surrealismo, más que
creencias, registra un cierto orden de repulsiones.
El surrealismo es ante
todo un estado del espíritu, no preconiza recetas.
El primer punto es
ubicarse en el espíritu.
Ningún surrealista está
en el mundo, se piensa en el presente, cree en la eficacia del
espíritu-espolón, el espíritu guillotina, el espíritu-juez, el espíritudoctor y
resueltamente se confía del lado del espíritu.
El surrealismo ha
juzgado al espíritu.
No hay sentimientos que
formen parte de él mismo, no se reconoce ningún pensamiento. Su pensamiento no
le fabrica un mundo al que razonablemente acepta. Desespera de alcanzar el
espíritu.
Pero al fin y al cabo
está en el espíritu, se juzga desde el interior, y ante su pensamiento el mundo
no pesa excesivamente.
Pero en la
intermitencia de cierta pérdida, de cierta falencia en sí mismo, de cierta
reabsorción instantánea del espíritu, verá aparecer la bestia blanca, la bestia
vidriosa y que piensa.
Porque es una Cabeza,
la única Cabeza que emerge en el presente. En nombre de su libertad interior,
de las exigencias de su paz, de su perfección, de su pureza, escupe sobre ti,
mundo librado a la insensibilizadora razón, al mimetismo empantanado de los
siglos, y que ha construido tus casas de palabras y establecido tus repertorios
de preceptos donde es imposible que el espíritu surreal no explote, el único
capaz de desenraizarnos.
Estas notas que los
imbéciles juzgarán desde el punto de vista de lo serio y los astutos desde el
punto de vista de la lengua, son uno de los primeros modelos, uno de los
primeros aspectos de lo que entiendo por la Confusión de mi lengua. Están
dirigidas a los confusos de espíritu, a los afásicos por interrupción de la
lengua. Y, sin embargo, están justo en el centro de su objeto. Aquí no
comparece el pensamiento, aquí el espíritu deja ver sus miembros. Son notas
imbéciles, notas primarias como dice aquel otro, "en las articulaciones de
su pensamiento". Pero notas verdaderamente precisas.
Un espíritu bien
ubicado descubrirá en ellas un perpetuo resurgimiento de la lengua, y la
tensión después de la ausencia, el conocimiento del desvío, la aceptación de lo
mal formulado. Estas notas desprecian la lengua, escupen sobre el pensamiento.
Y, sin embargo, entre
las fallas de un pensamiento humanamente mal construido, desigualmente
cristalizado, brilla una voluntad de sentido. La voluntad de aclarar los
desvíos de una cosa aún mal hecha, una voluntad de creencia.
Aquí se instala cierta
Fe, pero que lo coprolálicos me entiendan, los afásicos y en general todos los
desacreditados por las palabras y el verbo, los parias del Pensamiento.
Hablo sólo para ellos.
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