Los pequeños puntos y los grandes ángulos
aquellos que atraviesan sobre nuestros cuerpos como por un
puente
aquellos que visten como para el catafalco
y despiden olor de sepultados.
Qué saben ellos de la vida sin esperanza
agobiada en las cavernas subterráneas
¡oh catacumbas de ciudades de bronce!
y tan fútil esta existencia bajo las caparazones fangosas
que los días les han forjado
y tan mal hechas para la miseria culpable
y tan lejos de los mordaces estallidos de la risa.
Qué saben de esta atroz alienación
que nos clava como banderillas.
Respóndeles Joseph Delteil
diles cómo era preciso haber conocido
el grado cero de la angustia
para, enseguida, dejarse llevar
por el éxtasis sin fronteras
nacido de las fábricas del espíritu.
La cerveza hace eructar
como los poemas de los vagabundos de la escritura
desencadenan los ladridos de los perros vigilantes
de la Crítica A Cordas,
meados y gelatinosos Kirittiks
(Daumal volverá un día y ése será
el festín de los muslos de críticos
que escupen lágrimas diamantinas o palabras gangrenadas).
El poeta no oye nada de nada
él ha enredado las ondas de su memoria
ha perdido el sentido innato de las palabras-rebanadas con
dulce de membrillo
él no percibe ya el estrépito indigesto de los rugidos
y los pedos asmáticos de hombres-estiletes biliosos.
Joseph Delteil, somos la única e incisiva generación,
aquella que el tiempo no embota
y que por otra parte, no es temporal
de la cual ya nadie oirá hablar
con la MUERTE DE LOS POETAS
y el gran sacrificio expiatorio es inmediato
puesto que el mundo ha decretado que, que, que
¡qué fastidio oír bramar otros animales que no sean ciervos!
Fatigado y triste universo
e infinitamente indiferente
como sólo saben serlo aquellos que de tanto nutrirse
han caído en somnolencia execrable,
Cerebros ahítos de bocadillos secos con la aprobación
de las ligas de la Virtud exacerbada y del Caballo Blanco
devorados por la prosperidad de boca balbuceante
Vos Cortex
¡Oh, cenizas anubarradas de los ojos de los hombres!
Y estoy para siempre aniquilado
y podrido de confusión
y ya no quiero ser aliviado
y no cambiaré nunca.
¡Sí!, odio en lo humano aquello que me recuerda a la bestia
y aquel que es incapaz de mostrar odio
es un extranjero del amor
y azotarse la cabeza contra los muros
nada resuelve
porque los muros tienen otros gatos para fustigar
y que evidentemente, amamantar (¿malentendido?)
y desde luego, mi necesidad de amor vertical
mas, me rehúso a respirar allí donde ellos aspiran
el aire húmedo que corrompe las gargantas
y sin embargo sí, cedo
mis pulmones que nada comprenden
de mis razones paralelas
razón, crac crac, razón crac crac
y apretar los dientes, no basta
y derramar lágrimas de acero
en los abismos luminosos de mis mejillas
ya no me hace sufrir
sino reír como caimán
puesto que ya no soy un niñito-frágil-frágil
sino, un hombre de pelo en pecho
oh, grande
oh, saco voluminoso, huesos viejos
veintiún, para ser preciso
y en efecto he dicho todo
y ya no sé qué era lo que tenía que decirte J.L. Martínez
pero poco importa, puesto que somos locos
sin haber perdido la razón (Emmanuel-que-viste-la-nada)
y pronunciar la palabra mierda con
la boca fruncida
no es desalentador para el cordero enfermo
que bala bajo mis cabellos,
que las definiciones parcelarias del mal-explosión
de los doctos de pompas de jabón
no lo son para la conciencia-crisol
en donde el ser esencialmente vaporoso e integral
se proclama su depositario
ya que, quien busca su lenguaje personal
se compromete con un camino en que los esputadores no faltan
donde los espejos no reflejan a menudo más que escrotos
donde el marfil de las nubes no es más que un espejismo
por otra parte como todo el resto
y entonces, qué resto
y sobre todo, sobre la nieve de mi grito
derramando soledades
nos deslizamos Joseph, nos deslizamos
para aceptar eso no tengo suficiente testículo
y empacarlo.
¡A mí, Rimbaud!
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