viernes, 24 de abril de 2015

Pedro Antonio Gonzalez - Oda al peo.


Yo te saludo, ¡oh emanación del poto!
Augusto prisionero
que llegas a golpear el agujero
con vivísimas ansias de lo ignoto.
Pero, ¡ay, más espantosa
que los negros volcanes de la tierra
es la tapada fosa
que tus gigantes ímpetus encierra!
Ahí se guardan, es cierto,
Infinitos olores,
Aunque no son las perfumadas flores
con que se ostenta aderezado el huerto;
aquello no es Edén: es calabozo
donde yace un egregio ciudadano
bajo las iras de un feroz tirano
cuyo nombre modula tu sollozo.
¡Ese nombre es el ano!
Cuando sacudes, con esfuerzo nulo
las paredes del culo,
aunque los necios dicen que eres feo,
(por envidia mortal, según calculo),
afirmo que eres nuevo Prometeo.
Tras áspero camino
por el negro canal del intestino
llegas del traste a la fruncida puerta;
allí te atajas por algún instante,
oculto, acaso, por un pliegue fino;
entonces ruges, parecido al Noto
y, forzando las válvulas del poto,
¡arremetes y pasas adelante!
¡Y grande maravilla!
Cuanto más horrendo era el calabozo
que momentos atrás te aprisionara,
más grande es el estruendo,
más grande la algazara
con que al mundo pregonas tu alborozo.
Sale, oh fluido inmortal; ¡Tú no varías!
Sucédense los reyes;
termínanse las leyes
como si fuesen días;
igual se muda el Papa;
terribles convulsiones
alteran todo el mapa;
los amigos se pierden
y la mujer olvida
los tiernos y amorosos juramentos
que prometiera un día;
sólo tú, ser gaseoso, no varías.
De noche, o bien de día,
en la calle, en la mesa o en la cama
eres el mismo siempre; eres sincero.
Bajo la seda de la airosa dama,
o el flamante vestón del caballero;
en la vesta papal cardenalicia;
bajo el traje pomposo de los zares
y en la severa toga de justicia;
por tierras y por mares,
en el calzón de sucia verdulera
o bajo el poncho del mugriento roto
apareces, de idéntica manera,
de entre la misma lobreguez del poto.
Por campos y ciudades,
¡sarcasmo de mundanas vanidades!
predicas, convencido,
santa humildad a muchos infelices;
que, si no llega al oído,
la comprenden, al menos, las narices...
¡De mí nunca receles
que intercepte tu paso noble y fiero!
Hallarás, al contrario, siempre franca
la puerta del trasero.
Sal, pues, sin antifaz de disimulo.
¡Deja ese estrecho nido!
¡Y el canto conocido
lanza, vibrante, en el umbral del culo!.

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