No tengo voz
para elogiarte, hermano mío.
Si me
inclinara sobre tu cuerpo que la claridad va a dispersar,
Tu risa me
rechazaría.
El corazón
entre nosotros, durante lo que se llama impropiamente una hermosa tormenta,
Da en tierra
varias veces,
Mata, cava e
incendia,
Luego renace
más tarde en la dulzura del hongo.
No necesitas
un muro de palabras para exaltar tu verdad,
Ni las volutas
del mar para ungir tu profundidad,
Ni de esta
mano febriciente que nos rodea la muñeca,
Y suavemente
nos conduce a derribar un bosque
En donde el
hacha son nuestras entrañas.
Está bien.
Vuelve al volcán,
Y nosotros,
Que lloremos,
asumamos tu relevo o preguntemos:
"¿Quién
es Artaud?' a esa espiga de dinamita de la que ningún grano
se separa,
Para nosotros,
nada habrá cambiado,
Nada, sino
esta quimera viviente del infierno que se despide
de nuestra
angustia.