Un hilo de oro
se descuelga del amanecer.
Es el oficio
que no prospera.
Con asco
gritan las horas y revientan las penumbras.
Culpable y
mentiroso sólo albergo cosas perdidas.
Las astillas
de mi heterojundio complican el miedo.
Qué hombre he
de ser, qué cirrosis me corroborará la razadura.
Es cierto que
una cerveza me derrumbó.
Y nada
prospera.
El ojo sordo
embotella el tránsito hacia territorios sin vuelto.
Y necesito lo
que se contraiga del suelo
y evolucione
en su esplendor y nido.
Y necesito lo
que asume la voz cuando calla
y saber por
qué soy triste y asemejo dulzores
y por qué el
tirón del frejol me despedazó.
La tierra aún
así de brazos amoratados extiende
las corolas y
los peces salvan la inocencia.
Sólo quise ser
ángel en esta ciudad de murciélagos.
No más
unicornios de miedo.
No más el
temblor derramado.
Pero la noche
me siniestró,
pero la noche
facturó ya
de agonía,
de desprecio,
de hábitos,
de olvido,
y fue
irrecuperable la ternura
y ya cantó el
gallo y ya vámonos.
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