Nada se pierde
con vivir, ensaya:
aquí tienes un
cuerpo a tu medida
Lo hemos hecho
en sombra por amor a las artes de la carne
pero también en
serio
pensando en tu
visita como en un nuevo juego gozoso y doloroso;
por amor a la
vida, por temor a la muerte y a la vida,
por amor a la
muerte
para ti o para
nadie.
Eres tu cuerpo,
tómalo, haznos ver que te gusta como a nosotros este doble regalo que
te hemos hecho y
que nos hemos hecho.
Cierto, tan sólo
un poco del vergonzante barro original,
la angustia y el
placer en un grito de impotencia.
Ni de lejos un
pájaro que se abre en la belleza del huevo,
a plena luz,
ligero y jubiloso, sólo un hombre:
la fiera vieja
del nacimiento, vencida por las moscas, babeante y rebosante.
Pero vive y
verás el monstruo que eres con benevolencia
abrir un ojo y
otro así de grandes,
encasquetarse el
cielo, mirarlo todo como por adentro,
preguntarle a
las cosas por sus nombres
reír con lo que
ríe,
llorar con lo
que llora,
tiranizar a
gatos y conejos.
Nada se pierde
con vivir, tenemos todo el tiempo del tiempo por delante
para ser el
vacío que somos en el fondo.
Y la niñez,
escucha:
no hay loco más
feliz que un niño cuerdo
ni acierta el
sabio como un niño loco.
Todo lo que
vivimos lo vivimos ya a los diez años más intensamente;
los deseos
entonces se dormían los unos en los otros.
Venía el sueño a
cada instante,
el sueño que
restablece en todo el perfecto desorden
a rescatarte de
tu cuerpo y tu alma;
allí en ese castillo
movedizo eras el rey, la reina, tus secuaces,
el bufón que se
ríe de sí mismo,
los pájaros, las
fieras melodiosos.
Para hacer el
amor allí estaba tu madre
y el amor era el
beso de otro mundo en la frente,
con que se
reanima a los enfermos,
una lectura a
media voz,
la nostalgia de
nadie y nada que nos da la música.
Pero pasan los
años por los años y he aquí que eres ya un adolescente.
Bajas del monte
como Zaratustra a luchar por el hombre contra el hombre:
grave misión que
nadie te encomienda;
en tu familia
inspiras desconfianza,
hablas de Dios
en un tono sarcástico, llegas a casa al otro día, muerto.
Se dice que
enamoras a una vieja, te han visto dando saltos en el aire,
prolongas tus
estudios con estudios de los que se resiente tu cabeza.
No hay alegría
que te alegre tanto como caer de golpe en la tristeza
ni dolor que te
duela tan a fondo como el placer de vivir sin objeto.
Grave edad, hay
algunos que se matan porque no pueden soportar la muerte,
quienes se
entregan a una causa injusta en su sed sanguinaria de justicia.
Los que más bajo
caen son los grandes,
a los pequeños
les perdemos el rumbo.
En el amor se
traicionan todos,
el amor es el
padre de sus vicios.
Si una mujer se
enternece contigo le exigirás te siga hasta la tumba,
que abandone en
el acto a sus parientes,
que instale en
otra parte su negocio.
Pero llega el
momento fatalmente en que tu juventud te da la espalda
y por primera
vez su rostro inolvidable en tanto huye de ti que la persigues a salto de ojo,
inmóvil, en una
silla negra.
Ha llegado el
momento de hacer algo parece que te dice todo el mundo
y tú dices que
sí, con la cabeza.
En plena
decadencia metafísica caminas ahora con una libretita de direcciones en la
mano,
impecablemente
vestido,
con la modestia
de un hombre joven que se abre paso en la vida,
dispuesto a
todo.
El esquema que
te hiciste de las cosas hace aire
y se hunde en el
cielo dejándolas a todas en su sitio.
De un tiempo a
esta parte te mueves entre ellas como un pez en el agua.
Vives de lo que
ganas, ganas lo que mereces, mereces lo que vives:
eres, por fin,
un hombre entre los hombres.
Y así llegas a
viejo como quien vuelve a su país de origen después de un viaje interminable
corto de
revivir, largo de relatar,
te espera en ti
la muerte, tu esqueleto con los brazos abiertos,
pero tú la
rechazas por un instante,
quieres mirarte
larga y sucesivamente en el espejo que se pone opaco.
Apoyado en
lejanos transeúntes vas y vienes de negro,
al trote, conversando
contigo mismo a gritos, como un pájaro.
No hay tiempo
que perder, eres el último de tu generación en apagar el sol
y convertirte en
polvo.
No hay tiempo
que perder en este mundo embellecido por su fin tan próximo.
Se te ve en
todas partes dando vueltas en torno a cualquier cosa como en éxtasis.
De tus salidas a
la calle vuelves con los bolsillos llenos de tesoros absurdos:
guijarros,
florecillas.
Hasta que un día
ya no puedes luchar a muerte con la muerte y te entregas a ella,
a un sueño sin
salida, más blanco cada vez, sonriendo, sollozando como un niño de pecho.
Nada se pierde
con vivir, ensaya: aquí tienes un cuerpo a tu medida,
lo hemos hecho en
la sombra por amor a las artes de la carne pero también en serio,
pensando en tu
visita
para ti o para
nadie.
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