Ávidas
aves de rapiña oscurecieron el cielo de mi juventud.
El
aire era una mezcla repugnante de incienso y pólvora: el humo del Poder.
Los
genocidas cantaban alabanzas a los dioses crueles, borrachos de
odio
y aguardiente.
Todos
los caminos amenazados de sombras cobardes, llevaban a la muerte.
Las
espigas semejaban puñales desenvainados.
Las
mazorcas de maíz se volvieron de plomo.
La
esperanza dejó de ser verde en las cafetales de luto y sangre.
Los
pájaros huyeron de espanto y los espantapájaros de lástima
Los
arados murieron de infertilidad, los campesinos de asesinato, Dios
de
vergüenza.
La
noche enrojeció del fuego de la venganza.
El
cielo un enorme cráter sin estrellas ni ángeles.
La
tierra se llenó, de locura, soledad y lamento.
La
patria dividida en víctimas y verdugos abdicó su destino y se precipitó
en
el infierno.
Átila
cabalgaba en el lomo de los Andes y los llanos con un revólver a
diestra
y un Cristo en bandolera. Lucía el uniforme de los mercenarios y era
socio
del hisopo que bendice el crimen con agua bendita.
Sembró
de cruces los campos de arroz, pero primero arruinó la cosecha
de
espigas.
Desbordó
los ríos de sangre, los mares de lágrimas, pero antes secó las
fuentes
de la vida y de toda esperanza.
El
sol huyó a su paso, mensajero de fatalidad. Decapito el águila del
escudo
soberano y en su lugar instaló un cuervo horrendo, tenebroso,
símbolo
del poder que alimentaba sus abismales delirios.
Ahogó
la amistad con el escapulario del fanatismo. En su epopeya de
iniquidades
ostentaba una bandera política y otra religiosa que no
representaban
la dignidad de la Patria ni los mandamientos de Cristo.
Trapos
piratas, sucios de sectarismo.
Los
colores falsificados:
Amarillo,
el cobre de la abyección.
Azul,
la bastarda complicidad del cielo.
Rojo,
la llamarada crujiente del infierno.
¡La
Patria en exilio!
El
poder sin moral es ciego y enemigo del espíritu
A
falta de razones inventa la violencia para justificar su locura y regir a
los
hombres con leyes de muerte.
Entonces
el crimen sustituye a la justicia para salvar el principio de
autoridad
y restablecer el orden con la paz de los sepulcros.
No
fue fácil empresa para los virtuosos del genocidio, pero hicieron lo
posible
y también lo increíble.
Por
desgracia, los únicos testigos que sobrevivieron al drama fueron los
verdugos.
Más, en homenaje a las víctimas, nunca olvidaremos.
Melo
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