Uróboro
extracto
H.H.
comienza a hostigarse de sus días de soledad, masturbándose con viejas revistas
pornográficas de los kioskos azules, deambula gran parte del día con su pene en
estado de erección, lo cual lo mantiene un tanto preocupado, por ello, al no
conseguir a ninguna mujer en su cotidiano, decide requerir los servicios de una
meretriz. Para no ir de manera solitaria al lupanar, decide llamar a un amigo,
P.P, cocainómano por excelencia y gran bebedor de vino y otros manjares. Hombre
de buena facha, calvo y ojos derribados, siempre se encontraba a disposición
para hacer chocar las copas. Se reúnen en Nataniel Cox con Alameda un viernes
por la noche, alrededor de las 20:00 hrs. considerando que reinaba el invierno,
y entran al cabaret The Pipos, piden una botella de pisco y van al lavabo a
esnifar un par de gramos de coca. Comienzan a beber, a hablar sempiternamente,
a fumar como condenados. Llegan dos chicas de alrededor de veinte años y se
sientan con ellos, les sonríen de forma erótica y juegan con la cremallera de
sus pantalones, una le susurra en el oído a H.H. que ponga tres billetes de
$10.000 en su calzón y la siga hasta una pieza. H.H. obedece. Busca en su
cartera tres billetes y los pone jugueteando dónde le ordenaron, mientras le
muerde el pezón derecho y con la otra mano le acaricia suavemente la vulva a
través de su calzón. Observa a P.P, y ve que tiene a una rubia de 1.50 mts. entre
sus piernas, le está introduciendo el dedo índice con suavidad por su vagina
desflorada, poniendo el calzón hacía el lado y deslizando la palma de su mano
por un monte de Venus rasurado. P.P. mira a H.H. y ambos sonríen con complicidad,
una morena de caderas firmes se lleva a H.H. por unos pasillos repletos de
puertas, lo introduce en una, y comienza a bailar en la cama mientras H.H. se
desnuda. Ella juega con sus pechos sureños, más tarde supo que era oriunda de
Osorno, y él se quita la ropa con celeridad, mientras se lanza como un jaguar a
la cama dónde ella comienza a practicarle sexo oral, felación, irrumación, la
profundidad de una garganta majestuosa, antes de comenzar la penetración, ella
saca un condón como por arte de magia y lo deposita en su pene, lo cual
produjo, con ayuda de la cocaína, que aquel se emblandeciera. Sus deseos eran
arduos, quería como ha de lugar concertar el coito, pero su pene no cedía, al
tener contacto con el profiláctico entró como en una clase de pánico, su mente
anhelaba con todas las fuerzas penetrar a aquella morena que seguía intentando
con su boca lograr una erección, la cual le susurraba que si lo lograba le
cedería su ano por el mismo valor cancelado, pero era completamente infructuoso,
decidió retirarse con dignidad de la sala, mientras la morena quedó en la cama
sumida en pensamientos ajenos. Pero
al salir de la habitación, caminando por un pasillo interminable, observa por
una puerta semi-abierta, y ve con ojos picaros como la rubia le está
practicando sexo oral a P.P. que yace sentado en una silla fumando con los
pantalones abajo. Se queda mirando, y siente que la sangre comienza a correr
por su cuerpo, lentamente su pene se va poniendo duro otra vez, y comienza a
masturbarse en el pasillo, de manera parsimoniosa, hasta cuándo lo estremece un
ruido y se percata que viene la morena caminando por el pasillo acomodando sus
pechos en el brasier, ella lo mira con desconcierto, pero él se arroja hacia
ella como un desesperado, la toma del brazo y la introduce en la habitación
dónde está P.P. con la rubia, los cuáles se estremecen ante llegada tan abrupta.
Lo que sucedió aquella noche jamás llegó a oídos del autor.
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