(Aldo Pellegrini, Juan José Ceselli, Francisco Madariaga)
La acción subversiva de la poesía.
(Extraído de Para contribuir a la confusión general, 1965)
Hay una fuerza en el hombre,
proveniente del simple hecho de vivir, que condiciona su destino de modo fatal.
Esta fuerza se vuelve visible a cada momento a través de las manifestaciones del
amor, que tiende a trascender del individuo en una comunión con el todo, tiene
sus propias leyes irreductibles a los esquemas racionales. La poesía aparece
como expresión de ese impulso hacia el cumplimiento de un destino vital, y la
fatalidad de ese destino se revela en la poesía como un hecho indiscutible. La
poesía no es, por consiguiente, un lujo o un divertimiento, sino una necesidad,
del mismo modo que lo es el amor. Todas las otras necesidades, aun las más
perentorias, están subordinadas a esos dos, que en definitiva son los dos
aspectos de una misma energía primordial que le confiere su verdadero sentido a
la vida. Si penetramos profundamente en el significado del viejo refrán
"No sólo de pan vive el hombre" comprobaremos que la lúcida sabiduría
popular llega a una convicción análoga. Prescindir de la poesía equivaldría a
renunciar a la vida.
Considerado así, lo poético no
reside sólo en la palabra; es una manera de actuar, una manera de estar en el
mundo y convivir con los seres y las cosas. El lenguaje poético en sus
distintas formas (forma plástica, forma verbal, forma musical) no hace más que
objetar de un modo comunicable, mediante los signos propios de cada lenguaje
particular, esa fuerza expansiva de lo vital. Como consecuencia, el mundo poético
está en todos, en la medida en que cada hombre es un ser integral. La clara
consigna de Lautréamont, "La poesía debe ser hecha por todos", no
tiene otro sentido. Aquel que ignora la poesía es un mutilado, tal como lo es
aquel que ignora el amor.
La última afirmación podría
sugerirnos la idea de que vivimos en un mundo de mutilados, pero no es así: lo
que habitualmente encontramos no es la falta de impulso poético sino su
represión. Y está reprimido porque vivir hacia lo ilimitado, como exige la
poesía, es decir, vivir en la dimensión total, no resulta conveniente para las
fuerzas opresoras que dominan el mundo. Aceptar ese modo de vivir significaría
prestarle al hombre un carácter casi divino, lo que no interesa a los
detentadores del poder, que prefieren considerar al hombre como un objeto, como
algo inmóvil y sin dimensión. Para anular a la poesía se ha creado toda una
organización de falso pudor, parecida a la que existe para limitar la extensión
del amor. Por el crimen de pornografía se condena al amor sin trabas. Parecida
condena de pornografía amenaza a la poesía auténtica, sin trabas. Los dos
procesos que abren el camino de la libertad, de la aventura, de lo imprevisto y
de la exaltación, se ven constreñidos a la categoría de parias sociales.
Abierto el camino de la libertad
por la poesía, se establece automáticamente su acción subversiva. La poesía se
convierte entonces en instrumento de lucha en pro de una condición humana en
consonancia con las aspiraciones totales del hombre. Ceder a la exigencia de la
poesía significa romper las ataduras creadas por el mundo cerrado de lo
convencional.
Esta función de ruptura no pasa
inadvertida para quienes aspiran a una convivencia basada en la sumisión.
Tampoco pasa inadvertida la importancia, la verdadera necesidad de la poesía
como factor de expresión vital. La solución contemporánea de estos dos
problemas la logran los detentadores del poder domesticando a los poetas,
volviéndolos inofensivos, para que ofrezcan un producto falsificado o
desnaturalizado que con el título de poesía reciba los honores oficiales, las
prebendas. Así se logra un alimento sustitutivo de la pasión poética, que puede
designarse con el nombre de poesía "oficial" y que es la negación
total de la poesía. Así se alcanza el ideal de los carceleros: lanzar a los
poetas contra la poesía.
Por este mecanismo de
sustitución, el verdadero poeta queda fuera de la ley, y para darle a su
engañifa características de consenso, los carceleros someten a los poetas a la
repulsa de la opinión pública. Los detentadores del poder fabrican la llamada
opinión pública, y ésta actúa dócilmente en defensa de los intereses que
propician la sumisión. La opinión pública es la opinión de los hombres sin
opinión, y éstos condenan la poesía. En el momento en que la poesía es colocada
fuera de la ley aparece como consecuencia ineludible la figura del poeta
repudiado: la poesía se vuelve maldita.
No todos los poetas ceden a la
presión del poder y de la opinión pública. Dante, Villon, Blake, Rimbaud,
Lautréamont, Artaud, agitaron en una u otra forma el látigo liberador. Pero hay
poetas que se rinden, que claudican, y esta claudicación se obtiene a veces por
los medios más indirectos. Uno de los medios indirectos de sumisión, en el que
caen a menudo verdaderos poetas es el esteticismo. El arte por el arte
significa siempre un arte sometido, que rehuye el peligro y busca el calor de
los aplausos.
Pero esto no quiere decir que la
acción subversiva de la poesía se realice mediante el tratamiento directo de
los temas de subversión. No necesita por ejemplo, cantar a la libertad (palabra
degradada por los falsarios de todos los colores) pues cantar a la libertad ha
demostrado ser uno de los recursos de los propiciadores de la esclavitud. La
libertad vive en la poesía misma, en su manera de expandirse sin trabas, en su
poder explosivo. Está implícita en el acto de la creación, en ese modo de
surgir de las zonas del espíritu donde reina la insumisión, donde es libre en
todas las dimensiones. Libre de los esquemas de la razón, libre de las normas
sociales, libre de las prohibiciones, libre de los prejuicios, libre de los
cánones, libre del miedo, libre de las rigideces morales, libre de los dogmas,
libre de sí misma. En esa zona del espíritu vive la experiencia milenaria de la
especie, vive el sentido del hombre, se forman los deseos y las formas
impulsoras de la dinámica vital. Allí se establece el vínculo real con el mundo
a través de la única vía libre que lleva al universo todo. En esa zona se gesta
el milagro, nace la excepción. La poesía tiene allí su imperio, y allí están
las fuentes de la imaginación creadora que participa con las potencias del amor
en la construcción del ser auténtico, que cuando se lo percibe dentro de sí
determina la aparición de un orgullo silencioso y secreto, un orgullo que toma
frecuentemente la apariencia de la humildad, y que es patrimonio casi
exclusivo, en su monstruosa magnitud, de los santos y de los poetas.
La acción subversiva se
manifiesta al ofrecernos la poesía la imagen de un universo en metamorfosis en
oposición al universo rígido que nos imponen las conversaciones. La imagen
poética en todas sus formas actúa como desintegradora de ese mundo
convencional, nos muestra su fragilidad y su artificio, lo sustituye por otro
palpitante y viviente que responde al deseo del hombre. Por eso la poesía
auténtica degrada a quienes aspiran a existir en un medio dominado por la
quietud, un medio pasivo, sin riesgos y sin imprevistos. Ese medio es un
esquema irreal, abstracto, desvitalizado; es el falso mundo de la seguridad,
que se parece más a un mundo de fantasmas que las más desaforadas creaciones de
la imaginación poética. Para completar la paradoja, los defensores de ese mundo
irreal se llaman a sí mismos, realistas.
Una actitud disconformista señala
el paso inicial que dirige al hombre hacia el centro de acción de la poesía. El
poeta se coloca frente a la sociedad aceptada y manejada por los conformistas.
La maquinaria social al servicio de una organización deshumanizada reduce a los
hombres a números, y cierra todos los caminos. Los que sueñan con el poder,
cualquiera que fuere el mecanismo de éste (el dinero, la fuerza, el soborno, el
chantaje, la política, el terror) tienden a reducir la conciencia de los
hombres a cero. El mundo se convierte así en un reducto sin puertas ni
ventanas, domine el patrón oro, o domine la burocracia. La poesía abre puertas
y ventanas tanto hacia afuera, hacia el mundo, como hacia adentro, hacia el
hombre.
Pero indudablemente la poesía, al
introducirnos en el misterio de lo real, nos descubre una vasta zona de
peligro, una región inquietante y turbadora. Muchas veces lo poético toma la
forma de un acto de violenta provocación y aparece como antipoético, como
negador de la creación. Cuando Marcel Duchamp expuso una rueda de bicicleta o
un portabotellas con la pretensión de que constituyesen obras de arte, realizó
un acto poético del más alto valor subversivo. Lo mismo Rimbaud, al renunciar a
la poesía, lleva a su extremo límite la actitud subversiva del poeta. La
insumisión alcanza ese límite extremo en el momento en que proclama la negación
de la poesía, y ese momento aparece cuando la poesía está seriamente amenazada
de domesticidad. Así, lo antipoético se convierte en el valor supremo de
subversión y en el mecanismo utilizado por los verdaderos poetas en defensa de
la poesía en peligro, para reconquistar su fuerza liberadora. Mediante lo
antipoético, se retorna al punto cero, en contacto con la fuente originaria,
con el fuego central.
En el proceso utilizado para
domesticar a los poetas, el aplauso, el consenso elogioso, la popularidad, son
los factores más peligrosos. El poeta que sucumbe a la tormenta de los aplausos
debe pensar que los imbéciles, que forman la gran masa de los llamados
entendidos, no se equivocan nunca: sólo aclaman lo inofensivo. El poeta debe
desconfiar de ese aplauso, de ese elogio unánime, con el que fabrican las rejas
de su prisión. Por eso Bretón lanzó un alerta lúcido a los poetas al decir:
"La aprobación del público debe rehuirse por encima de todo". Pues un
poeta domesticado por el elogio tiene más valor para los predicadores de la
sumisión que los inocentes versificadores que ellos presentan como sustituto.
El poeta domesticado se convierte en ejemplo de la inutilidad de ser libre.
Como el león domesticado, es una caricatura grotesca de un gran señor de la
libertad, y sus rugidos adquieren entonces acentos de canto de ruiseñor. No es
la confortable y estéril placidez de los parques artificiales la que conviene
al poeta; su poder combativo y creador se exalta en la sorda lucha de la selva,
y para el poeta de hoy la selva ha encontrado residencia en las grandes
metrópolis, donde brotan del suelo gigantescos rascacielos, donde la vida se ve
vuelta en la mañana inextricable y despiadada de un mundo mecanizado, y
hombres-serpientes y hombres-chacales pululan por las calles.
El humor es el elemento que
provee a la poesía de su mayor virulencia. Acerado como la luz, el humor se
constituye en la vanguardia combativa en pro de la autenticidad del ser. Con su
filo luminoso corta la oscuridad, y aporta el fuego que consume lo muerto y
reanima lo vivo. Contiene el feroz deseo del hombre en su virtualidad
renovadora, que corroe el mundo de lo inmóvil y lo opaco.
Latente o concreta, la subversión
contenida en la poesía auténtica no ofrece dudas; pero la poesía no se reduce a
un acto negativo puro: contemporáneamente a su acción provocadora afirma su fe
en un mundo mejor que responda a la íntima realidad del hombre. Por eso
sostiene una posición de recuperación de todos los antiguos mitos que ofrecen
salida al desamparo: el mito del paraíso terrenal, el mito de la edad de oro.
La poesía cree en esos mitos así como cree en la fuerza todopoderosa del amor.
En esa común pasión coinciden los poetas con los fundadores de religiones. Esa
es la causa por la que El sermón de la montaña se reúne con Así hablaba
Zaratustra en la misma defensa del hombre. También los poetas hacen suya la
memoria de los mártires que buscaron cambiar la condición humana, pues las
torturas infligidas a los santos, a los revolucionarios y a los poetas, tienen
todas el mismo significado de persecución del espíritu poético, de aniquilación
del hombre que no se resigna a un destino sórdido. En una misma veneración se
engloba a Jesucristo, Giordano Bruno, el obrero-poeta Bartolomeo Vanzetti y
Antonin Artaud.
En una época como la actual, en
la que la poesía tiende a la domesticación por los más variados mecanismos en
los más variados regímenes sociales, los poetas auténticos se encuentran
siempre alertas, aunque estén reducidos a la soledad o compelidos por la fuerza
y el terror. De pronto aparecen los Vosnesensky, los Evtuchenko para recordar
los derechos inalienables del hombre. Estamos próximos al momento en que la
revolución en defensa del hombre se desarrollará en el plano de lo poético.
No hay comentarios:
Publicar un comentario