¿Quién
era yo?
¿Quién
era aquél que al amanecer transitaba las calles
deshilachadas buscando al hombre que
juntaba mujeres
como monedas de oro para desmenuzar?
¿Quién
era el dueño de la corrupción que abría caminos en los
viejos prostíbulos para instalar las
oficinas del hambre?
¿Quién,
desde lo alto de las paralelas, arrojaba la sal de la muerte
para sazonar otras vidas que se
arrastraban como una
anfisbena de dos cabezas?
¿Quién
era aquél que barajaba hombres como barajas en el juego
inacabable de la vida y la muerte?
Yo
me levanté desde un hospital donde el juego también es a
morir y vi las camas insomnes donde
los enfermos pedían
por la vida cuando ya estaban muertos.
Yo
amanecí sin voz y sin ideas y vi las mesas donde se
consultaban los pactos con el Diablo.
Y
yo vi a los hacedores de vida que intercambiaban palabras con
pócimas a la espera de que el muerto
hablara del milagro
y luego se durmiera en esa otra vida
que no está en la vida.
Corrí
por oscuros laberintos donde el dolor festejaba la muerte
para aplacar el infierno que caía
lentamente de un gotero.
Y
vi los monstruos del día final filtrados desde las botellitas
numeradas que yacían al lado de las
camas.
Y
al Diablo que también caía desde el gotero para festejar
el triunfo que espera todos los días
desde el amanecer.
La
vida y la muerte es un juego de cubiletes que el Diablo agita
con su pulso incandescente.
Yo
era entonces todos los hombres.
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