Dioniso / Ceres / Cupido
El arte dionisíaco, en cambio,
descansa en el juego con la embriaguez, con el
éxtasis.
Dos poderes sobre todo son
los que al ingenuo hombre natural lo elevan
hasta el olvido de sí que es propio de la
embriaguez,
el instinto primaveral
y la bebida narcótica.
Sus efectos están simbolizados en la figura de
Dioniso.
En ambos estados el principium individuationis queda
roto,
lo subjetivo desaparece totalmente
ante la eruptiva violencia de lo general-humano,
más aún, de lo universal-natural.
Friedrich
Nietzsche
"La visión
dionisíaca del mundo"
Se decía que
solo el dios Dioniso (Διώνυσος Diônysos) podía beber vino puro sin ponerse a sí
mismo en ningún tipo de riesgo. Privilegio de deidad. Los demás,
insignificantes y frágiles mortales, podían pagar con la locura, la enfermedad,
la violencia e incluso la muerte si osaban beber los dones de la vid en estado
de pureza.
¿Qué imágenes
desencadena Dioniso?
Las imágenes que
resuenan a partir de este símbolo de la exuberancia, la jovialidad y la embriaguez
están menos ligadas a representarnos a él mismo como dios, y más relacionadas a
poner en visibilidad los efectos que produce a su alrededor, en su nombre, o
bajo su influencia.
Extasiados
durante el estado dionisíaco que se alcanza bajo los efectos de la bebida (o
también de cualquier psicotrópico puesto que la experiencia de la embriaguez es
informe y plástica en lo que hace a las sustancias que la permiten y facilitan)
los seres se sobrevuelan a sí mismos, se apartan de ciertos aspectos de la propia
identidad, rompen por un rato con los ciclos repetitivos que los alienan, y
desadormecen otros vectores identitarios "menos funcional-socialmente
correctos". ¿Se trata de un tipo de despertar? Probablemente algo de esto
haya en toda embriaguez. Pero de tratarse de un "despertar", ¿de qué
estaríamos hablando específicamente? Un doble juego se establece entre lo que
ha de adormecerse y lo que se despierta. Quizá se trate en la embriaguez de un
adormecimiento de nuestro Yo habitual, ese Yo más conocido por uno y por
nuestros otros más significativos, ese Yo que nos permite desplazarnos más o
menos adaptadamente por entre las redes vinculares que componen la malla
relacional cotidiana. En efecto, el Yo habitual se va disolviendo en una suerte
de trance (el grado de la disolución dependerá de la sustancia, la cantidad
consumida, los procesos psico-neurológicos del sujeto, el contexto emocional y
sensorial, y otras variables en base a las que se establecerá una mayor o menor
pérdida de control del yo) desarmando procesualmente ciertos aspectos de la
plena conciencia. Una especie de paréntesis temporal de abandono del Yo y sus
funciones controladoras se abriría mientras dure el efecto narcotizante de la
embriaguez. Con el Yo habitual en estado de "off" despertarían
nuestros inhabituales Yoes alternos, tomando estos el comando de nuestro
comportamiento, nuestro cuerpo, nuestra lengua, nuestros fluidos. En mayor o
menor grado, somos habitados por nuestras propias otredades en estado de
embriaguez. Esas otredades que sin embargo pertenecen al haz de nuestra
identidad múltiple, afloran en la experiencia embriagante. No se trata siempre
de perder por completo la conciencia y sus funciones, pero esta tiene la puerta
abierta para relajarse en su rol de Cancerbera de las pulsiones impresentables,
los deseos indecibles, las identidades ninguneadas e insignificantizadas. Y es
por eso que luego, una vez pasado el momento extasiante, miramos hacia atrás
sin reconocer (o tratando de no admitir, depende el caso y las consecuencias de
la noche anterior...) lo que hemos hecho-dicho-producido. Borrachos, nuestras
acciones adquieren una nueva autenticidad, pues se corta la ficción del libre
albedrío Y con el libre albedrío en
estado de congelamiento, lo que devenga será del orden de la necesidad
irresponsable, y en cierta medida, inocente moralmente hablando pues no hay
sujeto-centro-conciencia a quien asignarle la culpa de los eventos acontecidos.
Por eso embriagarse -sea con la sustancia que sea, vides o hash- es y ha sido
un acto humano -demasiado humano...- dado que permite despegar del suelo falso
y aparente de una yoidad sujeta por la ficción de la "libre elección ergo
responsabilidad-culpa-conciencia" y experimentar un tiempo que quiebra
esas ficciones y sus ataduras morales y moralizantes.
Los humanos
beben, fuman o se embriagan para recuperar algo de lo que han olvidado
ontológicamente en el duro proceso de amansamiento social. Incluirse se paga
rebañizandose. En consecuencia, siempre habrá algún precio a facturar por cualquier
vivencia que nos devuelva la intensidad (aunque sea por un breve tiempo) de una
existencia más libertaria. Llámese a ese "precio" a posteriori
"resaca", o arrepentimiento, o bajón, o simple vaciedad existencial.
Tomas Abraham decía en alguno de sus ensayos que al día siguiente de un exceso
nos topamos casi indefectiblemente con el hueso duro del desamparo. Y si, en
todo placer desbordado hay costos.
La recuperación
transitoria de lo liberador a la que invita la embriaguez se produce desde una
sensorialidad más abierta, una sensibilidad más autentica, seguramente más
natural, e inequívocamente menos moral. ¿El riesgo? Darnos acceso ilimitado a
nosotros mismos hacia nuestra completa animalidad olvidada. Por eso en los
excesos del beber, por ejemplo, aparece la venganza ciega, la verdad hiriente,
la agresividad física, e incluso la muerte. En la embriaguez desmedida el
sujeto corre el peligro -para sí y para otro- de volverse una Ménade sin ley
sedienta de irracionalidad, de sangre o locura. El conocimiento de sí mismo es
la única "medida" desde la que establecer una "medida
propia" que nos permita cuantificar y cualificar el "hasta
donde" de lo que consumimos. El ebrio saludable -que no por ebrio
"debe" extraviarse completamente de su propia dignidad- logra
saborear los brazos sin el dolor de cadenas, logra mover en danza los pies sin
el peso de sus grilletes, logra poner su espíritu más a salvo del resentimiento
y más cerca del devenir gozoso. A cambio de esta libertad pasajera -pero vivida
como más real, más inocente, más digna- deberá entregar el sobrevaluado control
remoto de su conciencia, inevitablemente fragilizándose en esa claudicación.
Atreverse a entregarse a estas experiencias embriagantes implica
desacobardarse. Tener el valor de Ser, pero ser sin sujeto ni sujetamiento, de
desear pero sin un objeto obligado al que conquistar, de tocar pero sin borde
nítido del que partir desde sí mismo o al que aferrarse en el otro. A quien se
atreva, Dionisos lo elevara, pero siempre en carne viva...
Dionisos...
La fecundidad
ruidosa de las risas, la belleza de seducir o ser seducido,
y también el
riesgo de la cólera o el estallido.
El placer de los
cuerpos, los rozamientos, los juegos eróticos,
y también esa
frontera disolvente que es lo orgiástico.
El olvido del
dolor, la tregua a las penas, un remanso para las pérdidas,
y también el
desgarramiento del alma.
La inspiración,
la creatividad desatada, la pura dación,
y también lo
inmanejablemente salvaje.
La verdad, los
sueños más auténticos, la voz de relaja el pensamiento endurecido,
y también la
ferocidad de lo insoportablemente cierto.
La danza, la
destrucción de la razón, la alegría saltarina,
y también la
errancia desorientada.
Las cuestiones
referidas al tratamiento de los excesos del "mal beber", sus peligros
y la preocupación ética en torno a la embriaguez han sido objeto de largas
elucidaciones por parte de los filósofos griegos. Aunque de momento me resulta
más provechoso ir un poco más hacia atrás en el tiempo a fin de detener la mirada
sobre la mítica dionisíaca en busca de nuevos aspectos genealógicos que aporten
a comprender la conexión entre el arte de beber y su deidad principal. Bajo el
número 524 en la "Antología Palatina" aparece el homérico "Himno
a Dioniso" describiéndose allí al dios del vino, sus juegos de máscaras,
sus revelaciones, sus ocultamientos trampales, y sus laberintos de excesos.
Este himno, a su vez, pega una pincelada extraordinariamente exhaustiva de
varios de los temas, asuntos y sentidos que se desencadenan con el contacto con
los frutos de la vid, o más ampliamente, con las embriagueces en general.
Cantemos al rey
que gusta del grito de Evohé, el Taurino,
de cabellera
abundante, rústico, digno de ser cantado, de hermosa figura,
de Beocia,
estruendoso, báquico, con cabello adornado de racimos,
gozoso, rico en
fecundidad, matador de gigantes, rico en risas,
nacido de Zeus,
engendrado dos veces, nacido dos veces, Dioniso,
Evio, de espesa
cabellera, de hermosos viñedos, que excita a las orgías,
celoso, muy
colérico, receloso, que procura bienes envidiables,
mitigador,
bebedor, de voz agradable, seductor,
portador de
tirso, de Tracia, miembro de un tiazo, de corazón de león,
vencedor de la
India, amable, de corona de color violeta, el Taurino,
que participa en
el festín, provisto de cuernos, ceñido de hiedra, ruidoso,
de Lidia, dios
del lagar, que hace olvidar las penas, que disipa las preocupaciones,
iniciador (en
los misterios), el que inspira, dador del vino, que toma mil formas,
el dios de las fiestas
nocturnas, pastoril, vestido con piel de cervato,
con túnica de
piel de cervato,
que lanza una
jabalina, común a todos, dador de comensales, de rubia cabeza,
propenso a la
cólera, de corazón impetuoso, que mora en las montañas umbrosas,
que frecuenta
las montañas,
gran bebedor,
errante, ceñido por muchas guirnaldas, que preside festines abundantes,
que destruye la
razón, tierno, que se retuerce bailando, vestido con piel de oveja,
saltarín,
sátiro, hijo de Sémele, vástago de Sémele,
alegre, de mirada
de toro, destructor de los tirrenos, presto para la ira,
que asusta con
sueños espantosos, húmedo, dios del himeneo, que habita en los montes,
apasionado por
los animales salvajes, temible, que gusta de sonreír, vagabundo,
de cuernos de
oro, gracioso, que relaja la mente, de mitra de oro,
que extravía el
alma, embustero, aficionado al ruido, que desgarra el alma,
maduro, feroz,
alimentado en las montañas, que hace ruido en las montañas.
Cantemos al rey
que gusta del grito de Evohé, el Taurino.
Fuente: http://gabiromano.blogspot.com
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