Extraído de "Morfología del Espanto"
Desde la botella azul del conventillo, brota la
callampa de llanto,
y se derrumba la eternidad de los desventurados, el
farol de terror
de la mina, el horror de la parición absoluta, entre
cacerolas y agonías,
cuando los inviernos muerden la reivindicación
sindical, y en la consigna,
el moho es sólo humareda.
Un mastín imperial, su estómago político araña a las
asambleas, el hambre,
el hambre de los trabajadores tronchados, el hambre,
el hambre de la culebra
de piedra, contra la piedra de la piedra
arremetiendo,
y desembarca la policía, montando su animal
destripado, bramando con las patas,
o el traidor, que come sangre de mujer, que come
vientres amargos y desesperados,
y el gran chacal social demócrata,
degollando al proletario, con sólo una hoja de papel
amarillo.
Están asesinados, jamás muertos los obreros,
ahorcó al orador la oligarquía, y él conduce a las
masas, ajusticiando,
con la lengua soberbia de la doctrina, que es una
canción roja y una gran bandera,
porque la revolución tiene eternas las entrañas, o
de puñales.
El piojo universal, el látigo y el pánico
universales, al sudor inmortal saludan,
y el explotador desnuda a la plusvalía
en todos los lechos vendidos del fascismo al
imperialismo,
porque el capital alimenta la pantera, con la carne
y la sangre espantosa del mundo;
una negra uña de amo degüella a las criaturas recién
nacidas en su cuna de llagas,
y una gran lágrima de cemento, del tamaño de una
puñalada,
grita en la garganta del trabajador,
con rugidos de montaña herida en el vientre,
el funeral de los polvorosos documentos;
en las caucheras, en las algodoneras, entre los
cuales azota la boa su jeroglífico terrible,
en las salitreras de alucinación e infierno,
encima del pantano tropical del tabaco, en el cual
arde la malaria,
amarillosamente, su ladrido,
brama el drama de los esclavos, en tambores de
pechos de muertos,
tocando la marcha hacia la nada;
nó, que se levante el puñal de todos los sepulcros
obreros,
y le cercene la lengua al capitalismo,
tremendamente, de un tajo!...
Sollozan las viudas, acariciando las bayonetas a
retaguardia,
en tristes colchones de sauce despreciado, por los
hambrientos,
asesinados por los hambrientos,
que aullaban en la propiedad ajena, y paren lágrimas
en la fatalidad de los cementerios burgueses, que
parecen regimientos destripados
por donde, únicamente, comen los cerdos de los
ricos.
Por los tubos tremendos del petróleo, enderezándose,
desde el eje del mundo al cielo,
ascienden hombrecitos pequeñitos y amarillos,
a los que azota un sapo con la “Legión de Honor” en
la barriga del cerebro,
el cual eructa un chorro de oro adentro de la
Sociedad Anónima,
asentada en trabajadores que escupen sangre, en
proletarios de sufrimiento,
con ojos grandiosos de héroes, en mujeres que
devienen piedra santa,
y el invierno agarra las pocilgas y las estrangula;
barrena las espaldas del asalariado, el sol,
disparando su fusil colorado,
la desgracia del jornalero anda a gatas, hiriendo el
estaño sangre,
y, a cien semanas de distancia, está el presidio o
el banquillo,
entre las sogas y las bocas de las horcas,
agarrotando al huelguista;
entre la caña chancada, hay materia gris, y un ojo
señala a un dedo la tragedia,
del cafetal al arrozal, la gran jornada del
crucificado, hierve de látigos y víboras,
un sudor de horror cruza el espanto, y el grito del
coolí,
es lo mismo que la galleta de veneno,
del peón o el poncho del pongo,
la maquinaria enciende la cesantía, y, los
parásitos, arando los sobacos del proletariado,
amplías masas lúgubres labran, en las maderas de
acusación de los patíbulos;
los aullidos del Mapocho parten la tarde en tres
mitades
y echan adentro el lumpen-proletariado,
por cuyos andrajos, arrastrando va la miseria su
carrito de recuerdos,
el frío patea la cabeza de los niños heridos por los
cuchillos del hambre-grande,
la garra de la bestia nazi-fascista les arranca el
corazón,
les arrasa el cielo del pecho a los trabajadores
intelectuales,
y un buitre cristiano les revuelve los sesos a los
viejos soldados de España,
porque el fusil popular los héroes, se les cubrió de
naranjas maduras.
Un latigazo de cinco mil épocas
ruge contra el lamento tremendo de los explotadores
sociales,
el horror milenario de los esclavos brama, y,
entonces, suda la cara de la tierra,
y, entonces, la Hoz y el Martillo aparecen en el
Oriente, colmados de aplausos de sol,
y, entonces, el Partido se levanta entre dos mundos;
sí, detrás de la carnicería, la revolución asoma su
garganta de espada,
y brilla la historia como un diamante rojo.
Enterrados en el enorme basural amarillos,
los rascacielos hinchan sus raíces en la sangre
social,
echando sangre y podredumbre por las chimeneas,
echando madres muertas, malas-costumbres muertas,
toses muertas,
echando humo de perros, echando fetos de muertos,
viejos muertos, sexos muertos,
pelos muertos, besos muertos, muertos muertos, ojos
muertos, lenguas muertas,
anos muertos, papeles muertos, pechos muertos, adioses
muertos,
todo lo muerto viviendo en los subterráneos de la
burguesía,
el clamor de horror de la clase obrera,
horrorizada entre las patas herradas del capital
fascista, asesino,
el puñal cargado de duraznos envenenados de la
miseria,
la mano pelada de los sub-hombres, su lengua de lata
ardiendo,
los tarritos menesterosos de comida de basura y
morgue macabra,
los vientre vacíos y mordidos por los cerdos
hambrientos,
el terror de morir en cuclillas, a la orilla de la
infinita desolación de los hijos,
muertos de terror por el terror milenario del
explotado;
un orangután sagrado y cornudo, da la bendición
papal a los cadáveres,
y se acuesta con su marido,
las bacinicas del Vaticano,
sacan la lengua y recogen la margarita de la sodomía
universal de la Iglesia,
para ofrecérsela a las masas de las tumbas, en la
pastoral de León XIII,
y el cardenal colorado monta al sacristán amarillo,
entre un escupo de campanas;
el Presidente de la República, restregando los
calzoncillos contra una piedra,
decide que fusilen a quinientos obreros, por
hambrientos,
y se atraganta de democracia y caridad de fusiles,
patea a una muchacha, que lame las murallas del
hambre,
y a la cual violaros los carabineros,
y cien curas paridos se deshacen, masturbándose,
junto al sexo de una mula rubia,
pero se avergüenzan, porque un picaflor de “El
Mercurio” canta sobre un plátano,
tremendamente desarrollado,
elaborando un editorial de homosexual contra el
Partido Comunista,
en el que cabalga “la familia” de “la bandera” del “orden”,
en dirección de los antepasados.
Mil millones de horrores edifican un abrazo
innumerable:
“Trabajadores del mundo uníos”,
del oro, del petróleo, del yodo, trabajadores del
salitre, del carbón, del cacao,
del estaño, del tabaco, del café, del caucho, del
trigo, del algodón, del vino,
del maíz, de la madera, de las fábricas, las
industrias, las usinas y el mar-océano,
uníos, cobrizos, negros, blancos o mulatos, uníos,
uníos alrededor de la gran estrella roja,
que clama trayendo el puñal y el fusil de la
revolución,
o trayendo un canasto de sol y palomas,
de pan, de paz y libertad, glorificado.
Por debajo, el canto de los esclavos, subterráneo,
repechando los milenarios,
enarca la espalda azotada, la degollada faz
deshabitada, la de llagas y babas cabeza,
el pavor animal, estupendo, de los secos pellejos
negros, la agonía,
de asfalto, frente al gran capataz-capado, que
aterra la manigua,
azotando los encadenados héroes;
piedra y sangre, dios, barro y sangre, todos los
mundos ardiendo,
lacayos sagrados,
el aullido del bucanero estalla en el corazón de la
sociedad burguesa,
la tremenda
voz de los látigos,
el clamor funeral que traducen los verdugos del
Código y el asesino sacro-santo,
el grito de los pueblos marcados;
racimos de caballos lúgubres, relinchan,
una gran yegua inmensa en la cual cabalga el
inventor de las Pirámides,
solo, con las tripas afuera, sobre los chacales
azules,
o Espártaco, todo pintado rojo, a Lenín estirando
los brazos cortados,
y un potro arrancan, a todo lo largo y lo ancho de
la historia,
arrastrando entre los dientes la cabeza degollada de
La Comuna.
Explotados contra explotados, degollándose por el
oro del otro,
ametrallando aldeas de miseria, por el otro,
el que está violando su madre hambrienta a
retaguardia,
por el otro, capitán de explotación, asesino
financiero,
enterrado entre dulces vientres y vinos de diamante
innumerable,
amamantados en la parra burguesa,
mientras las familias de andrajos, tiritan, por el
otro,
engendrador de la matanza de los pobres contra los
pobres,
y danza desnudo y borracho el explotador con el
crucifijo de Jesucristo en los testículos,
sonando su badajo, en función de la guerra fascista,
tremendamente cagada por el vientre del
nazi-fascismo internacional agonizante.
Adentro de los templos negros de la prostitución
(Marsella-Port Said-Valparaíso),
arañando los
tremendos rotos espejos de las Casas de Cita
y las despeinadas pensiones de rufianes, mordiendo
los suburbios,
y su pan criminal, de sangre, debajo de los malditos
puentes,
que son pudrideros municipales de homosexuales,
frente a frente al animal muerto, que aúlla en el
pantano de los extramuros,
gritando con la lengua podrida, la obscenidad de la
corrupción infantil,
el terrible himen desesperado de la virgen
proletaria, los partos macabros,
en los que, aullando, la tuberculosis araña las
almas recién nacidas,
en el corazón clandestino y alevoso de las
cocinerías, entre las cuales,
camino un tiburón idiota, azotando a los mendigos,
con sus grandes aletas de aserrín tenebroso,
medio a medio del resplandor morado del presidio,
en el cual barro seminal, chorreando los calabozos,
cría un arcángel de palo malo y sabandijas,
en la última raíz de las glándulas,
la protesta contra el régimen, que cría enfermos,
que siembran
la desgracia en la historia, y su tubería amarilla,
estalla y rebota su relámpago, y un galope de
regimientos se levanta,
desde todo lo hondo, rodeando la poderosa caballería
proletaria, brillante de estandartes.
La clase obrera, la sangre humana, clase-sangre, la
dramaticidad sagrada de la clase,
de la sangre, lo santo tremendo…..
Una voz, una gran culebra, una flor de gargantas y
potros,
partiendo un nido de llanto, que es el mundo y cien
millones de trabajadores clamando,
con gritazos que parecen bayonetas.
Todos los niños, a todos los pechos les extraen
nada,
es decir, un viento de fuego, completamente negro,
un huracán rojo,
aullando, con el pellejo destrozado,
como un león, sobre el cual disparan los ladrones.
Millares de millares de millares de cesantes, aúllan
a la sobreproducción,
entre un grande sonido de tripas y huesos,
y un cadáver de setenta metros, toca la trompeta de
canillas de los tuberculosos,
el grito de fuego de los Bancos,
entre cuyos dientes alojan los chacales de ojo
terrible y Cuenta Corriente,
encima del corazón negro y de luto,
las mandíbulas marmóreas de la plusvalía, tan
amarilla como un asesino,
el fusil de pellejo del Gobierno,
que sirve para ahorcar vacas y degollar mariposas a
formalina.
Desnuda va la yegua negra, la yegua negra,
relinchando a la prostitución burguesa.
Ejércitos de ejércitos de ejércitos de ratones roen
la propiedad privada,
la religión, la familia, el derecho burgués, sus
grandes murallas de muertos,
ejércitos de ejércitos de ratones de ratones, roen
al arte-puro de las esteticistas,
cruje el régimen, la rotunda proa, el maderámen,
medio a medio del océano de sangre grande, sangre de
cadáver,
las moscas
preñadas, infectan sus verijas,
entre los hierros tremendos paren babosas las
culebras desesperadas,
y el hambre, sus fauces, al hambre hambre abre,
por lo podrido, navegan ataúdes a vela, inmensa flor
de boñiga,
la guerra degüella niños y madres con serrucho
mellado,
el sodomita y el pederasta, se revuelcan adentro del
catolicismo, oliendo a misterio,
y la Santísima Trinidad les ofrece un papel de lija
y un clavel empapado en vaselina amarilla,
como la filosofía de Max Scheller, o un nazi en
pelotas,
la máquina corta brazos, corta cuellos, corta
piernas y vientres obreros,
dejando el mundo vacío, por el cual va ladrando un
asno tan flaco,
que parece un gran poeta, a cuya montura van a
alojar las culebras y los marranos.
Pero, desde el Oriente, la epopeya de la URSS
inmortal,
derrama su canasta de cosechas sobre la Humanidad,
y vomita plomo ardidamente rojo,
encima de los pechos y los sexos al revés de los
ensangrentados idiotas de Germania…
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