Presiento
desde el sueño la oración de las culebras
Dioses de las sombras, huid a vuestras guaridas,
Ha nacido una orquídea en el patíbulo
En sigma, mil serpientes devoraban las estrellas
Furiosos homosexuales se ocultan en las iglesias
Y el sol se ha hundido para siempre en los volcanes
¿Sabéis acaso, príncipes abyectos,
Qué fatídica música enigma mis orgías,
Y qué cítara de infierno aviva las hogueras?
No, no lo sabéis, desventurados.
La fiesta se pudrió en vuestras ojeras
¿Qué suerte de escorpiones nos posee
Si ha caído el último fantasma
Y un planeta de oro gira en torno nuestro?
Amada, tú persignas mis carnes cada noche
Con un látigo de víboras.
Tú me embriagas con el vino que guardas en tus ojos.
Ángeles diabólicos copulan en el fuego y bailan.
¡Ay! Tus labios me maldicen, ¡oh! Siniestra.
Me amapolan tus pupilas
El lirio te diadema en piedra mi Princesa-Cobra.
En la oquedad de la noche
Sólo se oye la oración de las culebras.
Es el sueño…
***
Me
esperas en la noche verde
De DORMIDOS pozos sépticos, vengo desde el fondo,
Asaltado de piojos y de lacras en la noche verde.
Tú me esperas hundida en el pantano
Con los ojos cerrados, maldiciendo.
Amarrada a mis designios.
El clamor de tu boca convulsiona las estrellas
Y se triza el cielo con tu aliento oscuro.
Soberana silenciosa
Te avasalla mi falo como un lirio de espanto,
Te doblego encima de las tumbas
Y nuestro orgasmo de murciélagos cubre el universo.
Hermosa mía, el oro de tu cabellera
Cae encima de tu frente como una paloma en el
océano.
¿Hasta dónde desbordas tus corolas
En la noche aterrada?
¿Quién violenta tu tálamo de mármol?
En al alba tus manos se pueblan de pelos y de
anémonas,
El odio te brota por los ojos y la boca
Y lloras de placer sobre la Biblia.
Huye, Desbocada,
Antes que el espanto ilumine nuestro crimen.
***
Magnolias
negras
Madre, voy a hablarte de ella,
Quiero derribar el sombrío muro de tu sueño
en esta noche
Para hablarte con la voz de un ciego
Que levanta sus brazos en medio de la luz.
Porque estás conmigo en esta hora
En que un sombrío río de nomeolvides atraviesa las
piedras
Y me deja en las órbitas dos cristales opacos.
-La noche se hizo paloma para cubrir la frente
de mi amada muerta-
He aquí la sombra que humedece la voz,
La angustia sorda que escarba los huesos,
Como una perra leprosa comiéndose a sus hijos.
Ya puedo caer, ahora,
He perdido las manos que buscaba, la encendida
greda,
tal vez todo,
Porque miro a la muerte como a la más amada.
La encontré en un bosque de asfódelos azules
Donde hacía veinte siglos me esperaba, con sus ojos
velados
Como dos alondras dormidas en un pozo.
-¡Era más hermosa que una isla de pájaros!-
La miré, me alcé iluminado sobre las piedras
Hasta sentir en la boca el tormentoso cauce de su
risa
Y fue tan fría mi lámpara nocturna…
¡Ay! Te he llamado esta noche en que nada tengo y
estoy solo
Como un niño muerto en un campanario abandonado.
Aquí estoy de pie sobre los cataclismos y la furia
Aullando -fiera enceguecida en los abismos-
¡Ah! Desesperado.
Y se abren, estallan mis alaridos en su corazón,
Como la carcajada de un loco en la tumba de su
amante.
Te he llamado para darte todo esto… Madre,
Pero no llores, ya nada tengo y estoy solo, y hace
hoy
Doscientos continentes
Que la tierra la besa y me la roba.
***
Bajorrelieve
“Me llamo Boris Calderón, aunque ahora ya no
existo…”
Este soy yo. Sí, este soy yo. ¿Pero seré yo este
hombre
Que parece más el fantasma de un hombre,
El fantasma mutilado de un hombre?
Recién la noche cae aquí en mi frente,
Cae hecha pedazos al fondo de mis ojos.
Alguien se despide de mí, llorando,
Se aleja. Sale desde mí con desvaído gesto,
Con actitud de suicidarse súbitamente
Envuelto en una espesa niebla.
Sin embargo, no sé quién es, no sé quién era,
No sé nada, no sé si era yo mismo, la sombra de mí,
Lo que quedó de mi sombra después que naufragó
En las aguas de mi corazón cierta noche.
Será ese espectro que a veces habla conmigo, como si
fuera yo,
Como si quisiera ser yo más bien, para ser otro,
Alguien que esté lejos de sí mismo,
Otro que no pueda saber nada de mí, que está frente
a esta sombra.
Sí, eso puedo recordarlo apenas. Alguna vez,
En otra vida, o en otra muerte quizá, de tantas,
Lo contemplé trazado con gruesos caracteres en el
muro:
“Me llamo Boris Calderón, aunque ahora ya no
existo…”
¿Y qué es esto, qué significa todo esto, qué importa
esto,
Me pregunto, si el hombre anda a tientas
maldiciendo,
Llorando fatalmente en busca de sí mismo?
Nadie me vio llorar en medio de la turba entonces,
¿Quién osaría decir, que sabe si he blasfemado
entonces,
Si soy el hereje santo, el creyente condenado,
O ese a quién han desterrado del cielo por creer en
Dios?
Porque nadie se asomó a este abismo que llevo en mi
interior
Como la marca a fuego lento y doloroso, el animal
Cuyos trozos se reparten los cuatreros antes de
matarlo.
Todos aquellos que pasaron a mi lado sin
reconocerme,
Sin mirarme siquiera, para saber quién era,
Me robaron de las manos un poco de alegría, todos
Se llevaron algo de la riqueza que había en mí para
ella
Y la tiraron luego como un vaso de sangre
descompuesta.
Por eso ya no puedo darles nada, a ti mujer, a
ellos,
Que no sea dolor, que no sea tristeza o soledad,
Vestigios de este hombre que soy yo, que era yo,
De este hombre que pude ser yo algún día
Si hubieras tú llegado en ese tiempo.
Pero nadie estuvo cerca de mío, si no fue para
herirme,
Para arrancarme alguna flor que para ti guardaba.
Ahora todos me huyen, me evitan, se apartan, entre
sí,
Como de la peste.
La noche cae, cae la noche, palidece, envuelve,
Pero no sé quién soy, quién era, quien no llegaré a
ser,
Si alguna vez lloraba sobre tu pecho a solas,
Cuando no tuve ni una flor para ofrecerte.
***
La luz está rota bajo mi piel
A su sombra,
bajo el leprosario de los astros,
me has esperado siempre,
desde que eres cruz de ébano.
Desorbitado de fantasmas
vago por túneles de cristal.
Te busco,
para disolverme en ti como la música
del vicio.
Quiero encontrarte gimiendo,
antes que precipites el alba
en la oquedad de mis fauces.
¿Dudas todavía ser flor de los abismos?
Aún pienso
que seguirás siendo de ébano,
como cuando un dios convulso aulló:
!Hágase la luz!
Debes ignorar que tras el horizonte hay
una catástrofe
de columnas y planetas enloquecidos,
y que aún dista la selva de nelumbios.
Toca tus ojos con el vanadio de mis alas
negras
y verás revolcarse la tragedia del opio.
En el ocaso, a sus pies,
enterraremos la belleza.
Estaremos agónicos
cuando el amor se convierta en oración
de sangre.
Bramarán los sonámbulos al sol
y el vocerío emocionado
se arrastrará como el silbido de los
monstruos,
buscando los rincones
para herir nuestros oídos.
En los vértices de las ventanas,
ojos oblicuos nos acechan.
Mírame amada; estoy torturado
Recogerás, entonces,
tus ojos desnudos de la tierra
y me iré disolviendo de rodillas.
Llegarán a tus pies mis chacales ateridos.
Tu dirás: que siempre estuve triste
y se harán polvo venerándote.
Amo la noche, amada,
desde entonces
amo sus montañas de ónice
donde se despeñan como pétalos,
los astros extraviados.
Amo la agonía de tus ojos,
desde siempre,
amo sus colinas de algas
donde se despeñan como astros mis miradas.
Hacia la altura de mis huesos
llega reptando tu presencia.
Flotan cavidades en el eco de sus huellas
que derraman mis cabellos de vidrio,
hacia el cráter del tiempo,
El espacio tiembla de coágulos vegetales
cada noche.
***
Hacia el precipicio
donde se congestiona el cieno,
voy con la manada de alacranes
vomitando sangre y perlas.
Se suicidan las palomas,
cuando los espectros danzan
en la piedra de los alaridos.
La selva ha sido invadida
por la música que fluye de las charcas.
Hay mariposas seduciendo salamandras
bajo las estrellas de jaspe.
Sobre las copas, un atlante tuberculoso
sostiene en sus hombros de mármol
el peso de su desgracia.
Desde los muslos de una ramera pálida
acecho tus pisadas
Tengo un cuchillo de cristal entre los labios
y un vaso de arcilla se deshace
en los huesos de mi mano.
Cuando pases la posada del pecado
te partiré el vientre
y beberé el vino de tus enfermedades.
Diosa de infierno,
cuando me besas
me llenas la boca de tarántulas,
pero sigo amando el mirto triste
de tus senos.
Como un árbol en la tempestad estoy poseído
por el hambre de los amantes ciegos.
Predicaré tu nombre por los suburbios.
!Aullaré en la sombra, virgen envilecida!
!Gritare que vives, estrella de lodo!
!Que vives flor de las tinieblas!
No quiero que el alba profane tu vicio.
El sol no contagiará tu miseria.
Embriágame con tus besos de serpiente.
!Oh! el espanto de la luz.
Lameré tus huesos para que despiertes.
!Silencio! Cobíjame de la aurora.
con sus fauces llameantes.
!Protégeme!
Gimiendo con mis voces rotas
te pido, sacerdotisa de amor,
que salgas desnuda de tu cubil de ágata.
Ven a bañar tus carnes
en mis aguas impuras.
Eres paloma en tu sangre, loba mía.
!Déjame! Llegó la luz.
El día se cierne tenebrosamente
sobre los lenocinios.
Se ha revelado el secreto.
***
Aquella noche
no eras la misma, de las alas
verdes.
Tu podredumbre tocaba el fondo de mis
ojos
envolviéndome en círculos letales.
Descarnadas aves volaban junto a mí.
La inexperta, la negra, me invitaba al
festín,
tocando mis hombros con sus alas de
topacio.
!Oh! !Su piel de vidrio
caminando sobre los huesos vacíos!
Yo estaba deshecho;
una piedra azul en mi garganta
la frente cubierta de ceniza,
transfigurado por la huida.
!Cómo despertar! !Oh dioses de espanto!
!Cómo despertar!
Una luna de asfalto caía a pedazos
sobre los flancos viscosos.
Me atisbaba
a través de los ojos del monstruo.
Mis huellas se hundían
al fondo de los planetas.
!Huye! !Huye! ululaba riendo.
La soledad empequeñece el espacio.
Vamos al hermoso patíbulo
asediado de orquídeas.
Tendrás una muralla para tus ojos
y un pantano para que goces con tu
amada
Os daré dos arañas para vuestros dedos.
Eres el elegido, sígueme, sígueme.
Tardamos, lobo triste,
mañana es el gran festín.
!Oh! lobo lejano, sígueme,
que la novia espera, con su sexo de tumba.
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