martes, 12 de mayo de 2015

Jorge Teillier - Crónica del forastero.



Fragmentos

XIV

Hé Dieu! Si j'eusse étudié
au temps de ma jeunesse folle
Francois Villon

Somos los ociosos que en la tarde
se reúnen en la plaza. Entraremos
a ver las llovidas películas que llegan de provincia.
Canta Jeanette Macdonald y responde Nelson Eddy.
Reírnos con Laurel y Hardy. Y de pronto "El Muelle
de las Brumas" y "Grandes Ilusiones".
En los barrios bajos, negras ollas sin fuego.
Se habla del Centenario del Manifiesto Comunista.
Hay campos de concentración y un Fantasma recorre el mundo.
Un zapatero nos presta libros y diarios perseguidos.
Sabemos —más allá de las puertas que se empujan o cierran cada día—
más allá del parloteo alrededor de la sopa de cada día
cuando en la mañana vemos la hierba encanecida y quebramos la escarcha de la jofaina
que se debe esperar, esperar.
(Teníamos años y años por delante
y esperanzas y esperanzas como las calles interminables
y las estrellas sobre nuestras cabezas).
No soñamos con ser médicos ni abogados, ni
empleados de banco. Para otros está
el pasear como tenientes con las buenas muchachas
del pueblo (sin embargo, cuánto daríamos para que
apareciera una mujer en el frío lecho de estudiante).
Leemos a hurtadillas bajo el pupitre, o bajo las sucias
ampolletas de las pensiones a Dostoievski, Hesse, Knut Hamsun...
Somos los que viven
al otro lado del río o de la vía férrea...
Tarde en la Feria de Entretenciones. Un frío viento
nos hace envolvemos en las bufandas. Miro
a la muchacha del Tiro al Blanco que coquetea con
los conscriptos. La rueda gigante
nos invita a huir del cielo y de la tierra.

La lluvia dispersa a todo el mundo, sin dejarnos ganar
ni una botella al juego de las argollas.
Un millón de blancas palomas de maíz
va a iluminar los sueños de los niños del barrio.

Adiós muchachos. A medianoche
esa canción en la victrola a cuerda del prostíbulo.
El dinero alcanza sólo para una cerveza (remolino
de turbina amarga dentro de la piel fría del vaso).

Estrellas tiernas
nacen entre los cerezos. Los caballos mojados
de los carabineros
dan topetones a los cercos. Una prostituta
habla de su novio y de su casa junto a un lago. Otra
discute su precio con un pastor evangélico. Adiós muchachos.

Esperábamos algo, sin duda,
algo entre las puertas que abríamos y cerrábamos,
cuando tras romper la escarcha de las jofainas
el día nos saludaba con un muro a punto de caer,
noticias de nuevas guerras;
algo al no creer en la rutina de los mayores
y escribir en los cercos por la paz, el pan, la libertad.
Crecían bajo nosotros raíces de nuevos mundos.

Ahora,
uno me escribe: Vivo en un pueblo donde me llaman
el loco y los niños me tiran piedras cuando paso por
las calles. Otros son oscuros oficinistas y yacen
en una pieza de pensión con toda su familia. Otros
explotan la Revolución que no quieren y viajan
a su costa por el mundo. Otros sueñan con ser gerentes.
Otros duermen en vagones de carga y necesitan
tratamientos antialcohólicos y psiquiatras. Adiós
muchachos...

Y yo
juego con los recuerdos
a la gallina ciega.

Abramos las manos:
las larvas son mariposas blancas
volando sobre las tumbas
sobre las cuales
jugamos brisca.

Veo un amigo tratando
de atrapar una trucha en el estero. Hemos
hecho la cimarra para buscar digüeñes.
Y dejamos que el cielo
libremente haga madurar nuestros rostros.

Nos reunimos en las afueras del Convento
que estuvo cerrado por el crimen de un cura. Una muchacha
se asoma entre los visillos de la ventana de enfrente.
Una muchacha debiera sonreírnos.

Quién soy yo? Quién pensabas tú que yo sería?
- Déjate de jugar a los recuerdos. Aquí estás después
de años y años. De tantos días con olor a ropa mojada
y tedio infinito en las salas del Liceo. De viajes
de un pueblo a otro. De prostitutas que hablaban
de novios y casas a orillas de un lago. De horas
acodados en las vidrieras de los almacenes. Y si
yo hubiera sido un buen alumno, no recordaría
el olor a ilang-ilang -fantasma adolescente-,
las lágrimas por nada en estaciones vacías,
el cuerpo de mujer deseado en el cuarto de pensión,
el vino y la lectura compartida con los artesanos.

Vuelo blanco
de una mariposa que muere
entre habas nuevas.

XVI


Ils m'ont demandé si j'avais le travail facile
Ce ne sont pourtanít des imbéciles.
El cependant ce qu'ils m'ont demandé est bete,
Comme on voit bien qu'ils n'ont jamais été poétes!
André Salmon

Se empieza a saber
que sólo sirven las lámparas
que congregan a las sombras.

El invierno de la realidad oculta una Bella Durmiente
y ella despertará con las palabras
de los poetas de hace uno o dos mil años.
Las palabras del pobre estudiante Villon,
condenado a muerte tras gastar sus monedas en putas
y vino en la ciudad rodeada de lobos y de nieve.
Las de Rimbaud apareciendo en medio de una eternidad de cálidas lágrimas,
los puentes levadizos se alzan ante sus plantillas de viento,
lo veo rapado como un presidiario en Abisinia,
dejando entrar Genios y rosales por las ventanas de Bruselas,
Francis Jammes habla con los asnos rumbo al Paraíso,
Edgar Poe delira por las calles puritanas de Baltimore,
Esenin escribe con sangre su último verso.
Milocz entrega sus palabras venidas como gorriones de otro cielo
y habla de madrugadas que sorprenden en un amargo
frío arrabal con el Hiperión en las manos.

Y tú empiezas a sentarte delante de páginas en blanco condenado a perseguir palabras
más difíciles de atrapar que moscardones entrando en diciembre a la sala de clases.
Hay que escribir "aferrándose a ello como el maníaco a la droga",
sin pretender recibir siquiera "el inútil premio de la eternidad"
ese premio que un poeta vio esperando a Li Tai Po,
siglos y siglos hasta con las pestañas escarchadas.

Recuerda que tu casa puede desvanecerse como el oleaje rojizo de los ciruelos.

Pero escribe como el poeta que a los ochenta años
envió su mensaje al mundo diciendo "que el mundo se vaya al diablo"
o como el poeta de la aldea
que nos leía sus versos guardados años y años en un armario
y en la mañana de otoño se olvidó de ellos
cuando vinieron a avisarnos que había una carrera
de caballos a la chilena.

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