martes, 20 de mayo de 2014

Gustavo Palavecino - Delirium Tremens.


Sigo mordisqueando palos de fósforos
sin descubrir la intríngulis que acallará mi zozobra,
la embriaguez no es eterna
y después de la embriaguez, sobriedad apocalíptica.
Cuarto de siglo de linealidades electroencefalográficas,
los fantasmas de mis ancestros comenzaron a expurgar sus culpas,
después de pasar varias temporadas en el purgatorio,
han dejado de llorar, de lanzar platos y cerrar puertas a las 12 de la noche,
me han legado el miedo y la vergüenza,
me han legado sus lotes baldíos,
despertando también a Mister Hyde Palavecino
que goza estrangulando copas en los burdeles del desconcierto.

Voy al encuentro de la próxima conversión,
para arañar versos en la piel de las iletradas prostitutas que aman mi poesía
y para desenterrar los esqueletos
que ovacionarán mi ingreso a Mierdanápolis montado en el borrico
trashumante.

5 escopetazos de alprozalam insuficientes para liberar a Morfeo rehén
(desvelo acompañado de varias descargas de electroshock sudorífico),
la culpa me cuelga 7 veces por semana en la ampolleta del cuchitril,
he tratado de pasar por debajo de cientos de escaleras,
se me han cruzado todos los gatos negros del vecindario,
evito pegarme en los codos y pisar excrementos
escribo versos que terminarán en el basurero de los que me palmotean
la espalda;
y sigo aquí, en cuclillas,
colgado al cuello de un jamelgo castigado por su dueño,
esperando que las incompetentes larvas
hagan su trabajo de una vez por todas.

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