Sigo mordisqueando palos de fósforos
sin descubrir la intríngulis que
acallará mi zozobra,
la embriaguez no es eterna
y después de la embriaguez, sobriedad
apocalíptica.
Cuarto de siglo de linealidades
electroencefalográficas,
los fantasmas de mis ancestros
comenzaron a expurgar sus culpas,
después de pasar varias temporadas en el
purgatorio,
han dejado de llorar, de lanzar platos y
cerrar puertas a las 12 de la noche,
me han legado el miedo y la vergüenza,
me han legado sus lotes baldíos,
despertando también a Mister Hyde
Palavecino
que goza estrangulando copas en los
burdeles del desconcierto.
Voy al encuentro de la próxima
conversión,
para arañar versos en la piel de las
iletradas prostitutas que aman mi poesía
y para desenterrar los esqueletos
que ovacionarán mi ingreso a
Mierdanápolis montado en el borrico
trashumante.
5 escopetazos de alprozalam
insuficientes para liberar a Morfeo rehén
(desvelo acompañado de varias descargas
de electroshock sudorífico),
la culpa me cuelga 7 veces por semana en
la ampolleta del cuchitril,
he tratado de pasar por debajo de
cientos de escaleras,
se me han cruzado todos los gatos negros
del vecindario,
evito pegarme en los codos y pisar
excrementos
escribo versos que terminarán en el
basurero de los que me palmotean
la espalda;
y sigo aquí, en cuclillas,
colgado al cuello de un jamelgo
castigado por su dueño,
esperando que las incompetentes larvas
hagan su trabajo de una vez por todas.
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