El viento que
en los patios arrastra un corazón;
Un ángel que
solloza suspendido de un árbol,
La columna de
azul a la que envuelve el mármol
Alumbran en
mi noche salidas de emergencia.
Un pájaro que
muere y el sabor a ceniza,
El recuerdo
de un ojo dormido sobre el muro
Y el dolorido
puño que amenaza el azul
Al cuenco de
mis manos hacen bajar tu rostro.
Ese rostro
más duro y grácil que una máscara,
Más grávido
en mi palma que en los dedos del caco
La joya que
se embolsa, anegado está en llanto.
Es feroz y es
sombrío y el laurel lo corona.
Es severo tu
rostro como el de un monje griego.
Trémulo permanece
en mis manos cerradas.
De una muerta
es tu boca y allí rosas tus ojos,
Y tu nariz,
quizás, el pico de un arcángel.
La refulgente
helada de un perverso pudor
Que empolvó
tus cabellos de astros de limpio acero,
Que coronó tu
frente de espinas de rosal,
¿Qué revés la
fundió cuando tu rostro canta?
¿Qué
fatalidad, di, centellea en tu mirada
Con despecho
tan alto, que el más cruel dolor,
Visible y
descompuesto orna tu bella boca
Pese a tu
llanto helado, de una sonrisa fúnebre?
No cantes
esta noche “Les costauds de la lune”.
Sé más bien,
chaval de oro, princesa de una torre
Que sueña
melancólica en nuestro pobre amor;
O pálido
grumete que vigila en la cofa
Y a la tarde
desciende y canta sobre el puente
Entre los marineros,
destocados y humildes,
El "Ave
María Stella". Cada marino blande
Su verga
palpitante en la pícara mano.
Y para
atravesarte, grumete del azar,
Bajo el
calzón se empalman los fuertes marineros.
Amor mío,
amor mío, ¿Podrás robar las llaves
Que me abrirán
el cielo donde tiemblan los mástiles?
Desde allí
siembras, regio, blancos encantamientos,
Copos sobre
mis páginas, en mi muda prisión:
Lo espantoso,
los muertos en sus flores violetas,
La parca con
sus gallos, sus espectros de amantes.
Con sofocados
pasos cruza en ronda la guardia.
En mis ojos
vacíos tu recuerdo reposa.
Puede ser que
se evada atravesando el techo.
Se habla de
la Guyana como una tierra cálida.
¡Oh el dulzor
de la cárcel lejana e imposible!
¡Oh el
indolente cielo, el mar y las palmeras,
Las límpidas
mañanas, los crepúsculos calmos,
Las cabezas
rapadas, las pieles de satén!
Evoquemos,
Amor, a cierto duro amante,
Enorme como
el mundo y de cuerpo sombrío.
Nos fundirá
desnudos en sus oscuros antros,
Entre sus
muslos de oro, en su cálido vientre.
Un macho
deslumbrante tallado en un arcángel
Se excita al
ver los ramos de clavel y jazmín
Que llevarán
temblando tus manos luminosas,
Sobre su
augusto flanco que tu abrazo estremece.
¡Oh tristeza
en mi boca! ¡Amargura inflamando
mi pobre
corazón! ¡Mis fragantes amores,
Ya os alejáis
de mi! ¡Adiós, huevos amados!
Sobre mi voz
quebrada, ¡adiós minga insolente!
¡No cantes
más, chaval, depón ese aire apache!
Intenta ser
la joven de luminoso cuello,
O, si el
miedo te deja, el melodioso niño,
Muerto en mí
mucho antes que el hacha me cercene.
¡Mi bellísimo
paje coronado de lilas!
Inclínate en
mi lecho, deja a mi pija dura
Golpear tu
mejilla. Tu amante el asesino
Te relata su
gesta entre mil explosiones.
Canta que un
día tuvo tu cuerpo y tu semblante,
Tu corazón
que nunca herirán las espuelas
De un tosco
caballero. ¡Poseer tus rodillas,
Tus manos, tu
garganta, tener tu edad, pequeño!
Robar, robar
tu cielo salpicado de sangre,
Lograr una
obra maestra con muertos cosechados
Por doquier
en los prados, los asombrados muertos
De preparar
su muerte, su cielo adolescente...
Las solemnes
mañanas, el ron, el cigarrillo...
Las sombras
de tabaco, de prisión, de marinos
Acuden a mi
celda, y me tumba y me abraza
Con grávida
bragueta un espectro asesino.
La canción
que atraviesa un mundo tenebroso
Es el grito
de un chulo traído por tu música,
El canto de
un ahorcado tieso como una estaca,
La mágica
llamada de un randa enamorado.
Un muchacho
dormido solicita las boyas
Que no lanza
el marino al dormido lunático.
Un niño
contra el muro erguido permanece,
Otro duerme
encogido con las piernas cruzadas.
Yo maté por
los ojos de un bello indiferente
Que nunca
comprendió mi contenido amor,
En su góndola
negra una ignorada amante,
Bella como un
navío y adorándome muerta.
Cuando ya
estés dispuesto, alistado en el crimen,
De crueldad
embozado, con tus rubios cabellos,
En la
cadencia loca y breve de las violas,
Degüella a
una heredera tan sólo por placer.
Súbito
aparecer de un férreo caballero
Impasible y
cruel; pese a la hora, visible
En el gesto
impreciso de una vieja que gime.
No tiembles,
sobre todo ante sus claros ojos.
Del tan
temido cielo de los crímenes
De amor viene
este espectro. Niño de las honduras
Nacerán de
sus cuerpos extraños esplendores
Y perfumado
semen de su verga adorable.
Pétreo, negro
granito sobre alfombra de lana,
La mano sobre
el flanco, óyelo caminar.
Hacia el sol
se dirige su cuerpo sin pecado
Y tranquilo
te tiende a orillas de su fuente.
Cada rito de
sangre delega en un muchacho
Para que
inicie al niño en su primera prueba.
Sosiega tu
temor y tu reciente angustia,
Chupa mi duro
miembro cual si fuese un helado.
Mordisquea
con ternura su roce en tu mejilla,
Besa mi pija
tiesa, entierra en tu garganta
El bulto de
mi polla tragado de una vez,
¡Ahógate de
amor, vomita y haz tu mueca!
Adora de
rodillas como un tótem sagrado
Mi tatuado
torso, adora hasta las lágrimas
Mi sexo que
se rompe, te azota como un arma,
Adora mi
bastón que te va a penetrar.
Brinca sobre
tus ojos; y tu espíritu enhebra.
Inclina la
cabeza y lo verás erguirse.
Notándolo tan
noble y tan limpio a los besos
Te postrarás
rendido, diciéndole: “¡Madame!”
¡Escúchame,
madame! ¡Madame, voy a morir!
¡La casa está
embrujada! ¡La prisión vuela y tiembla!
¡Socorro, nos
movemos!¡Unidos llévanos
A tu blanca
capilla, Dama de la Merced!
Manda venir
al sol; que llegue y me consuele.
¡Estrangula a
esos gallos! ¡Adormece al verdugo!
Sonríe
maligno el día detrás de mi ventana.
Para morir la
cárcel es una pobre escuela.
En mi
garganta inerme y pura, mi garganta
Que mi mano
más suave y formal que una viuda
Roza bajo el
tejido sin que tú me conmuevas
Imprime la
sonrisa de lobo de tus dientes.
¡Oh ven, sol
hermosísimo, ven mi noche, de España,
Acércate a
mis ojos que mañana habrán muerto!
Llégate, abre
la puerta, aproxima tus manos
Y llévame de
aquí rumbo a nuestra aventura.
Despertar
puede el cielo, florecer las estrellas,
No suspirar
las flores, y, en los prados, la hierba
Recibir el
rocío que bebe la mañana,
Sonará la
campana: solo yo moriré.
¡Ven, mi
cielo de rosa, mi rubio canastillo!
En su noche
visita al condenado a muerte.
¡Arráncate la
carne, trepa, muerde, asesina,
Pero ven! Tu
mejilla apoya en mi cabeza.
Aún no hemos
terminado de hablar de nuestro amor,
Aún no hemos
acabado de fumar los “gitanes”
Debemos
preguntar por qué razón condenan
A un
criminal, tan bello, que empalidece el día.
¡Amor, ven a
mi boca! ¡Amor, abre tus puertas!
Recorre los
pasillos, baja, rápido cruza,
Vuela por la
escalera más ágil que un pastor,
Más suspenso
en el aire que un vuelo de hojas muertas.
Atraviesa los
muros, camina por el borde
De azoteas,
de océanos; recúbrete de luz,
Usa de la
amenaza, de la plegaria usa,
Pero ven, mi
fragata, a una hora del fin.
Se arropan
con la aurora los pétreos asesinos
En mi prisión
abierta a un rumor de pinares
Que la mecen,
sujeta a delgadas maromas
Trenzadas por
marinos que dora la mañana.
¿Quién dibuja
en el techo la Rosa de los Vientos?
¿Quién en mi
casa sueña, al fondo de su Hungría?
¿Qué chaval
ha robado en mi podrida paja
Pensando en
sus amigos al mismo despertar?
Divaga, ¡oh
mi locura!, para mi gozo alumbra
Un lenitivo
infierno repleto de soldados
Con el torso
desnudo y gualdos pantalones;
Lanza esas
densas flores cuyo olor me fulmina.
De cualquier
parte arranca las hazañas más locas.
Desnuda a los
chiquillos, invéntate torturas,
Mutila a la
Belleza, desfigura los rostros
Y ofrece la
Guyana como lugar de encuentro.
¡Oh mi viejo
Maroni[1]!,
¡Oh Cayena la dulce!
Veo los
volcados cuerpos de quince a veinte tacos
En torno al
crío rubio que apura las colillas
Que escupen
los guardianes entre el musgo y las flores.
Una toba
mojada basta para afligirnos.
Solitario y
erguido entre yertos helechos
El más joven
se apoya en sus lisas caderas
Inmóvil y
esperando ser consagrado esposo.
Los viejos
asesinos se apiñan para el rito.
En la tarde
agachados prenden de un leño seco
Una llama que
roba, rápido, el jovencito
Más emotivo y
puro que un emotivo pene.
El más duro
bandido, de charolados músculos,
Con respeto
se inclina ante el frágil mancebo.
Sube la luna
al cielo. Una disputa amaina.
Tiemblan los
enlutados pliegues de una bandera.
¡Te arropan
con tal gracia tus mohines de encaje!
Con un hombro
apoyado en la palmera cárdena
Fumas y la
humareda desciende a tu garganta
Mientras los
galeotes, en danza ritual,
Silenciosos y
graves, por riguroso turno
Aspiran de tu
boca una pizca fragante,
Una pizca y
no dos, del anillo de humo
Que empujas
con la lengua. ¡Oh compadre triunfal!
Divinidad
terrible, invisible y malvada,
Tú quedas
impasible, tenso, de metal claro,
Sólo a ti
mismo atento, dispensador fatal
Recogido en
las cuerdas de tu crujiente hamaca.
Tu alma
delicada los montes atraviesa
Acompañando
siempre la milagrosa huida
De aquel que
se ha fugado, muerto al fondo del valle
De una bala
en el pecho, sin reparar en ti.
Elévate en el
aire de la luna, mi vida.
En mi boca
derrama el consistente semen
Que pasa de
tus labios a mis dientes, mi Amor,
A fin de
fecundar nuestras nupcias dichosas.
Junta tu
hermoso cuerpo contra el mío que muere
Por darle por
el culo a la golfa más tierna.
Sopesando
extasiado tus rotundas pelotas
Mi pija de
obsidiana te enfila el corazón.
¡Mírala
perfilada en su poniente que arde
Y me va a
consumir! Me queda poco tiempo,
Llégate si te
atreves, surge de tus estanques,
Tus marismas,
tu fango donde lanzas burbujas.
¡Oh,
quemadme, matadme, almas que yo maté!
Miguel Ángel
exhausto, en la vida esculpí,
Más la
belleza siempre, Señor, yo la he servido:
Mi vientre,
mis rodillas, mis anhelantes manos.
Los gallos
del cercado, la alondra mañanera,
Las botellas
de leche, una campana al viento,
Pasos sobre
la grava, mi celda clara y blanca.
Es alegre el
cocuyo en la negra prisión.
¡No tiemblo
ya, Señores! Si rueda mi cabeza
En el fondo
del cesto con los cabellos blancos,
Mi pija para
gozo en tu grácil cadera
O, para más
belleza, mi pichón, en tu cuello.
¡Atento! Rey
aciago de labios entreabiertos
Accedo a tus
jardines de desolada arena
En que
inmóvil y erecto, con dos alzados dedos,
Un velo de
azul lino recubre tu cabeza.
¡Por un
delirio idiota veo tu doble puro!
¡Amor!
¡Canción! ¡Mi reina! ¿Es tu espectro macho
Visto durante
el juego de tu pupila pálida
Quien me
examina así sobre la cal del muro?
No seas
inclemente, deja cantar maitines
A tu alma
bohemia; concédeme otro abrazo…
¡Dios mío,
voy a palmar sin poder estrujarte
En mi pecho y
mi polla otra vez en la vida!
¡Perdóname,
Señor, porque fui pecador!
Los lloros de
mi voz, mi fiebre, mi aflicción,
El mal de
abandonar mi muy amada Francia
¿No bastan,
Señor mío, para ir a reposar
Temblando de
esperanza
En vuestros
dulces brazos, vuestros castillos níveos?
Señor de
antros oscuros, sé rezar todavía.
Soy yo,
padre, el que un día a gritar prorrumpió:
¡Gloria al
más ensalzado, al dios que me protege,
Hermes del
blando pies!
Solicito a la
muerte la paz, los largos sueños,
Un canto de
querubes, sus perfumes y cintas,
Angelotes de
lana en tibias hopalandas,
Y aguardo
oscuras noches sin soles y sin lunas
Sobre landas
inmóviles.
Esta mañana
no es la de mi ejecución.
Puedo dormir
tranquilo. En el piso de arriba
Mi lindo
perezoso, mi perla, mi Jesús
Despierta. Y
pegará con su duro chapín
En mi cráneo
rapado.
Parece que a
mi lado habita un epiléptico.
La prisión
duerme en pie entre fúnebres cantos.
Si ven los
marineros acercarse los puertos
Mis
durmientes huirán a una América otra.
He dedicado
este poema a la memoria de mi amigo Maurice Pilorge, cuyo cuerpo y rostro
radiante arroban mis noches sin sueño. En espíritu, vuelvo a vivir con él los
cuarenta últimos días que pasó, las cadenas en los tobillos y, a veces, en las
muñecas, en la celda de condenados a muerte de la prisión de Saint-Brieuc. Los
diarios ofenden a sabiendas. Concibieron artículos imbéciles para ilustrar su
muerte, que coincidió con la entrada en funciones del verdugo Desfourneaux.
Comentando la actitud de Maurice ante la muerte, el diario L'Oeuvre dijo:
"Este muchacho hubiera debido tener otro destino".
En pocas
palabras, se le envilece. En cuanto a mí, que le conocí y amé, quiero aquí, lo
más suavemente posible, con ternura, afirmar que fue digno, por el doble y
único esplendor de su alma y su cuerpo, de tener la suerte de una muerte
pareja. Cada mañana cuando pasaba de mi celda a la suya para llevarle
cigarrillos, gracias a la complicidad de un carcelero, embrujado por su
belleza, su juventud y su agonía de Apolo, ya levantado, canturreaba,
saludándome así mientras sonreía: "Salud, Jeannot de la mañana".
Originario de
Puy-de Dome, conservaba un leve acento de la Auvernia. Los jueces, ofendidos
por tanta gracia, estúpidos y a la vez prestigiosos en su papel de parcas, le
condenaron a veinte años de trabajos forzados por robos de villas en la costa
y, a continuación, porque había matado a su amante Escudero para robarle menos
de mil francos, este mismo tribunal condenó a mi amigo Maurice Pilorge a que le
cortaran el cuello. Fue ejecutado el 17 de marzo de 1939 en Saint-Brieuc.
[1] Maroni: Río sudamericano, que
desemboca en el Atlántico, separando la Guyana francesa del Surinam. (N. del
T.)
¿De qué libro lo obtuviste?
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