lunes, 20 de octubre de 2014

Stéphane Mallarmé - Azul.


Del azul sempiterno la ironía serena
pesa, indolentemente bella como las flores,
sobre el poeta inerme, que maldice y condena
a su genio, en un árido desierto de dolores.

Con los ojos cerrados, siento cómo taladra
con la profundidad de un cruel remordimiento
mi espíritu vacío. ¿Dónde huir?¿Con qué noche
salvaje cubrir este desolado desprecio?

¡Nieblas, subid! Lanzad monótonas cenizas
con delgados jirones de brumas, en los cielos,
que ahoguen los bancales lívidos del otoño,
y construid un largo y silencioso techo.

Y tú, querido hastío, con los pálidos juncos
y con los limos de las aguas del Leteo,
cuando malignamente lo taladren los pájaros,
ve tapando sus grandes y azules agujeros.

¡Aún más! Que sin descanso las tristes chimeneas
humeen, y el horror de sus negros regueros
una cárcel de hollín forme en el horizonte,
donde se apague y muera el sol amarillento.

-El cielo ha muerto. –Libra de ideal y pecado
a este mártir, que viene a compartir el lecho
donde el feliz rebaño de los hombres dormita,
oh materia -¡a ti voy!-, en el olvido eterno.

Quiero marchar allí, puesto que, al fin, vacío
como un bote de afeites gastado, mi cerebro
no sabe ya adornar la idea sollozante,
hacia una muerte oscura, con lúgubres bostezos.

¡En vano! El azul triunfa, y escucho cómo canta
en las campanas. Oigo, alma mía, su acento.
Del vivo metal sale, en ángelus azules,
para aterrorizarnos con su triunfo perverso.

Rueda por una bruma de siglos, y traspasa
tu nativa agonía con un tajo certero.
¿Dónde huir en la inútil y diabólica afrenta?
¡Azul! ¡Azul! ¡Azul! ¡Azul! Soy un poseso.

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