Carta magna de
Chile
ORATORIA ESTUPENDA DE LA
REPÚBLICA
El azul colonial oloroso a plata
rajada y a océano te
azota
el pellejo de acero tremendo y
gritos de salitre,
en el cual la vegetación agrícola-forestal
como un águila
verde,
oda sacra en la cual se escucha rugir el
origen,
está echada sobre el huevo de
Dios en las tinieblas,
y una gran oveja bala a la pascua
hinchada de sol y
caballos de
andrajos.
El huracán del Gólgota
ensangrienta tu Clase Media,
a ceniza mundial duele tu pueblo
en ojotas y la sociedad
futura se
levanta
apegualando un toro de lomo
universal y ecuménico,
entre el azote rojo que restalla
en la espalda de tus
fabricas y tu
campesinado,
contra la cuchilla social y el
tonel de vino de tus patrones
vascos:
de tu pueblo y tus minas emerge
el oro y la materia pura, la
tempestad
total, lo heroico, el infinito
tremendamente encerrado en sus ánimas:
su voz y tu proletariado
enarbolan la Pampa sangrienta, el
Mar del Sur,
la palanca de la montaña pastoreada
en sus faldeos de tetas, y el
mundo
te escucha construir tu porvenir en un
poema
comenzado en la edad del terror y el carbón
de helechos,
cielo a cielo, tranqueando la historia,
con un cóndor de pecho de hierro de
muerto en la garganta.
Tu vientre granero de lagares acumulado,
canta, crecido de ríos marinos y un
enorme lago de fabula
mira la pupila celestial como
un toro a una ternera virgen.
Pero, por adentro del régimen, cargado de
duraznos y
sementeras,
tu
corazón frutal, país de ojos azules,
país del peón invernal, país del gañan
sufridor, como la
piedra
inmensa de la gotera,
Chile, llora y se derrumba en un degüello
de espadas,
doloroso, aterrador, proletario, con la
lengua cortada por sus
explotadores,
crucificado entre sus viñedos y sus héroes,
clamando contra los asnos terrosos y
enfurecidos por la
redención democrática.
Brama la espuela de oro de tu tradición
popular en
América,
y tus soldados de coraje son caballeros
antiguos,
disfrazados
de sepulcros de imperios,
varones de una gran raza naviera y
peninsular, entonando
la universalidad medio a medio de la
tierra con el tricolor
a la vanguardia.
Aquella gran carreta definitivamente
preñada de trigo,
que hace crujir el mundo porque el mundo
apenas aguanta
la majestad de su categoría,
es tu ración de honor y tu leyenda.
Tu ramaje arterial es piedra, catástrofe,
fuego,
por el circula el oro, el cobre, el
hierro, el vino santo y
claro de
la plata,
tu sangre es sangre de volcanes
y tu respiración denota al atleta
mundial, resollando
relámpagos,
amarrado con la cadena negra de los truenos:
espinazo de montañas tienes, el cual
redobla sus tambores al
amanecer, y las gallinas
modestas de la aldea picotean tus barbas
de abuelo crecidas
a la orilla de los abismos contemplándolos.
Sin embargo el piojo se come al roto,
el piojo nacional, canción del horror
capitalista, engendrado
por el oligarca en el costillar
popular, engendrado
por el amo en los esclavos,
el piojo colosal de Chile araña la
estrella de Chile, y el
hambre
muerde el vientre de los trabajadores
con su dentadura de calavera de asesino.
Sobre tus pueblos tristes como un campo
de batalla,
los Díaz, los González, los Rojas, los Corbalán
y los Urzúa,
todos
completamente muertos,
muestran su chaleco de fieras, su fusil
criminal de sacerdotes
y su hocico
de siúticos despacheros y sedentarios a
las generaciones en
escabeche, mirando
como Dios envejece en el abrigo del
vecino y como
el atardecer estuca de amarillo lo amarillo
del amarillo
cementerio
del lugar y solloza.
Tus castaños nos dan castañas, dan
muchachas estupendamente
desnudas,
relojes de chocolate, champaña de
Francia,
quesos de cielo, whisky milenario,
charqui de león imperial,
palomas y manzanas,
y tus álamos trágicos dan guitarras
desesperadas que curan
la tristeza con el suicidio o
inmensos cantos de
infancia.
El hollín y el vapor internacional dan
una patina de
civilización
a tus molos y tus muelles de Valparaíso
y tus limosneros horrorosos
comprueban tu don republicano;
el gran capital bancario-financiero
y la Democracia alegremente
unidos te ciñen
entonces un cinturón de
piojos;
la columna vertebral del régimen empuña
el palo de tonto
del mal policía
sobre las espaldas de tu multitud obrera,
a la cual se le ocurre
el crimen
de exigir un pan a sus patrones,
para el niño o la mujer o el viejo
apolillado de tuberculosis
constitucional y los partidos
de orden imponen el orden del asesinando
a los hambrientos contra
el muro de
las iglesias y los hospicios;
si, cuando la sagrada eucaristía no mata
la lágrima,
están los cementerios y los calabozos para
los subversivos, los
cementerios en los subterráneos
de la sociedad agusanada
los calabozos en los
subterráneos de la
sociedad agusanada
y los hospitales extranjeros y
desterrados en los suburbios.
La carcajada maderera del aserrín en los
aserraderos,
domina el Sur forestal y su canto de
manzanas, recordando los
esqueletos de los pellines
milenarios,
en los que la elocuencia de la selva
inmensa es una bandera
a media asta,
y el discurso ornamental de los pájaros
todos completamente
rojos, aun los azules,
llena de agua la aurora de la frontera;
el Centro cosecha sus mazorcas y sus
sandias como pavos
gordos
contemplándose en canales de regadío;
y el Norte, padrastro del Norte, muerde
el caleche con
desesperación de condenado a la
ultima pena,
tronchando las barretas en la riqueza y
arrancando a puñetazos
el metal áureo,
para que las queridas del
fascista-imperialista se compren
calzones de diamante.
El aceite nupcial de tus limones cura las
heridas
y el amor de las yerbabuena alegra el corazón
del hombre
como los mostros gloriosos de Julio,
no obstante el hambre aúlla a la
agricultura y la insulta
por injusta, como la hiena tiñosa del
desierto escarbando los
sepulcros abandonados,
o como los lobos y el alacrán del arrabal
inmundo;
entre tus huertas, el horror camina a
horcajadas sobre una
feroz mula de alambre,
pateando los frutos heridos de azúcar y
los hambrientos;
el pulmón de tus obreros es el colchón de
tus bacilo de Koch,
criadero de esqueletos de la América,
porque tu
riqueza es tan colosal como tu miseria,
tienes un mar de oro, un territorio de
oro, un dios de oro,
pasado de oro, un futuro de oro,
tus leones y tus mujeres y la tinaja
militar de tus costumbres
miran y ríen con solo un ojo de
oro medio a
medio del porvenir y te mueres de
hambre como un
perro.
Soberbiamente pastan las vacadas
la dulce alfalfa de la
infancia
en la hondura eclesiástica de los grandes
valles
centrales y el toro levanta su pecho al saludo
del sol sonoro;
nada tan nacional y eminentísimo
como el vaso de chacolí de
las
diucas a la caída de las banderas;
pero, como jamás tomaron leche ni
los terneros, ni los hijos
de
las lecheras, nunca
ni el pescador comió pescado, ni
el sembrador comió el pan
colosal
del mediodía, con el queso de las majadas,
ni
el viñador
bebió el valiente vino,
ni la familia de lavanderas y los
ovejeros almorzaron en
mantel fragante
Chile esta triste y todo es congoja y
sangre humana y muerte
o desolación con mucho espanto en la historia
agropecuaria;
un tiburón de ceniza se atraganta de
pulmones de campesino,
se atraganta del trabajo y del esclavo y
del salario y el
déficit alimenticio acrecienta
la plusvalía criminal
y el robo de la propiedad privada.
Así, en túneles envenenados escarba la
criatura humana
las entrañas milenarias,
y un tiempo negro y muerto les gotea el
rostro;
porque son los crucificados del carbón
enriqueciendo con su
suicidio a sus verdugos;
como grandes acordeones verdes cantan los
océanos sobre sus
cabezas
debajo están los siglos, arañándolos,
debajo están los millones
de
millones de millones de muertos, debajo están
los abuelos de los obreros, ellos,
y frente a frente la desnarigada ahíta de
grisú caliente,
todo un choro de horror arrastrando
tripas, huesos, sangre
de combates ensangrentados;
pero la compañía carbonífera, si asesina
las familias también
arrasa la huelga con los
krumiros y la fuerza
pública
y el cristianismo de los asesinos
internacionales,
transforma el asesinato en un galardón
mas para las
yeguas sagradas de sus altares.
Grandes pavos de sol y grandes cueros
hierven la sangre
espesa
y dionysiaca,
los machos cabríos mojan la barba en tus
lagares
y un vino enorme, clamoroso, negro,
aterrado y varonil les
canta como un gallo, en la cara
mientras los alquilados toros amarillos
escarban las sepulturas.
La hermana hospitalaria te recorre, como
a un ejército
vencido,
a ti, país infantil, país tiburón social
y la puñalada de
hombre
a hombre, país del maíz esplendoroso;
galopan caballos fantasmas tus cuaresmas
de luto y tus
aldeas
están pobladas de piojos, mendigos, de
perros, de curas
que arañan las murallas de la antigüedad
chilena
comiéndose los unos a los otros;
y un vidrio de botella negra golpea el hígado
de las guitarras,
cuando
la última empanada de Chile agiganta sus
albahacas.
Que enorme vino de luto naufraga entre
tus campanarios.
La cabeza de Dios – cortada a hacha,
grita y retumba contra
tus látigos de piedra y tu
llorando,
te arrodillas frente a frente a tus
degolladores.
Los nazifascistas te arrojan zapallos
podridos a la
cara.
El espía nipón te fotografía en camisa
y el italianillo de frac te muestra su
trasero de cortesana a
pata pelada y caliente,
mientras a ti, a ti mismo se te cae la baba
como a un santo
y los pigmeos te hacen cosquillas en las verijas
con un
pensamiento amarillo.
Pero tu cuero grande como un navío, va
rajando
el huracán coronado de tempestades y
valores máximos y la
boleada de la boleadora
que le tiraste al porvenir es sublime.
Un asno mineral, minero, araña a los
mineros de Atacama
y Coquimbo,
y una gran papaya de pus grita en el socavón
ajeno como
mordiendo el cadáver del hambre
con las piernas abiertas de sabandija que
comercia en oro;
los zorros remotos y polvorosos mean el
desierto, ahí, con
grandes meadas de sangre, incendiándose,
la maquinaria salitrera ruge, cavando el
sepulcro nacional en
la cabellera de las chimeneas
roja de sol, bota un escupo de patadas
sobre los sindicatos,
que parecen cementerios de desocupación
y carabinas
entre hierros, entre océanos,
entre huesos y horcas
fiscales,
la pelota del día Domingo tiene negra la
lengua tremenda,
y los filibusteros del capitalismo
internacional, condecorados
por el Papado y el arzobispado,
engordan sus krumiros
y sus caballos con el estiércol
de sus queridas,
mientras los rotos furiosos de sudor
escarban la agonía y el
clamor
del terror crucificados
en las vergas cruzadas del juez y el policía
en matrimonio;
una gran patagua de agua verde se remece
entre los vacunos
y la literatura agrícola, como un
montón de pasión,
la trompeta de la alfalfa
llamea en el atardecer y el tambor del
lagar rotundo, rompiendo
cueros tremendos, desafía a la lechería,
cuando los ranchos del gañan sin nombre
echan a correr
desesperados, perseguidos por
regimientos de piojos
tremendamente gordos, como canónigos;
si la Frontera es un aserradero con
amuletos europeos,
es un enorme e innumerable árbol con ríos
floridos en las
raíces y con un lago en la
garganta,
y es como cien tribus de pájaros
cagandose en los inquilinos
y un mapuche
apaleando una inmensa pulga con la
trutruca, a la cual ordeña
y degüella, debajo del poncho
blanco y negro,
debajo
de la Araucanía subterránea, debajo de
los milenarios
y amarillos monumentos polvorosos de prehistoria
singular y
caballos de escudo, a los que
escupe el salchichón
nazi;
pero la ballena azul azota la cola en la Antártida,
llenando el Sur de sur con humo oscuro e
indeterminado,
aunque
se define como una gran lágrima negra
aquel océano blanco con sudario, en el
que suspira la oveja
de Dios, y los conquistadores
violan las hijas de su sirvientes
revolcándolas como las perras
sangrientas en el colchón de
las resacas, cuando
a los santos, borrachos
millonarios degenerados
el aguardiente, entre el gaznate, les
arde, bramante
como un toro de la apostasía en los
antiguos grandes
desiertos del mundo;
sin embargo tu, patria, dulce patria de
aperos y monturas o
arcaicos rifles dorados de
eternidad,
entre sacos de piojos te retuerces
pisoteada,
y el estandarte de quesos y vinos de
Cauquenes, de Chillan,
de Linares, de Talca, de Licantén,
es una bacinica
goteada de espanto o luz
ultravioleta,
tu bandera está cargada de murciélagos,
como el pantalón de
un idiota y es todo lo santo del
pueblo
y te ensilla el latifundista extranjero,
oh! extranjero entre
extranjeros, como si fueses una
vieja mula de montura
o la esposa de su mayordomo;
si, tus ''Alones'' y tus ''Barellas'',
hediondos a verija
echaron demasiada baba literaria, desde
sus mesones de Iscariotes
de carnaval encima y debajo
de tu gran cara sagrada de epopeya y los
nazifascistas maricones
pisotearon tu ley de hombría, en camisa,
como putos locos o
lo mismo que frailes rabones en
la sacristía,
tu oligarquía se revolcó, como un gran
puta,
con el fascismo guata de rana y sus
terribles degenerados
sexuales,
en los subterráneos de la callampa social
del régimen,
tus caudillos pequeñoburgueses se
confunden con los criados
de
las casas de citas,
y tu pabellón lugareño y polvoriento
lo usan las señoras de la alta sociedad
en recoger sus aflujos
menstruales,
oh! pueblo amado, sol de cerebro y
encantamiento,
espada y palanca de Latinoamérica, como
los esclavos fascistas
de la ''aristocracia'' te
escarnecieron las
entrañas, precisamente en función
de tu leyenda.
Pero yo recuerdo tus obreros, su sangre
soberbia de maestros
desparramada en los costillares
resonantes y en
tu vientre mineral, tus obreros y
tus herreros del
pueblo, hijos del pueblo y
pueblo,
y mi corazón hierve un gran vino alegre y
decente,
empenachado de cóndores y toros
apegualando las banderas
del continente enfurecido;
tu gran patio del pueblo, en pueblo
pueblo remontándose,
echando la poderosa flor comunista sobre
el enorme corazón
del sol americano en el gran
Octubre;
coronado de mártires y héroes colorados,
sudando muerte, crucificando y tronchado,
en clamor colosal
araña la gloria
de ser enormemente azotado del régimen,
porque, así, desde allí se levanta el
chorro de llanto igual al
puñal ensangrentado de Jehová
rugiendo como
iluminación de la clase obrera y el proletariado,
oh! Chile chileno, por la libertad
definitiva de los trabajadores.
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