viernes, 30 de noviembre de 2012

Pablo de Rokha - Carta magna de Chile.



Carta magna de Chile

ORATORIA ESTUPENDA DE LA REPÚBLICA


El azul colonial oloroso a plata rajada y a océano te
            azota
el pellejo de acero tremendo y gritos de salitre,
en el cual la vegetación agrícola-forestal como un águila
           verde, oda sacra en la cual se escucha rugir el
           origen,
está echada sobre el huevo de Dios en las tinieblas,
y una gran oveja bala a la pascua hinchada de sol y
caballos de andrajos.

El huracán del Gólgota ensangrienta tu Clase Media,
a ceniza mundial duele tu pueblo en ojotas y la sociedad
futura se levanta
apegualando un toro de lomo universal y ecuménico,
entre el azote rojo que restalla en la espalda de tus
fabricas y tu campesinado,
contra la cuchilla social y el tonel de vino de tus patrones
            vascos:
de tu pueblo y tus minas emerge el oro y la materia pura, la
            tempestad total, lo heroico, el infinito
tremendamente encerrado en sus ánimas:
su voz y tu proletariado enarbolan la Pampa sangrienta, el
Mar del Sur, la palanca de la montaña  pastoreada
            en sus faldeos de tetas, y el mundo
te escucha construir tu porvenir en un poema
comenzado en la edad del terror y el carbón de helechos,
cielo a cielo, tranqueando la historia,
con un cóndor de pecho de hierro de muerto en la garganta.

Tu vientre granero de lagares acumulado,
canta, crecido de ríos marinos y un enorme lago de fabula
            mira la pupila celestial como
un toro a una ternera virgen.

Pero, por adentro del régimen, cargado de duraznos y
sementeras,
tu  corazón frutal, país de ojos azules,
país del peón invernal, país del gañan sufridor, como la
piedra inmensa de la gotera,
Chile, llora y se derrumba en un degüello de espadas,
doloroso, aterrador, proletario, con la lengua cortada por sus
explotadores,
crucificado entre sus viñedos y sus héroes,
clamando contra los asnos terrosos y enfurecidos por la
redención democrática.
Brama la espuela de oro de tu tradición popular en
            América,
y tus soldados de coraje son caballeros antiguos,
disfrazados de sepulcros de imperios,
varones de una gran raza naviera y peninsular, entonando
la universalidad medio a medio de la tierra con el tricolor
            a la vanguardia.

Aquella gran carreta definitivamente preñada de trigo,
que hace crujir el mundo porque el mundo apenas aguanta
            la majestad de su categoría,
es tu ración de honor y tu leyenda.

Tu ramaje arterial es piedra, catástrofe, fuego,
por el circula el oro, el cobre, el hierro, el vino santo y
claro de la plata,
tu sangre es sangre de volcanes
y tu respiración denota al atleta mundial, resollando
relámpagos, amarrado con la cadena negra de los truenos:
espinazo de montañas tienes, el cual redobla sus tambores al
            amanecer, y las gallinas
modestas de la aldea picotean tus barbas de abuelo crecidas
            a la orilla de los abismos contemplándolos.

Sin embargo el piojo se come al roto,
el piojo nacional, canción del horror capitalista, engendrado
            por el oligarca en el costillar popular, engendrado
            por el amo en los esclavos,
el piojo colosal de Chile araña la estrella de Chile, y el
            hambre
muerde el vientre de los trabajadores
con su dentadura de calavera de asesino.

Sobre tus pueblos tristes como un campo de batalla,
los Díaz, los González, los Rojas, los Corbalán y los Urzúa,
todos completamente muertos,
muestran su chaleco de fieras, su fusil criminal de sacerdotes
            y su hocico
de siúticos despacheros y sedentarios a las generaciones en
            escabeche, mirando
como Dios envejece en el abrigo del vecino y como
el atardecer estuca de amarillo lo amarillo del amarillo
cementerio del lugar y solloza.

Tus castaños nos dan castañas, dan muchachas estupendamente
desnudas, relojes de chocolate, champaña de
            Francia,
quesos de cielo, whisky milenario, charqui de león imperial,
            palomas y manzanas,
y tus álamos trágicos dan guitarras desesperadas que curan
            la tristeza con el suicidio o inmensos cantos de
infancia.

El hollín y el vapor internacional dan una patina de
civilización a tus molos y tus muelles de Valparaíso
y tus limosneros horrorosos comprueban tu don republicano;
el gran capital bancario-financiero y la Democracia alegremente
unidos te ciñen entonces un cinturón de
            piojos;
la columna vertebral del régimen empuña el palo de tonto
            del mal policía
sobre las espaldas de tu multitud obrera, a la cual se le ocurre
el crimen de exigir un pan a sus patrones,
para el niño o la mujer o el viejo apolillado de tuberculosis
            constitucional y los partidos
de orden imponen el orden del asesinando a los hambrientos contra
el muro de las iglesias y los hospicios;
si, cuando la sagrada eucaristía no mata la lágrima,
están los cementerios y los calabozos para los subversivos, los
            cementerios en los subterráneos de la sociedad agusanada
            los calabozos en los subterráneos de la
            sociedad agusanada
y los hospitales extranjeros y desterrados en los suburbios.

La carcajada maderera del aserrín en los aserraderos,
domina el Sur forestal y su canto de manzanas, recordando los
            esqueletos de los pellines milenarios,
en los que la elocuencia de la selva inmensa es una bandera
           a media asta,
y el discurso ornamental de los pájaros todos completamente
            rojos, aun los azules,
llena de agua la aurora de la frontera;
el Centro cosecha sus mazorcas y sus sandias como pavos
            gordos
contemplándose en canales de regadío;
y el Norte, padrastro del Norte, muerde el caleche con
            desesperación de condenado a la ultima pena,
tronchando las barretas en la riqueza y arrancando a puñetazos
            el metal áureo,
para que las queridas del fascista-imperialista se compren
            calzones de diamante.
      
El aceite nupcial de tus limones cura las heridas
y el amor de las yerbabuena alegra el corazón del hombre
            como los mostros gloriosos de Julio,
no obstante el hambre aúlla a la agricultura y la insulta
por injusta, como la hiena tiñosa del desierto escarbando los
            sepulcros abandonados,
o como los lobos y el alacrán del arrabal inmundo;
entre tus huertas, el horror camina a horcajadas sobre una
            feroz mula de alambre,
pateando los frutos heridos de azúcar y los hambrientos;
el pulmón de tus obreros es el colchón de tus bacilo de Koch,
            criadero de esqueletos de la América, porque tu
            riqueza es tan colosal como tu miseria,
tienes un mar de oro, un territorio de oro, un dios de oro,
            pasado de oro, un futuro de oro,
tus leones y tus mujeres y la tinaja militar de tus costumbres
           miran y ríen con solo un ojo de oro medio a
           medio del porvenir y te mueres de hambre como un
           perro.

Soberbiamente pastan las vacadas la dulce alfalfa de la
            infancia en la hondura eclesiástica de los grandes
            valles centrales y el toro levanta su pecho al saludo
            del sol sonoro;
nada tan nacional y eminentísimo como el vaso de chacolí de
            las diucas a la caída de las banderas;
pero, como jamás tomaron leche ni los terneros, ni los hijos
            de las lecheras, nunca
ni el pescador comió pescado, ni el sembrador comió el pan
            colosal del mediodía, con el queso de las majadas,
           ni el viñador bebió el valiente vino,
ni la familia de lavanderas y los ovejeros almorzaron en
            mantel fragante
Chile esta triste y todo es congoja y sangre humana y muerte
            o desolación con mucho espanto en la historia
            agropecuaria;
un tiburón de ceniza se atraganta de pulmones de campesino,
se atraganta del trabajo y del esclavo y del salario y el
            déficit alimenticio acrecienta la plusvalía criminal
y el robo de la propiedad privada.

Así, en túneles envenenados escarba la criatura humana
            las entrañas milenarias,
y un tiempo negro y muerto les gotea el rostro;
porque son los crucificados del carbón enriqueciendo con su
            suicidio a sus verdugos;
como grandes acordeones verdes cantan los océanos sobre sus
            cabezas
debajo están los siglos, arañándolos, debajo están los millones
            de millones de millones de muertos, debajo están
           los abuelos de los obreros, ellos,
y frente a frente la desnarigada ahíta de grisú caliente,
todo un choro de horror arrastrando tripas, huesos, sangre
           de combates ensangrentados;
pero la compañía carbonífera, si asesina las familias también
            arrasa la huelga con los krumiros y la fuerza
           pública
y el cristianismo de los asesinos internacionales,
transforma el asesinato en un galardón mas para las
            yeguas sagradas de sus altares.

Grandes pavos de sol y grandes cueros hierven la sangre
            espesa y dionysiaca,
los machos cabríos mojan la barba en tus lagares
y un vino enorme, clamoroso, negro, aterrado y varonil les
            canta como un gallo, en la cara
mientras los alquilados toros amarillos escarban las sepulturas.

La hermana hospitalaria te recorre, como a un ejército
            vencido,
a ti, país infantil, país tiburón social y la puñalada de
            hombre a hombre, país del maíz esplendoroso;
galopan caballos fantasmas tus cuaresmas de luto y tus
            aldeas
están pobladas de piojos, mendigos, de perros, de curas
            que arañan las murallas de la antigüedad chilena
comiéndose los unos a los otros;
y un vidrio de botella negra golpea el hígado de las guitarras,
            cuando
la última empanada de Chile agiganta sus albahacas.

Que enorme vino de luto naufraga entre tus campanarios.

La cabeza de Dios – cortada a hacha, grita y retumba contra
            tus látigos de piedra y tu llorando,
te arrodillas frente a frente a tus degolladores.

Los nazifascistas te arrojan zapallos podridos a la
            cara.

El espía nipón te fotografía en camisa
y el italianillo de frac te muestra su trasero de cortesana a
            pata pelada y caliente,
mientras a ti, a ti mismo se te cae la baba como a un santo
y los pigmeos te hacen cosquillas en las verijas con un
            pensamiento amarillo.

Pero tu cuero grande como un navío, va rajando
el huracán coronado de tempestades y valores máximos y la
            boleada de la boleadora
que le tiraste al porvenir es sublime.

Un asno mineral, minero, araña a los mineros de Atacama
            y Coquimbo,
y una gran papaya de pus grita en el socavón ajeno como
            mordiendo el cadáver del hambre
con las piernas abiertas de sabandija que comercia en oro;
los zorros remotos y polvorosos mean el desierto, ahí, con
            grandes meadas de sangre, incendiándose,
la maquinaria salitrera ruge, cavando el sepulcro nacional en
           la cabellera de las chimeneas
roja de sol, bota un escupo de patadas sobre los sindicatos,
           que parecen cementerios de desocupación y carabinas
           entre hierros, entre océanos, entre huesos y horcas
           fiscales,
la pelota del día Domingo tiene negra la lengua tremenda,
y los filibusteros del capitalismo internacional, condecorados
              por el Papado y el arzobispado, engordan sus krumiros
              y sus caballos con el estiércol de sus queridas,
mientras los rotos furiosos de sudor escarban la agonía y el
            clamor del terror crucificados
en las vergas cruzadas del juez y el policía en matrimonio;
una gran patagua de agua verde se remece entre los vacunos
            y la literatura agrícola, como un montón de pasión,
            la trompeta de la alfalfa
llamea en el atardecer y el tambor del lagar rotundo, rompiendo
            cueros tremendos, desafía a la lechería,
cuando los ranchos del gañan sin nombre echan a correr
           desesperados, perseguidos por regimientos de piojos
            tremendamente gordos, como canónigos;
si la Frontera es un aserradero con amuletos europeos,
es un enorme e innumerable árbol con ríos floridos en las
            raíces y con un lago en la garganta,
y es como cien tribus de pájaros cagandose en los inquilinos
            y un mapuche
apaleando una inmensa pulga con la trutruca, a la cual ordeña
            y degüella, debajo del poncho blanco y negro,
            debajo
de la Araucanía subterránea, debajo de los milenarios
y amarillos monumentos polvorosos de prehistoria singular y
            caballos de escudo, a los que escupe el salchichón
           nazi;
pero la ballena azul azota la cola en la Antártida,
llenando el Sur de sur con humo oscuro e indeterminado,
            aunque se define como una gran lágrima negra
aquel océano blanco con sudario, en el que suspira la oveja
            de Dios, y los conquistadores
violan las hijas de su sirvientes revolcándolas como las perras
            sangrientas en el colchón de las resacas, cuando
           a los santos, borrachos millonarios degenerados
el aguardiente, entre el gaznate, les arde, bramante
como un toro de la apostasía en los antiguos grandes
            desiertos del mundo;
sin embargo tu, patria, dulce patria de aperos y monturas o
            arcaicos rifles dorados de eternidad,
entre sacos de piojos te retuerces pisoteada,
y el estandarte de quesos y vinos de Cauquenes, de Chillan,
            de Linares, de Talca, de Licantén, es una bacinica
           goteada de espanto o luz ultravioleta,
tu bandera está cargada de murciélagos, como el pantalón de
            un idiota y es todo lo santo del pueblo
y te ensilla el latifundista extranjero, oh! extranjero entre
            extranjeros, como si fueses una vieja mula de montura
            o la esposa de su mayordomo;
si, tus ''Alones'' y tus ''Barellas'', hediondos a verija
echaron demasiada baba literaria, desde sus mesones de Iscariotes
            de carnaval encima y debajo
de tu gran cara sagrada de epopeya y los nazifascistas maricones
pisotearon tu ley de hombría, en camisa, como putos locos o
            lo mismo que frailes rabones en la sacristía,
tu oligarquía se revolcó, como un gran puta,
con el fascismo guata de rana y sus terribles degenerados
            sexuales,
en los subterráneos de la callampa social del régimen,
tus caudillos pequeñoburgueses se confunden con los criados
            de las casas de citas,
y tu pabellón lugareño y polvoriento
lo usan las señoras de la alta sociedad en recoger sus aflujos
            menstruales,
oh! pueblo amado, sol de cerebro y encantamiento,
espada y palanca de Latinoamérica, como los esclavos fascistas
            de la ''aristocracia'' te escarnecieron las
            entrañas, precisamente en función de tu leyenda.

Pero yo recuerdo tus obreros, su sangre soberbia de maestros
            desparramada en los costillares resonantes y en
            tu vientre mineral, tus obreros y tus herreros del
            pueblo, hijos del pueblo y pueblo,
y mi corazón hierve un gran vino alegre y decente,
empenachado de cóndores y toros apegualando las banderas
            del continente enfurecido;
tu gran patio del pueblo, en pueblo pueblo remontándose,
echando la poderosa flor comunista sobre el enorme corazón
            del sol americano en el gran Octubre;
coronado de mártires y héroes colorados,
sudando muerte, crucificando y tronchado, en clamor colosal
            araña la gloria
de ser enormemente azotado del régimen,
porque, así, desde allí se levanta el chorro de llanto igual al
            puñal ensangrentado de Jehová rugiendo como
            iluminación de la clase obrera y el proletariado,
oh! Chile chileno, por la libertad definitiva de los trabajadores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario