Una cruz
dibujada con perfiles de sombra.
Está mi
cabellera ligeramente absorta
cubriéndole el
estiércol a los ojos del mundo.
Está mi
arquitectura de raíces informes
ahuyentando a
los cuervos, dominando el silencio
y esperando su
hora.
Ay, hombre de
los ojos y de las manos raras,
me gusta tu
demencia más que tus reflexiones.
Dime que soy
la hembra de un búho alucinado,
que de contar
estrellas dormidas, quedó ciego.
¿Qué quieres
de mi pobre manantial escurrido?
¿Qué quieres
si ya sabes repetir mi palabra?
Un gesto de mi
mano sabe cantar tu angustia:
un gesto de mi
mano sabe domar tus ansias.
Hombre de las
inquietas pupilas de aceituna,
capitán de las
rojas carabelas del alba,
sabes que el
Alfarero me hizo triste, ¿qué quieres?
Yo no sabía
entonces que iba tener un alma.
Llegó una luna
roja con sus ojos hundidos
a besar a los
cardos.
Murió un
cuervo esa noche,
y empezó mi
jornada.
Ya ves qué de
repente puede haber una noche,
puede morirse
un cuervo.
Ya ves, qué de
repente puedes contar las larvas
que beben en
la cuenca vacía de tus ojos.
O una luna
roja con sus ojos hundidos
a fabricar los
peces
Yo estaba en
ese instante en la madera. El leño
crepitaba de
rabia porque estaba conmigo,
yo estaba en
la madera,
y el leño era
mi amante.
El Alfarero
vino, tomó un trozo de fuego
y modeló mi
entraña.
Después,
apasionada y silenciosamente
dibujó mi
sonrisa
que es esta
mueca absurda que me forma la cara.
¿Qué quieres,
pues?
Ya estoy como
yo lo quería...
Ah, me
olvidaba, ¿sabes?
De la primera
nota de la flauta del viento
fue modelada
mi alma.