jueves, 28 de noviembre de 2013

Stella Díaz Varín - Advenimiento


Una cruz dibujada con perfiles de sombra.
Está mi cabellera ligeramente absorta
cubriéndole el estiércol a los ojos del mundo.
Está mi arquitectura de raíces informes
ahuyentando a los cuervos, dominando el silencio
y esperando su hora.

Ay, hombre de los ojos y de las manos raras,
me gusta tu demencia más que tus reflexiones.
Dime que soy la hembra de un búho alucinado,
que de contar estrellas dormidas, quedó ciego.

¿Qué quieres de mi pobre manantial escurrido?
¿Qué quieres si ya sabes repetir mi palabra?
Un gesto de mi mano sabe cantar tu angustia:
un gesto de mi mano sabe domar tus ansias.

Hombre de las inquietas pupilas de aceituna,
capitán de las rojas carabelas del alba,
sabes que el Alfarero me hizo triste, ¿qué quieres?
Yo no sabía entonces que iba tener un alma.

Llegó una luna roja con sus ojos hundidos
a besar a los cardos.
Murió un cuervo esa noche,
y empezó mi jornada.
Ya ves qué de repente puede haber una noche,
puede morirse un cuervo.
Ya ves, qué de repente puedes contar las larvas
que beben en la cuenca vacía de tus ojos.

O una luna roja con sus ojos hundidos
a fabricar los peces
Yo estaba en ese instante en la madera. El leño
crepitaba de rabia porque estaba conmigo,
yo estaba en la madera,
y el leño era mi amante.

El Alfarero vino, tomó un trozo de fuego
y modeló mi entraña.
Después, apasionada y silenciosamente
dibujó mi sonrisa
que es esta mueca absurda que me forma la cara.
¿Qué quieres, pues?
Ya estoy como yo lo quería...
Ah, me olvidaba, ¿sabes?
De la primera nota de la flauta del viento
fue modelada mi alma.

Gonzalo Rojas - Rimbaud.


No tenernos talento, es que
no tenemos talento, lo que nos pasa
es que no tenemos talento, a lo sumo
oímos voces, eso es lo que oímos: un
centelleo, un parpadeo, y ahí mismo voces. Teresa
oyó voces, el loco
que vi ayer en el Metro oyó voces.

¿Cuál Metro si aquí no hay Metro? Nunca
hubo aquí Metro, lo que hubo
fueron al galope caballos
si es que eso, si es que en este cuarto
de tres por tres hubo alguna vez caballos
en el espejo.

Pero somos precoces, eso sí que somos, muy
precoces, más
que Rimbaud a nuestra edad; ¿más?,
¿todavía más que ese hijo de madre que
lo perdió todo en la apuesta? Viniera y
nos viera así todos sucios, estallados
en nuestro átomo mísero, viejos
de inmundicia y gloria. Un
puntapié nos diera en el hocico.