viernes, 30 de noviembre de 2012

Pablo de Rokha - Carta magna de Chile.



Carta magna de Chile

ORATORIA ESTUPENDA DE LA REPÚBLICA


El azul colonial oloroso a plata rajada y a océano te
            azota
el pellejo de acero tremendo y gritos de salitre,
en el cual la vegetación agrícola-forestal como un águila
           verde, oda sacra en la cual se escucha rugir el
           origen,
está echada sobre el huevo de Dios en las tinieblas,
y una gran oveja bala a la pascua hinchada de sol y
caballos de andrajos.

El huracán del Gólgota ensangrienta tu Clase Media,
a ceniza mundial duele tu pueblo en ojotas y la sociedad
futura se levanta
apegualando un toro de lomo universal y ecuménico,
entre el azote rojo que restalla en la espalda de tus
fabricas y tu campesinado,
contra la cuchilla social y el tonel de vino de tus patrones
            vascos:
de tu pueblo y tus minas emerge el oro y la materia pura, la
            tempestad total, lo heroico, el infinito
tremendamente encerrado en sus ánimas:
su voz y tu proletariado enarbolan la Pampa sangrienta, el
Mar del Sur, la palanca de la montaña  pastoreada
            en sus faldeos de tetas, y el mundo
te escucha construir tu porvenir en un poema
comenzado en la edad del terror y el carbón de helechos,
cielo a cielo, tranqueando la historia,
con un cóndor de pecho de hierro de muerto en la garganta.

Tu vientre granero de lagares acumulado,
canta, crecido de ríos marinos y un enorme lago de fabula
            mira la pupila celestial como
un toro a una ternera virgen.

Pero, por adentro del régimen, cargado de duraznos y
sementeras,
tu  corazón frutal, país de ojos azules,
país del peón invernal, país del gañan sufridor, como la
piedra inmensa de la gotera,
Chile, llora y se derrumba en un degüello de espadas,
doloroso, aterrador, proletario, con la lengua cortada por sus
explotadores,
crucificado entre sus viñedos y sus héroes,
clamando contra los asnos terrosos y enfurecidos por la
redención democrática.
Brama la espuela de oro de tu tradición popular en
            América,
y tus soldados de coraje son caballeros antiguos,
disfrazados de sepulcros de imperios,
varones de una gran raza naviera y peninsular, entonando
la universalidad medio a medio de la tierra con el tricolor
            a la vanguardia.

Aquella gran carreta definitivamente preñada de trigo,
que hace crujir el mundo porque el mundo apenas aguanta
            la majestad de su categoría,
es tu ración de honor y tu leyenda.

Tu ramaje arterial es piedra, catástrofe, fuego,
por el circula el oro, el cobre, el hierro, el vino santo y
claro de la plata,
tu sangre es sangre de volcanes
y tu respiración denota al atleta mundial, resollando
relámpagos, amarrado con la cadena negra de los truenos:
espinazo de montañas tienes, el cual redobla sus tambores al
            amanecer, y las gallinas
modestas de la aldea picotean tus barbas de abuelo crecidas
            a la orilla de los abismos contemplándolos.

Sin embargo el piojo se come al roto,
el piojo nacional, canción del horror capitalista, engendrado
            por el oligarca en el costillar popular, engendrado
            por el amo en los esclavos,
el piojo colosal de Chile araña la estrella de Chile, y el
            hambre
muerde el vientre de los trabajadores
con su dentadura de calavera de asesino.

Sobre tus pueblos tristes como un campo de batalla,
los Díaz, los González, los Rojas, los Corbalán y los Urzúa,
todos completamente muertos,
muestran su chaleco de fieras, su fusil criminal de sacerdotes
            y su hocico
de siúticos despacheros y sedentarios a las generaciones en
            escabeche, mirando
como Dios envejece en el abrigo del vecino y como
el atardecer estuca de amarillo lo amarillo del amarillo
cementerio del lugar y solloza.

Tus castaños nos dan castañas, dan muchachas estupendamente
desnudas, relojes de chocolate, champaña de
            Francia,
quesos de cielo, whisky milenario, charqui de león imperial,
            palomas y manzanas,
y tus álamos trágicos dan guitarras desesperadas que curan
            la tristeza con el suicidio o inmensos cantos de
infancia.

El hollín y el vapor internacional dan una patina de
civilización a tus molos y tus muelles de Valparaíso
y tus limosneros horrorosos comprueban tu don republicano;
el gran capital bancario-financiero y la Democracia alegremente
unidos te ciñen entonces un cinturón de
            piojos;
la columna vertebral del régimen empuña el palo de tonto
            del mal policía
sobre las espaldas de tu multitud obrera, a la cual se le ocurre
el crimen de exigir un pan a sus patrones,
para el niño o la mujer o el viejo apolillado de tuberculosis
            constitucional y los partidos
de orden imponen el orden del asesinando a los hambrientos contra
el muro de las iglesias y los hospicios;
si, cuando la sagrada eucaristía no mata la lágrima,
están los cementerios y los calabozos para los subversivos, los
            cementerios en los subterráneos de la sociedad agusanada
            los calabozos en los subterráneos de la
            sociedad agusanada
y los hospitales extranjeros y desterrados en los suburbios.

La carcajada maderera del aserrín en los aserraderos,
domina el Sur forestal y su canto de manzanas, recordando los
            esqueletos de los pellines milenarios,
en los que la elocuencia de la selva inmensa es una bandera
           a media asta,
y el discurso ornamental de los pájaros todos completamente
            rojos, aun los azules,
llena de agua la aurora de la frontera;
el Centro cosecha sus mazorcas y sus sandias como pavos
            gordos
contemplándose en canales de regadío;
y el Norte, padrastro del Norte, muerde el caleche con
            desesperación de condenado a la ultima pena,
tronchando las barretas en la riqueza y arrancando a puñetazos
            el metal áureo,
para que las queridas del fascista-imperialista se compren
            calzones de diamante.
      
El aceite nupcial de tus limones cura las heridas
y el amor de las yerbabuena alegra el corazón del hombre
            como los mostros gloriosos de Julio,
no obstante el hambre aúlla a la agricultura y la insulta
por injusta, como la hiena tiñosa del desierto escarbando los
            sepulcros abandonados,
o como los lobos y el alacrán del arrabal inmundo;
entre tus huertas, el horror camina a horcajadas sobre una
            feroz mula de alambre,
pateando los frutos heridos de azúcar y los hambrientos;
el pulmón de tus obreros es el colchón de tus bacilo de Koch,
            criadero de esqueletos de la América, porque tu
            riqueza es tan colosal como tu miseria,
tienes un mar de oro, un territorio de oro, un dios de oro,
            pasado de oro, un futuro de oro,
tus leones y tus mujeres y la tinaja militar de tus costumbres
           miran y ríen con solo un ojo de oro medio a
           medio del porvenir y te mueres de hambre como un
           perro.

Soberbiamente pastan las vacadas la dulce alfalfa de la
            infancia en la hondura eclesiástica de los grandes
            valles centrales y el toro levanta su pecho al saludo
            del sol sonoro;
nada tan nacional y eminentísimo como el vaso de chacolí de
            las diucas a la caída de las banderas;
pero, como jamás tomaron leche ni los terneros, ni los hijos
            de las lecheras, nunca
ni el pescador comió pescado, ni el sembrador comió el pan
            colosal del mediodía, con el queso de las majadas,
           ni el viñador bebió el valiente vino,
ni la familia de lavanderas y los ovejeros almorzaron en
            mantel fragante
Chile esta triste y todo es congoja y sangre humana y muerte
            o desolación con mucho espanto en la historia
            agropecuaria;
un tiburón de ceniza se atraganta de pulmones de campesino,
se atraganta del trabajo y del esclavo y del salario y el
            déficit alimenticio acrecienta la plusvalía criminal
y el robo de la propiedad privada.

Así, en túneles envenenados escarba la criatura humana
            las entrañas milenarias,
y un tiempo negro y muerto les gotea el rostro;
porque son los crucificados del carbón enriqueciendo con su
            suicidio a sus verdugos;
como grandes acordeones verdes cantan los océanos sobre sus
            cabezas
debajo están los siglos, arañándolos, debajo están los millones
            de millones de millones de muertos, debajo están
           los abuelos de los obreros, ellos,
y frente a frente la desnarigada ahíta de grisú caliente,
todo un choro de horror arrastrando tripas, huesos, sangre
           de combates ensangrentados;
pero la compañía carbonífera, si asesina las familias también
            arrasa la huelga con los krumiros y la fuerza
           pública
y el cristianismo de los asesinos internacionales,
transforma el asesinato en un galardón mas para las
            yeguas sagradas de sus altares.

Grandes pavos de sol y grandes cueros hierven la sangre
            espesa y dionysiaca,
los machos cabríos mojan la barba en tus lagares
y un vino enorme, clamoroso, negro, aterrado y varonil les
            canta como un gallo, en la cara
mientras los alquilados toros amarillos escarban las sepulturas.

La hermana hospitalaria te recorre, como a un ejército
            vencido,
a ti, país infantil, país tiburón social y la puñalada de
            hombre a hombre, país del maíz esplendoroso;
galopan caballos fantasmas tus cuaresmas de luto y tus
            aldeas
están pobladas de piojos, mendigos, de perros, de curas
            que arañan las murallas de la antigüedad chilena
comiéndose los unos a los otros;
y un vidrio de botella negra golpea el hígado de las guitarras,
            cuando
la última empanada de Chile agiganta sus albahacas.

Que enorme vino de luto naufraga entre tus campanarios.

La cabeza de Dios – cortada a hacha, grita y retumba contra
            tus látigos de piedra y tu llorando,
te arrodillas frente a frente a tus degolladores.

Los nazifascistas te arrojan zapallos podridos a la
            cara.

El espía nipón te fotografía en camisa
y el italianillo de frac te muestra su trasero de cortesana a
            pata pelada y caliente,
mientras a ti, a ti mismo se te cae la baba como a un santo
y los pigmeos te hacen cosquillas en las verijas con un
            pensamiento amarillo.

Pero tu cuero grande como un navío, va rajando
el huracán coronado de tempestades y valores máximos y la
            boleada de la boleadora
que le tiraste al porvenir es sublime.

Un asno mineral, minero, araña a los mineros de Atacama
            y Coquimbo,
y una gran papaya de pus grita en el socavón ajeno como
            mordiendo el cadáver del hambre
con las piernas abiertas de sabandija que comercia en oro;
los zorros remotos y polvorosos mean el desierto, ahí, con
            grandes meadas de sangre, incendiándose,
la maquinaria salitrera ruge, cavando el sepulcro nacional en
           la cabellera de las chimeneas
roja de sol, bota un escupo de patadas sobre los sindicatos,
           que parecen cementerios de desocupación y carabinas
           entre hierros, entre océanos, entre huesos y horcas
           fiscales,
la pelota del día Domingo tiene negra la lengua tremenda,
y los filibusteros del capitalismo internacional, condecorados
              por el Papado y el arzobispado, engordan sus krumiros
              y sus caballos con el estiércol de sus queridas,
mientras los rotos furiosos de sudor escarban la agonía y el
            clamor del terror crucificados
en las vergas cruzadas del juez y el policía en matrimonio;
una gran patagua de agua verde se remece entre los vacunos
            y la literatura agrícola, como un montón de pasión,
            la trompeta de la alfalfa
llamea en el atardecer y el tambor del lagar rotundo, rompiendo
            cueros tremendos, desafía a la lechería,
cuando los ranchos del gañan sin nombre echan a correr
           desesperados, perseguidos por regimientos de piojos
            tremendamente gordos, como canónigos;
si la Frontera es un aserradero con amuletos europeos,
es un enorme e innumerable árbol con ríos floridos en las
            raíces y con un lago en la garganta,
y es como cien tribus de pájaros cagandose en los inquilinos
            y un mapuche
apaleando una inmensa pulga con la trutruca, a la cual ordeña
            y degüella, debajo del poncho blanco y negro,
            debajo
de la Araucanía subterránea, debajo de los milenarios
y amarillos monumentos polvorosos de prehistoria singular y
            caballos de escudo, a los que escupe el salchichón
           nazi;
pero la ballena azul azota la cola en la Antártida,
llenando el Sur de sur con humo oscuro e indeterminado,
            aunque se define como una gran lágrima negra
aquel océano blanco con sudario, en el que suspira la oveja
            de Dios, y los conquistadores
violan las hijas de su sirvientes revolcándolas como las perras
            sangrientas en el colchón de las resacas, cuando
           a los santos, borrachos millonarios degenerados
el aguardiente, entre el gaznate, les arde, bramante
como un toro de la apostasía en los antiguos grandes
            desiertos del mundo;
sin embargo tu, patria, dulce patria de aperos y monturas o
            arcaicos rifles dorados de eternidad,
entre sacos de piojos te retuerces pisoteada,
y el estandarte de quesos y vinos de Cauquenes, de Chillan,
            de Linares, de Talca, de Licantén, es una bacinica
           goteada de espanto o luz ultravioleta,
tu bandera está cargada de murciélagos, como el pantalón de
            un idiota y es todo lo santo del pueblo
y te ensilla el latifundista extranjero, oh! extranjero entre
            extranjeros, como si fueses una vieja mula de montura
            o la esposa de su mayordomo;
si, tus ''Alones'' y tus ''Barellas'', hediondos a verija
echaron demasiada baba literaria, desde sus mesones de Iscariotes
            de carnaval encima y debajo
de tu gran cara sagrada de epopeya y los nazifascistas maricones
pisotearon tu ley de hombría, en camisa, como putos locos o
            lo mismo que frailes rabones en la sacristía,
tu oligarquía se revolcó, como un gran puta,
con el fascismo guata de rana y sus terribles degenerados
            sexuales,
en los subterráneos de la callampa social del régimen,
tus caudillos pequeñoburgueses se confunden con los criados
            de las casas de citas,
y tu pabellón lugareño y polvoriento
lo usan las señoras de la alta sociedad en recoger sus aflujos
            menstruales,
oh! pueblo amado, sol de cerebro y encantamiento,
espada y palanca de Latinoamérica, como los esclavos fascistas
            de la ''aristocracia'' te escarnecieron las
            entrañas, precisamente en función de tu leyenda.

Pero yo recuerdo tus obreros, su sangre soberbia de maestros
            desparramada en los costillares resonantes y en
            tu vientre mineral, tus obreros y tus herreros del
            pueblo, hijos del pueblo y pueblo,
y mi corazón hierve un gran vino alegre y decente,
empenachado de cóndores y toros apegualando las banderas
            del continente enfurecido;
tu gran patio del pueblo, en pueblo pueblo remontándose,
echando la poderosa flor comunista sobre el enorme corazón
            del sol americano en el gran Octubre;
coronado de mártires y héroes colorados,
sudando muerte, crucificando y tronchado, en clamor colosal
            araña la gloria
de ser enormemente azotado del régimen,
porque, así, desde allí se levanta el chorro de llanto igual al
            puñal ensangrentado de Jehová rugiendo como
            iluminación de la clase obrera y el proletariado,
oh! Chile chileno, por la libertad definitiva de los trabajadores.

Dexter Gordon - Go.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Pablo de Rokha - Gran Marcha Heroica.



FUEGO NEGRO

1951 – 1953

I

GRAN MARCHA HEROICA

            Avanza tu carro de llantos y entra a la historia entrechocándose.

            Arriba, un atrevimiento de águilas, abajo, el pecho del pueblo y en la línea definitiva, entre los altos y anchos candelabros de la Humanidad, y las trompetas que braman como vacas, entre naranjos y duraznos y manzanos que, como caballos, relinchan, entre barcos y espadas, rifles y banderas en flor, al paso de parada negro y fundamental de los héroes, tú y tu ataúd de acero.

            La multitud descomunal y subterránea, abate en oleaje tronador su ímpetu de serpiente y ataca su fantasma y su palabra, como un toro la estrella ensangrentada.

            Caemos de rodillas en el gran crepúsculo universal, y lloran las sirenas de todos los barcos del mundo, como perritas sin alojamiento; se acabó la comida en los establos contemporáneos y el último buey se destapa los sesos, gritando; el bofetón del huracán, partiendo los terciopelos del Oriente, araña el ocaso y le desgarran el corazón a puñaladas, cuando el fusil imperial de la burguesía pare un lirio de pólvora y se suicida.

            Al quillay litoral le desgarran la pana los relámpagos de las montañas, y tremendamente da quejidos de potrillo recién nacido en el estercolero, porque su conciencia vegetal naufraga en el aroma a sangre.

            Canto de estatuas, grito de coronas, llanto de corazas y bahías, y el discurso funeral de los cipreses que persiguen eternamente lo amarillo, te rodean; nosotros, entre lenguas de perro y lágrimas elementales, no somos sino sólo fantasmas en vigencia; lo heroico, lo definitivo, la ley oscura de la materia en la cual todas las cosas se levantan y se derrumban con el único fin de engendrar padecimiento, emerge de ti, porque tú eres la realidad categórica; y cuando los pollitos nuevos del mar a cuya orilla enorme te criaste, pian el asesinato general del ocaso, los huesos de Tamerlán echan grandes llamas; escucho el funeral de Beethoven ejecutado por setecientos maestros de orquesta, frenar la tempestad, sujetándola, como el desnudo adolescente los caballos rojos de Fidias y el cielo está negro lo mismo que mi corazón; las espadas anchas, las anchas espadas embanderadas de historia, se te someten y te lamen como el perro del mendigo; cuadrigas y centurias, haciendo estallar el sol sonoro, al golpear la tierra hinchada con el eslabón de la herradura, levantan polvaredas de migración y el bramido de las lanzas es acusatorio y terrible debajo de la lluvia oscura como la mala intención o un cobarde; adentro de las campanas choca la luciérnaga rota con su farol a la espalda, llorando; huyendo del incendio general, leones y chacales se arrojan a la mar ignota y las serpientes repletas de furor se rompen los colmillos en las antiguas lanzas; un gran caballo azul se suicida; borrachos de sol y parición en generaciones del Dios pánico y dionysíaco, los sacerdotes-escarabajos están gritando la maternidad aterradora en miel de pinares y resinas de gran potencial alcohólico, que debaten entre ramajes de violencia tremenda de la naturaleza: el Clarín del Señor de los Ejércitos empuña la espuela de oro de la gran alarma y los soldados.

            Cargado por nosotros, marcha el féretro como una rosa negra o un pabellón caído, con espanto aterrador de fusilamiento; rajados a hachazos los pellines encadenados al huracán aúllan; tú eres lo único definitivo, hundida en tu belleza de pretéritos y de crepúsculos totales, caída en todo lo solo, herida por el resplandor de la eternidad deslumbradora, mientras errados, nos arrinconamos adentro de nuestras viejas negras chaquetas de perros.

            Por el camino real que va a la nada marcharé (caballo de invierno), en las milenarias edades; hoy, mi espada está quebrada, como el mascarón de proa del barco que se estrelló contra lo infinito y soy el animal abandonado en la soledad del bramadero; perteneces al género humano, tétrico de matanza en matanza, y te robaron de mis besos terribles; braman las campanas pateando la atmósfera histórica en la cual se degüellan hasta las dulces violetas que son como copitas de vino inmortal; la tinaja de las provincias echa un ancho y largo llanto de parrones descomunales, gritando desde el origen.

            Arde tu alma grande y deslumbradora como un fusil en botón y a la persona muerta la secunda la ciudadanía universal otorgándole la vida épica como a una guitarra el sonido; como un solo animal, acumular la eternidad, triste y furioso a tus orillas, es mi ocupación de suicida; como ola de sombra, el comercio-puñal de la literatura nos ladra el alma cansada y los cuatreros, los cuchilleros, los aventureros y el gran escorpión de la bohemia nos destinan su sonrisa de degolladores, echada en sus ojos de cerdo.

            Sobre el instante, la polvareda familiar gravita y empuña el pabellón de los antiguos clanes; tú eres el escudo popular de los de Rokha: tronchados, desorientados, conmigo a la cabeza de la carreta grande, tirada por dos inmensos toros muertos, hijos e hijas, nietos y nietas, yernos y nueras dan la batalla contra la mixtificación tenebrosa y estupenda de los viejos payasos convertidos en asesinos; a miel envenenada hiede el ambiente o a calumnia y perro; los chacales se ríen furiosamente y tremendamente arañan la casa sola como sombra en el arrabal del mundo, allí en donde remuelen el pelele y la maldición, tierra de escupos y demagogia, llena de lenguas quemadas; porque mi desesperación se retuerce las manos como un reo que enfrenta los inquisidores, a cuya espalda chilla, furiosa la Reacción, como negra perra vieja en celo; andando por abajo, los degenerados nos aceitan y nos embarran el camino a fin de que el cegado por las lágrimas dé el resbalón mortal y definitivo del que se desploma en el mar rabioso que solloza echando espuma y se derrumbe horriblemente.

            Juramos pelear hasta derrotar al enemigo enmascarado en el enemigo del pueblo, al calumniador y al difamador con ojo pequeño de ofidio y las setenta lenguas ajenas de los testigos falsos, a la rana-pulpo-sapo del sabotaje; juramos solemnemente cortarnos y comernos la legua antes de lanzarte al olvido; juramos los látigos de la venganza, porque es mentira la misericordia y no tememos atacar la eternidad frente a frente, ensangrentados como pabellones.

            Tranco a tranco en el pantano del horror, vi destruir a la naturaleza en ti el esquema total de lo bello y lo bueno: como un niño loco, el espanto se ensañó en tu figura incomparable, que no volverá a lograr nunca jamás la línea de la Humanidad, y caíste asesinada y pisoteada por lo infinito, tú, que representabas lo infinito en la vida humana, y el sol de “Dios” en la gran tiniebla del hombre; caías, pero caía contigo el significado de lo humano, y en este instante todas las cosas están sin sentido, gritando, boca abajo, solas, y es fea la tierra: como a aquel infeliz cualquiera a quien le revuelven la puñalada en el corazón, el perro idiota de la literatura, vestido de obispo o caracol, levanta la pata y orina mi tragedia de macho, porque como todo lo hermoso, todo lo vertical, todo lo heroico se hundió contigo en el abismo, yo soy el viudo terrible, y acaso la bestia arcaica sublimándose en el intelectual acusatorio que da lenguaje a las tinieblas; como la naturaleza es descomunal y sólo lo monstruoso le incumbe íntegramente, su injusticia fue tenebrosa con tu régimen floral de copa y el destino te cavó de horror como a una montaña de fuego: sin embargo, como soy humano, no acepto tu muerte, no creo en tu muerte, no entiendo tu muerte y el andrajo de mi corazón se retuerce salvajemente y se abalanza contra la muralla inmortal, contra la muralla desesperada, contra la muralla ensangrentada, contra la muralla despedazada, que se incendia entre las montañas y sudando y bramando y sangrando, me revuelco como un toro con tu nombre sagrado entre los dientes, mordido como el puñal rojo del pirata: a la espalda aúllan las desorbitadas máscaras gruñendo entre complejos de buitre aventurero y trajes vacíos, en los que respiran las épocas demagógicas.

            Entre los grandes peñascos apuñalados por el sol, sudando como soldados de antaño, roídos por inmenso musgo crepuscular y lágrimas de antiguas botellas, tú y la paloma torcaz de los desiertos lloran; mar afuera, en el corazón de flor de las mojadas islas oceánicas, en las que la eternidad se agarra como entraña de animal vacuno a la soledad de la materia y el gemido de los orígenes gravita en la gran placenta del agua, tú das la majestad al huracán por cuyos látigos ruge la muerte su secreto total, tremendo: encima de los carros de topacio del crepúsculo, tirados por siete caballos amarillos, cruzados de llamas como Jehová, tú eres el balido azul de los corderos; aquí, a la orilla de tu sepulcro que ruge, terrible, en su condición de miel de abejas y de pólvora, haciendo estallar el huracán sobre los viejos túmulos que tu vecindad obliga a relampaguear, tú empuñas una gran trompeta de oro, tal como se empuña una gran bandera de fuego y convocas a asamblea general de muertos, a fin de arrojar la eternidad contra la eternidad, como dos peñascos: emerges de entre toneles, como la voz de las vasijas, y la gran humedad del pretérito, que huele a fruta madura y a caoba matrimonial, enarbola su pabellón en el corazón de las bodegas, cuando yo recuerdo tu virginidad resplandeciente…

            Condiciona sus muchedumbres la mar-océano del Sur y tu multitud le responde terriblemente; yo estoy sentado a la orilla del que tanto amabas mar, y la oceanidad da la tónica al gigante dolor que requiere inmensidades para manifestarse y el lenguaje de la masa humana o la montaña incendiándose; remece sus instintos la inmensa bestia oceánica y el crepúsculo ensangrienta la bandera de los navíos y el cañón funeral del puerto; el mar y yo bramamos, el mar, el mar, y crujen los huesos tremendos de Chile, cuando con mi caballo nos bañamos solos en la gran soledad del mar y el mar prolonga mi relincho con su bramido por todas las costas, desde las tierras protervas de Babilonia al Mediterráneo celestial de las tuyas glicinas y a los sangrientos mares vikingos, o arrastra mi voz tronchada y sangrienta como un capitel roto y mi lenguaje de campanario que se derrumba en la gran campana del mar, con tu recuerdo gimiendo adentro: rememoro nuestro matrimonio provincial-marino y la carrera desenfrenada, desnudos, sobre la arena y el sol; es la mar soberbia, la mar oscura, la mar grandiosa en la cual gravita el estupor horizontal de humanidad que azota los vientres de las madres y relumbran las panoplias huracanadas de los viejos guerreros de hierro, que ascienden y descienden por las arboladuras como un tigre a una antigua catedral caída; lagrimones de acordeones, de leones y fantasmas dan al pirata el relumbrón de los atardeceres y el tajo del rostro atrae el sable crepuscular hacia la figura agigantada: el ron furioso da gritazos y mordiscos de alcohol degollado a la tiniebla aventurera y la pólvora roja es rosa de llamas rugiendo con perros y espadas entre la matanza histórica, adentro de la cual nosotros dos rajamos el cuadernos de bitácora sobre el acero acerbo del pecho, que es pluma y rifle, Luisita: asomándome a la descomunal profundidad heroica, veo lo eterno y tu cara en todo lo hondo; naufragios y guitarras y el lamento del destierro en los archipiélagos sociales del Tirreno y del Egeo, se revuelve a las bencina cosmopolita de los grandes Imperios de hoy, con sus navíos y sus aviones sembrando la sangre en los mares; pero en tam-tam de los tambores ensangrentados me desgarra el cerebro; sin embargo, hay dulzuras maravillosas, y te vuelvo a encontrar en esta gran agua salada por el origen y el olor animal del mundo, con tu melena de sirena clásica y tu pie marino de conchaperla y aventura.

            Braman las águilas del amor eterno en nosotros…

            El huracán del amor nos arrasó antaño, y ahora tu belleza de plenilunio con duraznos, como llorando en la grandeza aterradora, contiene todo el pasado del ser humano; truenan las grandes vacas tristes del amanecer y tu rajas la mañana con tu actitud, que es un puñal quebrado: fuiste “mi dulce tormento” y ahora, Winétt, como el Arca de la Alianza o como Dionysos, medio a medio de los estuarios mediterráneos y el de los sargazos mar, entre el régimen del laurel y el dolorido asfódelo diluido en la colina acumulada de los héroes, hacia la cual apunta el océano su fusilería y desde la que emergen los pinos solarios, tú, lo mismo exacto que a una gran diosa antigua de Asia, la eternidad bravía te circunda; galopan los cuatro caballos del Apocalipsis, se derrumban las murallas de Jericó al son de las trompetas que ladran como alas en la degollación y el Sinaí embiste como el toro egipcio, cuando tu paso de tórtola hiende los asfaltos ensangrentados de la poesía, gran poetisa-Continente: y las generaciones de todos los pobres, entre todos los pobres del mundo, te levantan bajo los palios llagados del sudor popular en el instante en que tu voz se distiende, creciendo y multiplicándose como el oleaje de los grandes mares desconocidos, a cuya ribera los hombres crearon los dioses barbudos del agro y los sentaron y los clavaron en las regiones acuarias, que eran el llanto de fuego de los volcanes: como fuiste tremendamente dulce, graciosamente fuerte, pequeñamente grande con lo oscuro y descomunal del genio en un régimen de corolas, el hijo del pueblo te entiende; tenías la divina atracción del átomo, que, al estallar, incendia la tierra, por eso, adentro del silencio mundial, yo escucho exactamente a la multitud romana o babilónica, arreada y gobernada a latigazos, a las muchedumbres grecolatinas que poblaron Marsella de gentes que huelen a ajo, a prostitución, a guitarra, a conspiración, a sardina y a cuchilla, a tabaco y a sol mojado y caliente como sobaco, a presidio, a miseria, a heroicidad, a flojera o a tristeza, al vikingo ladrón, guerrero, viril y sublime en gran hombría y a los beduinos enfurecidos por el hambre y los desiertos del simoum, áspero y trágico, y te adoro como a una antigua y oscura diosa en la cual los pueblos guerreros practicaban la idolatría de lo femenino definitivo y terrible: forrado en cueros de fuego, montando un caballo de asfalto, yo voy adentro de la multitud, como una maldición en el cañón del revólver.

            Romántico de cúpulas y óperas el atardecer de los amantes desventurados me encubre, y cae una paloma negra, Luisita-azúcar.

            Soplan las ráfagas del dolor su chicotazo vagabundo y la angustia se clava rugiendo, en fijación tremenda, como un ojo enorme que quemase, como una gran araña, como un trueno con el reflejo hacia adentro y la quijada de Caín en el hocico; es entonces cuando arde el colchón con sudor oscuro de légamo, cuando la noche afila su cuchilla sin resplandor, cuando el volcán destripa a la montaña y se parte el vientre terrible, que arroja un caldo de llamas horrendo y definitivo, cuando lloran todas las cosas un llanto demencial y lluvioso, cuando el paisaje, que es la corbata de la naturaleza, se raja el corazón de avena y pan y se repleta de leones; sin embargo, medio a medio de la catástrofe, se me reconstituye el ser a objeto de que el padecimiento se encarne más adentro y la llaga, quemada por el horror, se agrande; con tu ataúd al hombre, resuenan mis trancos en la soledad del siglo, en la cual gravita el cadáver de Stalin, que es enorme y cubre el Oriente en mil leguas reales a la redonda, encima de un carro gigante que arrastran doscientos millones de obreros: semejante a una inmensa cosechadora de granjeros, la máquina viuda de los panteones degüella las cabezas negras y la Humanidad brama como vaca en el matadero; yo arrastro la porquería maldita de la vida, como la pierna tronchada un idiota y espero el veneno del envenenador, la solitaria puñalada literaria por la espalda, en el minuto crucial de los crepúsculos, el balazo del hermano en la literatura, como quien aguarda que le llegue un cheque en blanco desde la otra vida; me da vergüenza ser un ser humano desde que te vi agonizar defendiéndote, perseguida y acosada por la Eternidad como una dulce garza por una gran perra sarnosa: como con asco de existir, duermo como perro solo encima de una gran piedra tremenda, que bramara en el desierto, hablo con espanto de cortarme la lengua con la cuchilla de la palabra y quisiera que un dolor físico enorme me situase a tu altura, medio a medio de este gigante y negro desfile de horror del cual estalla mi cabeza incendiándose como antigua famosa posada de vagabundos; no deseo el sol sino llorando y la noche maldita con la tempestad en el vientre; por degüellos y asesinatos camino, y ando en campos de batalla, estoy mordido de buitres de negrura, y es de pólvora y de lágrimas, Luisita-Amor, en gran canasto de violetas, con el cual me allego a tu sepulcro humildemente: a mi desesperación se le divisa la cacha del arma de fuego. Luisita-Amor, cuyos grandes frutos caen…

            Éramos Filemón y Baltís de Frigia y el grito conyugal del mundo, pero se desgarró una gran cadena en la historia y yo cruzo gritando a la siga del mi mismo que se fue contigo para siempre nunca, esta gran sonata fúnebre de héroes caídos…

jueves, 22 de noviembre de 2012

Helvert Barrabás - Lucifer.



Zdzisław Beksínski


VI
LUCIFER

“Debes de ser poderoso
pues tu semblante es más que humano,
triste como el universo,
bello como el suicidio.”
Conde de Lautréamont

Arden catedrales en los cielos / ángeles degollados predican profecías de sarcófagos / las noches se cubren la vista tuerta / el diablo montado a caballo cabalga en los caminos polvorientos / de noche negra / con sombrero poblado de cuervos / y alhajas que suenan como terremotos / en el conticinio de los campos Maulinos / con la sinfónica de los perros que descifran la muerte / y el gallo pisador / rompiendo el silencio / canta a la hora de las venas cortadas / con la complicidad de los angelitos pintados / y los puñales de los huasos / que saben a sangre borracha / a ñachi de puercos / a lupanares de putas que conocen la agonía

Todo lo trágico me cabe en el bolsillo en los otoños desmantelados / en los claustros con paracaídas / con la sonrisa del ataúd / y la belleza de los magnicidios / quebrando la época extraviada / columpiándome en el tiempo / me posiciono frente a aquelarres & degollaciones retratados por de Goya / contemplo la voluptuosidad de los libertinos mordaces del siglo del Sade / toda la decadencia & el terror de la cristiandad / con sus trompetas apocalípticas / su falacia / su historia sanguinolenta / sus cruzadas igníferas / y su Noche de San Bartolomé

Y la belleza de los redentores ametrallados / por la soberbia de los hijos de puta / tiranos / dictadores / cardenales / banqueros / magistrados / xenófobos / imperialistas / verdugos de la vida / azotando a las capas populares / por ignorancia / por adoctrinamiento / por mecanismos coercitivos / por clavar la religión científica en el esqueleto / el hombre anonadado contempla los satélites / que interrumpen los cielos / el hombre / minúsculo / arrojado a la nada frente a la magnitud de la máquina / echado a morir / con la insignificancia de las hormigas

La locura me abraza en los manicomios oníricos / me cosquillea las orejas escatológicas / me susurra saxofones huracanados / el tímpano & el martillo en el delirio de Dionisio / la embriaguez descomunal & salvaje / con hordas de fuego & Walkirias sicalípticas / en los dédalos de la crápula / con el reloj averiado a peñascazos / furibundo en las tascas / extraviado en la línea del tiempo anudado

Y así se impone un fragmento desastillado de la carretera panamericana / tajeando cerros / saltando ríos / matando quiltros / contorneándose como una bella serpiente curtida de dolores / de norte a sur / quemada por el sol atacameño / desfilando por los colosales & dionisíacos valles del tronco anoréxico de la república de chile / colgando desesperada de la australidad del continente americano / sudando lluvias / resguardada por araucarias / robles / alerces / y las ánimas entristecidas de los indígenas degollados por la tiranía nacional

Misántropos / suicidas / iconoclastas / apátridas / hombres trágicos & lúgubres / alzad sus voces lamentables en las ciudades corroídas / arder en los callejones de trifulcas & lupanares / con la prostituta de la cara ensangrentada encendiendo cigarrillos / y la ciudad que no acalla / apuñalando vagabundos en los feroces inviernos del continente

Mascullo melodías sórdidas con la quijada rota de tragar cerveza en los veranos catastróficos / bebo del vino atrabiliario en oscuras avenidas / con el invierno deslizándose entre edificios / sin horizonte / desesperado en el laberinto de las metrópolis / retorciéndome como un gusano malherido / con una bandada de pájaros apuñalados / buitres / cuervos & cóndores majestuosos / graznando las noches malditas de luces & jeringuillas

domingo, 4 de noviembre de 2012

César Vallejo - Masa.




Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...

Ezra Pound - Canto LXXXI / Fragmento.




Lo que amas permanece,
el resto no es nada.
Lo que amas no te será arrebatado.
Lo que amas es tu herencia verdadera.

¿De quién es este mundo, mío, de ellos,
o de nadie?
Primero vino lo visible, entonces lo palpable,
el Elíseo, da igual que fuera ante las puertas del Infierno.
Lo que amas es tu herencia verdadera.
Lo que amas no te será arrebatado.

La hormiga es un centauro en su mundo de dragón.
Humilla tu vanidad, no fue el hombre
quien hizo el valor, el orden o la gracia.
Humilla tu vanidad, humíllala te digo.
Descubre en la naturaleza tu lugar
en invención a escala o verdadero arte.
Humilla tu vanidad,
Paquin, ¡humíllala! El árbol sobrepasa tu elegancia.

Aduéñate de ti y otros también lo harán.
Humilla tu vanidad.
No eres más que un perro golpeado bajo el granizo,
sólo una urraca hinchada bajo el sol veleidoso,
medio negra, medio blanca,
y ni siquiera distingues el ala de la cola.
Humilla tu vanidad.
Mezquino es todo tu odio
nutrido por la falsedad.
Humilla tu vanidad,
ansioso en destruir, avaro en caridad.
Humilla tu vanidad,
te digo, humíllala.