sábado, 26 de mayo de 2012

Carlos de Rokha - A la llegada de las hordas.


Mi gran furor que os dará la medida de mi cólera.
En fuga al centro de mí y hacia mi ser en lo profético desencadenado.
Mi pasión por la noche, mi clarividencia.
De poseso coronado por Orfeo y la Bella.
Me hacen más libre, y a la vez, más dichoso y más múltiple.
Que vosotros que todo lo tenéis.
Que vosotros oh corsarios blancos.
Oh, hijos de un cielo que habéis adquirido al menor precio.
A quienes nunca he visto jugarse una última carta.
Como quien juega su cabellera a las aguas envenenadas.
En el supremo juego donde el que pierde es el gran victorioso.
¿No os espanta mi lengua de animal solitario?
¿O no es a vosotros a quienes ciega
mi ojo centelleante como un vasto océano?
Temedme. Alejaos de mí.
Soy el monstruo sagrado, el asesino celestial y benigno.
Aquel que jamás tuvo nada, pero aún así
Su inaudita riqueza sobrepasa a la vuestra.
Porque yo hice mío lo desconocido.
Yo he tocado los límites del infinito.
Y, por último, sabedlo!
Vosotros, que alardeáis de santidad y pureza.
Nunca estaréis tan cerca de Dios como yo.
Que soy la otra cara de El.
Que soy la eternidad que revive en un hombre.
Que soy una edad desconocida.
Avanzando de himno en himno, de conjuro en conjuro.
Hacia el centro de mi corazón.
Hacia los mundos puros, los mundos malditos, los mundos negados.
Donde he llegado a ser
Un titán bronceado por los sueños
Y que marcha, sí, que marcha.
Abrazado a su abismo como a un postrer anhelo.

Juan Luis Martínez - El canto de los pájaros.

jueves, 24 de mayo de 2012

Exposición de Arte Callejero & Pictórico / Talca.


Nicanor Parra - Manifiesto.


Señoras y señores
Ésta es nuestra última palabra.
-Nuestra primera y última palabra-
Los poetas bajaron del Olimpo.

Para nuestros mayores
La poesía fue un objeto de lujo
Pero para nosotros
Es un artículo de primera necesidad:
No podemos vivir sin poesía.

A diferencia de nuestros mayores
-Y esto lo digo con todo respeto-
Nosotros sostenemos
Que el poeta no es un alquimista
El poeta es un hombre como todos
Un albañil que construye su muro:
Un constructor de puertas y ventanas.

Nosotros conversamos
En el lenguaje de todos los días
No creemos en signos cabalísticos.

Además una cosa:
El poeta está ahí
Para que el árbol no crezca torcido.

Este es nuestro mensaje.
Nosotros denunciamos al poeta demiurgo
Al poeta Barata
Al poeta Ratón de Biblioteca.
Todos estos señores
-Y esto lo digo con mucho respeto-
Deben ser procesados y juzgados
Por construir castillos en el aire
Por malgastar el espacio y el tiempo
Redactando sonetos a la luna
Por agrupar palabras al azar
A la última moda de París.
Para nosotros no:
El pensamiento no nace en la boca
Nace en el corazón del corazón.

Nosotros repudiamos
La poesía de gafas obscuras
La poesía de capa y espada
La poesía de sombrero alón.
Propiciamos en cambio
La poesía a ojo desnudo
La poesía a pecho descubierto
La poesía a cabeza desnuda.

No creemos en ninfas ni tritones.
La poesía tiene que ser esto:
Una muchacha rodeada de espigas
O no ser absolutamente nada.

Ahora bien, en el plano político
Ellos, nuestros abuelos inmediatos,
¡Nuestros buenos abuelos inmediatos!
Se retractaron y se dispersaron
Al pasar por el prisma de cristal.
Unos pocos se hicieron comunistas.
Yo no sé si lo fueron realmente.
Supongamos que fueron comunistas,
Lo que sé es una cosa:
Que no fueron poetas populares,
Fueron unos reverendos poetas burgueses.

Hay que decir las cosas como son:
Sólo uno que otro
Supo llegar al corazón del pueblo.
Cada vez que pudieron
Se declararon de palabra y de hecho
Contra la poesía dirigida
Contra la poesía del presente
Contra la poesía proletaria.

Aceptemos que fueron comunistas
Pero la poesía fue un desastre
Surrealismo de segunda mano
Decadentismo de tercera mano,
Tablas viejas devueltas por el mar.
Poesía adjetiva
Poesía nasal y gutural
Poesía arbitraria
Poesía copiada de los libros
Poesía basada
En la revolución de la palabra
En circunstancias de que debe fundarse
En la revolución de las ideas.
Poesía de círculo vicioso
Para media docena de elegidos:
"Libertad absoluta de expresión".
Hoy nos hacemos cruces preguntando
Para qué escribirían esas cosas
¿Para asustar al pequeño burgués?
¡Tiempo perdido miserablemente!
El pequeño burgués no reacciona
Sino cuando se trata del estómago.

¡Qué lo van a asustar con poesías!

La situación es ésta:
Mientras ellos estaban
Por una poesía del crepúsculo
Por una poesía de la noche
Nosotros propugnamos
La poesía del amanecer.
Este es nuestro mensaje,
Los resplandores de la poesía
Deben llegar a todos por igual
La poesía alcanza para todos.

Nada más, compañeros
Nosotros condenamos
-Y esto sí que lo digo con respeto-
La poesía de pequeño dios
La poesía de vaca sagrada
La poesía de toro furioso.

Contra la poesía de las nubes
Nosotros oponemos
La poesía de la tierra firme
-Cabeza fría, corazón caliente
Somos tierrafirmistas decididos-
Contra la poesía de café
La poesía de la naturaleza
Contra la poesía de salón
La poesía de la plaza pública
La poesía de protesta social.

Los poetas bajaron del Olimpo.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Eduardo Anguita - Poema de Odio.




Poema de odio.


Abrázame y despréciate, pervertida, la puta,
Ah, pero ahí están los poetas, cenan,
Rezan, se sacan la sangre y dibujan figuras y símbolos que
                                        / despiertan a las piedras en que escriben.
Entonces todo comienza a moverse, la luna cae sola llorando un
                                 / agua turbia, toman ellos un extraño colorido
Y la música obscura, ¿de dónde viene? Es atronadora y hace de
                                                                               / nuestros oídos
Flores desvencijadas por el estrépito.
Tiéndete, perra, umbral espantoso que recorreré tantas veces,
Jamás he de pasarlo río humano;
Echo una ceniza líquida por mi vara interior, apágate llama, pero de
                   / todos modos he de dejarte atrás. Conversaré con ellos,
Los hermosos que hacen magia con las estrellas y se embriagan con
                     / el espíritu de la noche y la muerte. Están sangrando.
Me quedaré con ellos a la mesa de arena mojada
Sembrada de labios o demonios.
Una fruta para mi corazón apenas si alumbra.
Apenas te he de pasar y crece de tal modo la tabla,
En el umbral de la mujer que entrego hasta las rodillas.
Bésame con humillación.
Estás en el monte maldito, ¡maldita!

Teófilo Cid - El traje nuevo.




El traje nuevo.


Había estado gran parte del día mirando sus viejos zapatos gastados. El izquierdo tenía, a la altura del dedo gordo, un horrible tajo que dejaba ver parte del calcetín; el derecho también amenazaba rasgarse. La noche anterior la había invertido en repasar los agujeros de los pantalones de su envejecido traje, manchado y descocido en varios puntos. Durante semanas venía observando el progresivo deterioro de su indumentaria, sin conseguir, no obstante todos sus esfuerzos, remplazarla por otra más de acuerdo a su antigua posición social y la de sus amigos. En verdad, la misma Pola se veía mucho mejor que él, con su vieja blusita de verano y su boina estilo Montparnasse. Incluso, ella marchaba a parejas con el verano, que fluía en forma ardorosa por el caño del tiempo. Él, en cambio, se veía atrozmente anacrónico, embutido en aquel traje negro que acusaba inveterada negligencia y excesivo, eso sí, más que nada, excesivo uso. Era inútil, ahora, escobillar tan seboso pelaje. Y los zapatos… ¿qué hacer con los zapatos? Una de aquellas noches se había industriado un trozo de hilo y con una aguja de coser, de esas corrientes, trató de suturar la herida abierta en el cuero. Dicho trabajo, a la postre, resultó inútil, porque el hilo era demasiado frágil.

Para que el caso fuese más grave, antes había sido, sino rico, por lo menos de holgada subsistencia. Había vestido como todo el mundo y hasta gozado de un inmerecido, es cierto, prestigio de hombre elegante. Esta circunstancia contribuía a aumentar su amargura, poniéndole en constante situación de brega consigo mismo. Y el pobre ya tenía otras razones por las cuales sufrir, espantosas razones que no estoy autorizado para contar, pero que el lector irá adivinando a través del relato. Lo único que puedo decir es que un grave fracaso sentimental, unido a un brusco trastorno económico, lo llevó a un tal extremo estado de perplejidad que se sentía incapaz de hacer nada útil, fuera de beber, desordenadamente, hasta la madrugada, en mesones deplorables y abyectos. Una tenue abulia, tenue al principio desde luego, encarcelaba su espíritu en una especie de turbión de pereza y falta de voluntad. Parece que ya nada quería con la vida, a pesar de que aún era joven y que muchas personas, algunas de notable prestigio, le auguraban un brillante porvenir, como se dice, en las letras. Pero él creía muy poco en esas cosas y despreciaba ese brillante porvenir, solicitado según se sabe, por mucha gente poco apta. Le bastaba, para vivir, con la conciencia de su propia desgracia. Claro está que continuaba escribiendo; pero lo hacía movido solamente por la inercia adquirida en una labor intensa de largos años. Estaba, además, profundamente decepcionado de sus amigos. Éstos se negaban a comprender sus actitudes. Les reprochaba el que no pudiesen advertir en su extraño caso, un caso excepcional de mala suerte. Como lo veían fuerte aún, con la fuerza que nace del orgullo y de la desesperación, no tomaban en cuenta su silencioso sufrimiento. Habían tenido una sonrisa irónica para sus amores desgraciados y, en vez de socorrerlo, le responsabilizaban, cruelmente, de la pérdida de su fortuna. Pero todo había marchado unido. Ellos, sus amigos, no podían comprender, así lo imaginaba él al menos, que la desgracia cuando su arroja su sombra no acostumbra a regatearse. Resultaba, pues, inútil acercarse a los antiguos amigos.

Como era un hombre sociable y conversador, y así lo son en su mayoría los poetas, adquirió la costumbre de situarse en un café de la calle más populosa de la ciudad. Allí conoció personas que, sin duda alguna, no pertenecían al círculo de sus intereses intelectuales anteriores. Ellas, sin embargo, dieron pábulo a la llama de su espíritu, suministrándole incesantes motivos de polémica y conversación.

En aquel café, entre otros literatos, había conocido a Pola, una extraña mujercita que escribía versos, no del todo malos. La fatalidad los unió en una especie de sagrada familia de la bohemia subalterna de la ciudad. Juntos exploraron la región saturada de vicios de los bares y, como alguien lo dijo, no muy afortunado es cierto, juntos descendieron los musgosos peldaños que bajan al infierno. Ellos creían desempeñar un hermoso papel, pero, la verdad es que inspiraban lástima.

-Mira tú –le decía un amigo a otro- ahí va el poeta y su poetisa. Mientras ella pide plata prestada, él pone una cara de yeso que da miedo.

Y ésa era la verdad. Mientras ella socaliñaba los bolsillos, ya sea vendiendo su libro de poemas o, sencillamente solicitando dinero en préstamo, él, Renato Garmendia, autor de Campos arados, se quedaba a algunos metros de distancia, escudriñando, en actitud soñadora, la musaraña más próxima. Ella, entonces, corría hacia él, con el dinero aún en las manos, y se sumergían, de inmediato, en la marea húmeda de la calle.

El calor en la ciudad esparcía trémulos oleajes. Como los restoranes permanecían abiertos hasta muy tarde de la noche, su fuga tenía, al parecer, un carácter de inocencia. Pero la inocencia no era posible ya. Desde el fondo de la sentina en que Renato y Pola se hallaban sumergidos, subía un efluvio conturbador, maligno, casi mágico.

Muy pronto, los contertulios del café advirtieron aquella exclusivista familiaridad. Los comentarios afilaron sus arpones y la pareja quedó clavada bajo el rótulo de amantes. Cuando se les veía salir en dirección desconocida, pérfida sonrisa afloraba en más de un rostro. “No. Eso estaba muy claro. Ambos eran amantes. Era imposible que Renato, de poco más de treinta años, y Pola, que aún no cumplía veintidós, mantuviesen una camaradería que no estuviese aligerada por uno que otro desahogo físico…”.

Pero, los que pensaban así, estaban enloquecidos. Un error de sicología como hay muchos, ya sabéis. La conjetura, en verdad, estaba bien fundada. Renato era joven y no del todo mal parecido. Pola era una muchacha bastante buenamoza. Se juntaban todos los días y especialmente a horas de vaga nocturnidad. ¿Qué hacían? Bueno, claro, eso no dejaba lugar a dudas. ¡Pobres sicólogos de almanaque! Ellos no hacían nada. Según me ha contado Renato, bebían y jugaban al dominó y a otros estúpidos juegos de restorán. Ni siquiera se hablaban y si se hablaban era para pelearse como un par de endemoniados. Enterraban las noches en meticulosos cálculos económicos, escribiendo, febricientes, angustiosas cifras en el dorso de las cuentas de los bares. Lo discutían todo, porque estaban amargados y hambrientos. Todo eso impidió, en ellos, que el amor proliferase. La miseria lo ahogó en el instante mismo que pudo florecer. La miseria y… el carácter verdaderamente horrible de Renato.

Ahora estaba en el café, desde las tres de la tarde, escudado del sol por una pilastra, esperando a un amigo que lo había citado para las seis en punto. Ese amigo, providencial, le había prometido regalarle un traje y un par de zapatos nuevos. Estaba ansioso de que el reloj anunciase la hora consabida; el corazón le latía entre el recelo y la esperanza. Para ocultar esa inquietud, se había parapetado, como una bestia al acecho, detrás de esa columna. Sentía el alborozo de un niño chico. ¿Qué haría con el traje nuevo? ¿Con esos zapatos que reemplazarían a los que en forma recalcitrante llevaba puestos? Desde luego, cambiar de vida. Eso no admitía discusión. ¡Qué felicidad!

En eso estaba, cuando en vez del amigo, junto con marcar el reloj las seis de la tarde, apareció Amapola en el umbral de la puerta exterior. No pudo evitar, al verla, un insignificante mohín de disgusto.

-¿Qué te pasa? ¿Molesto?

Tenía la cara muy próxima a la suya. Los pardos ojos brillaban de cólera. En realidad, era terrible Amapola, furiosa. Asustado, le explicó, apresuradamente, lo que iba a suceder dentro de breves minutos. Pola demostró intenso júbilo al saberlo. Nunca supo, no obstante, Renato, lo que realmente sucedió en el espíritu de la muchacha en aquellos momentos pero quiso adivinar, en todo caso, en sus ojos, un leve, aunque reprimido destello de contrariedad. No pudo, sin embargo, detenerse a examinar la índole de aquel destello, muy ínfimo por otra parte, pues en este instante ella se retiró para dejarlo a solas con el amigo providencial que acababa de llegar. Había tenido la peregrina idea de acompañarlos; pero Renato quiso antes consultarlo con el recién llegado. En estando a solas, el amigo le preguntó si ella era su amante. Al escuchar la negativa, el próvido amigo hizo un comentario desagradable que Renato, como buen estoico que era, escuchó sin inmutarse. Parece que el destino de Pola era producir siempre una impresión extravagante, la cual por desgracia nunca era la justa.

Cuando quedaron nuevamente solos, después que se comprometió con el amigo a concurrir a cierta tienda de vestuario masculino, Amapola comentó con sorna:

-Yo creo que tú vas a ser otro con el cambio de ropa.

A Renato le pareció estúpido aquello. Pero no pudo resistir a la seducción de hacerla caer en el error, dando margen, por medio de una débil negativa, a que ella continuase creyendo dicha tontería. Empezó a jugar el eterno juego, es decir, a desdoblar su carácter, tanto por el afán de hacerse el misterioso, como por el deseo maligno de desconcertarla. En el fondo, siempre le había producido un poco de asco la pretensión que tenía la gente de hacer sicología a costa suya. Su manera de vengarse de dicho atentado era, por cierto, bastante infantil. Si, por ejemplo, le creían perverso, de inmediato comenzaba a colorear de negra perversidad su conducta. Ahora que Pola le había dicho que su manera de ser cambiaría por el solo hecho adventicio de una indumentaria nueva, él la dejaría en el error, gozando interiormente de su infantil venganza.

A pesar de la reyerta barruntada, Pola, sin embargo, se empeñó en acompañarlo para asistir a la mencionada metamorfosis. Renato, por su parte, tenía un mórbido interés porque ella asistiese a aquel acto casi ritual.

Entonces ocurrió algo extraño. Como un relámpago atravesó por su mente la idea de que ese amigo, dilecto y providencial, merecía una retribución por aquellos desinteresados favores que estaba prestándole. A Renato le ocurría pensar infames mociones que, por suerte, casi nunca traducía en actos. Excesivo contagio literario, sin duda alguna.

¿Y si le entregara a Pola?, pensó. A mí no me va a servir de nada ahora que bien vestido, podré dirigirme a otras. Pero, mi amigo, ¿estará dispuesto a recibirla? Todo eso, en breve celaje mental.

Como justificación de la veleidad moral de Renato, diremos que ambos, él y Pola, se hallaban desde hacía dos meses en ese juego. Ella le guiñaba el ojo a alguien, le daba pábulo a la llama, como se dice, provocando rendidas atenciones culinarias y cuando el sujeto (hay que hablar un lenguaje clínico, como veis), acusaba un alto grado de pasión amorosa que pudiera, llegado el caso, poner en peligro la armonía de los dos, Renato hacía valer con patético cinismo su presencia. No era raro, pues, que en esta oportunidad Renato quisiese repetir el juego, con un poco de mayor audacia, si queréis,  pero conservando siempre la misma forma. Renato, era un ser lleno de escrúpulos que jugaba a ser el inescrupuloso. La verdad es que, a pesar de todos los esfuerzos agotados en conseguirlo, su espíritu no había podido aún desprenderse de ciertos prejuicios, inalterables en la clase social que era la suya, esa clase media dañina y cruel que todos conocemos. Además, tenía una excusa en su hondo subsuelo moral: el gran amor que sentía, según ladinamente se confesaba cada vez que era necesario un pronunciamiento en sus relaciones con Pola, por cierta persona causante de su actual estado de pena y desazón. Por algunos días, Pola creyó  inocentemente que Renato podría amarla y estuvo, en consecuencia, a punto de enamorarse de él. Pero se estrelló contra un ser demasiado tímido, demasiado niño, que para disimular su timidez se arrebujaba en la oquedad de una concha pétrea y erizada de púas, como la de un espín. Si ella hubiese tenido más experiencia o tal vez más interés, debió tomarlo al asalto. Renato, seguramente, se habría rendido, olvidando a la famosa autora de su desgracia y abandonando sus volubles actitudes. Pero no lo hizo Renato, de rechazo, quedó convencido de que ella no tenía ningún especial interés por su persona y trató, pues, de vengarse.

Otro motivo que inducía a Renato a hacerse acompañar a la tienda por Pola, era su propio engreimiento. Estaba persuadido de que el traje nuevo le daría tal prestancia que ella no podría menos de derretirse como cera en su presencia. ¡Con qué finura, con qué exquisito sarcasmo la habría rechazado, entonces! Renato estaba desde muy pequeño acostumbrado a ese juego. Era endiabladamente sádico. Para Renato, el amor era una lucha. ¿Qué era para Pola? Acaso una fruición, una forma de divertirse. En todo caso, algo mucho más sano, por menos complicado y racional, que para Renato, espíritu pervertido y un tanto enloquecido por la miseria, la soledad y la desgracia.

Salieron juntos a la tienda. En ella estaba el amigo, esperándoles. La elección se hizo rápidamente. Cualquier traje daba lo mismo para el pobre Renato, que ya nadaba, de anticipado, en ingenuo alborozo. En cuando se hubo operado la metamorfosis, Renato, que no cabía en sí de júbilo, tuvo hasta el último el valor de ser cruel.

-Polita, ya no podré salir contigo más. Ahora necesito hacer conquistas.

Esto lo decía, mirándose al espejo, no muy seguro de lo que decía. Era muy poco experto en el amor. Demasiado absorto en sus preocupaciones literarias, casi no le había dado tiempo al amor. Había tenido uno, eso sí, pero aquello había acabado con sórdida frustración. El amigo, felizmente, intervino, invitándoles a comer en cualquier restorán. Al que ellos quisiesen ir.

-Quiero, Renato, que esta noche luzcas tu elegancia por todos los bares.

Pero el taimado de Renato advirtió de inmediato el origen verdadero de aquella invitación inesperada. Aunque no lo advirtiera, siempre habría procedido igual. En esos momentos, lo único que le interesaba era el traje. Lucir aquella maravilla era añadir una nueva satisfacción a todas las regustadas en aquel famoso día de fines de verano. Aceptó, pues, entusiasmado, la idea, lamentando que Pola no manifestase el mismo contento. Todo lo contrario. El rostro de la muchacha expresaba disgusto, como si el hecho de aceptar aquella invitación le impusiese la obligación de cumplir con algo desagradable. ¿Es que ella había intuido el fugaz pensamiento de Renato y se sentía, en consecuencia, materia de innoble trueque? Eso no lo sé yo, ni lo supo nunca Renato. El hecho es que su amargura iba en aumento, como si las circunstancias le prestasen nuevos motivos de fastidio. En un instante en que estuvieron solos, alcanzó a decirle:

-Yo me voy a casa. Te quiero dejar solo para que hagas tus conquistitas por ahí…

Aquello molestó muchísimo a Renato. Era extraña la facilidad con que esta mujer lo creía malo. La famosa autora de su desgracia se le parecía un tanto en eso. “Son todas las mujeres así”. A Renato le enojó que le creyera ingrato cuando ésa era, precisamente, y no otra, la impresión que había querido producirle. “Es una estúpida, pensó, ¿por quién me toma?”. Si ella en esos momentos hubiera dulcificado el tono, suavizando la voz, Renato habría estallado de amor. Pero Amapola se mantuvo inflexible, en actitud de permanente desafío durante todo el resto de la comida. Aquello se tornada insoportable. El amigo, testigo inocente de una polémica cuyas raíces desconocía, no sabía, en realidad, qué actitud asumir; pero a fuerza de hombre práctico, rápidamente llegó a una conclusión. Le hizo el amor en forma descarada a Pola, a pesar de que Ernesto no ocultaba el disgusto que dicha expedición le producía.

-Eres un antivital -le había dicho Pola-, un miserable, un egoísta, un ególatra, un ser malvado, sin entrañas. Los prejuicios te tienen amarrado. Y te crees revolucionario. Yo no sé cómo eres poeta, si no sabes nada de la vida. Y además eres un cínico.

                Renato prefirió no contarme lo que él contestó a esa ristra de insultos. Pero, me dijo, “yo sabía que cada insulto que ella me dirigía era una amarra más, por lo que continuaba provocándola con respuestas irónicas y feroces sarcasmos”.

Sin embargo, esa noche las palabras llegaron a un límite de violencia inhabitual. Es cierto que acostumbraban a insultarse todos los días, pero siempre aquello había sido a solas, sin testigo, en un rincón del bar inglés que frecuentaban. El célebre “Red and Green”.

Después de aquella riña salieron a la calle. La noche, vernal y casi clara bajo la luz de la luna, invitada a quedarse al descubierto. A poco andar por un paseo público, se sentaron en un banco. De pronto Pola continuó la acalorada disputa. El amigo la interrumpió.

-¿Por qué no te vas, Renato? Quiero estar solo con Pola.

Renato miró a Pola, esperando su decisión, pero ella hurtó la mirada para escapar a la obligación de responder la muda pregunta. Renato comprendió. Saludó, pues, y se fue. Esta vez el juego había dado un resultado diferente. Y no porque allí actuase por primera vez la seducción inesperada de un extraño, y Renato eso lo sabía muy bien, sino porque algo, un pequeño recorte del voluble mecanismo no había querido funcionar. Esta vez Amapola se quedó con el extraño y él, Renato Garmendia, autor de poemas exaltados por la crítica de muchos países, debería regresar a casa, con su traje nuevo, es cierto, pero con la fea conciencia de una cosa, de que Amapola se había derrumbado. Él sabía que allí, a sus espaldas, ocurriría lo que él quiso, mitad en burla, mitad en serio, que ocurriera mientras esperaban al amigo en el café. Pero es que, sobre esa malsana volubilidad de su pensamiento, estaba su fe en Pola y esta fe en Pola, Pola misma se había encargado de quebrantarla. ¿Valía aquello un traje nuevo? ¿No era, acaso, un precio demasiado alto que el destino le exigía? Es cierto que la había mantenido en permanente inestabilidad de sentimientos. Tan pronto la hacía objeto de gentiles atenciones, tan pronto la hería con crueldad. Pero todo aquello lo hacía porque la imaginaba pura en su desgracia. Y he aquí que… Bueno. Se tendió en la cama y trató de no pensar más en todo eso. Pensó en su traje nuevo, en sus zapatos nuevos, en su camisa nueva. Deseó intensamente que llegase la aurora para lucir aquellas prendas. A pesar de todo, la jornada no había sido del todo mala. Aunque aquello de Pola pusiese un poco de impureza en el oro de aquel día.

Como sus relaciones con Pola habían sido simples, él ignoraba las misteriosas posibilidades que encerraba el alma de la muchacha. Sus versos no le habían parecido del todo malos y hasta los había elogiado públicamente en diarios y revistas. Aunque literariamente le interesaba poco, justo era reconocer el extraño parecido que ella guardaba con él. Además, ¿dónde hallar otro hombro donde llorar, después de la defección de casi todos sus amigos? Ella era una camarada, casi una hermana. Aunque parezca increíble, una hermana, a pesar de todo.

El mismo amigo de la aventura, más tarde le dijo:

En ustedes, el amor estuvo a punto de aparecer. ¡Eran un par de truhanes muy parecidos! Pero la vida sórdida se encargó de impedir que aquello apareciese. Por eso se insultan. Ni el uno, ni el otro se pueden perdonar la miseria, la desgracia, como tampoco la falta de solidez moral en que se apoyan.

Todo eso lo sabía Renato esa misma noche. Por eso al día siguiente, cuando de nuevo la vio, le pareció que era una extranjera. Porque estaba viendo su propia imagen, la creyó perversa. Desde entonces, aunque continuó viéndola… pero eso es motivo de otro relato. Quizás alguna vez lo pueda hacer.

jueves, 17 de mayo de 2012

Juan Rulfo - No oyes ladrar los perros.

Andréi Voznesensky - No Olvides.



(Andréi Voznesensky y Allen Ginsberg)


No Olvides.


En alguna parte un hombre se pone sus cortos,
su camisilla azul de listas,
sus jeans;
un hombre se pone
su chaqueta en la que hay un botón
que dice COUNTRY FIRST,
y sobre su chaqueta, su sobretodo.
Sobre su sobretodo,
tras desempolvarlo, se pone su automóvil,
y sobre éste se pone su garaje
(apenas justo para su carro),
sobre éste el patio de su apartamento,
y luego se asegura él mismo contra el muro del patio.
Entonces se pone a su esposa,
y después de ésta la próxima,
y luego la próxima,
y sobre esa se pone su subdivisión
y sobre esa su condado
y como un caballero se abrocha
las fronteras de su país;
y con su testa oscilando,
se coloca el globo completo.

Entonces viste el negro cosmos
y se abotona con las estrellas.
Cuelga la vía láctea sobre un hombro,
y tras ésta algún secreto más allá.

Mira en rededor:
De súbito
en la vecindad de la constelación de Libra
recuerda que olvidó su reloj.
Su tic-tac debe estar sonando en algún sitio
(Por si solo)
El hombre se quita los países,
el mar,
los océanos,
el automóvil, y el sobretodo.
Él no es nada sin el Tiempo.

Desnudo permanece en su balcón
y grita a los transeúntes:
“Por amor de Dios, no olviden su reloj!”

Pablo de Rokha. (1894 - 1968)




(Extraído de Los Gemidos, 1922)

Psicología del hombre corriente,
o
el ciudadano.

La tierra se divide en dos departamentos: el Club y la Oficina, y una calamidad: la Casa. Así dice el hombre corriente.

¿Qué persigue?.. Nada. Y, sinembargo, sinembargo trabaja, suda, perora…

            Querría comer y vestir correctamente, comer y vestir, comer y vestir; y, ¿para qué?..?..Para comer y vestir correctamente; además, tener automóvil, automóvil, mujer y algunos perros de pedrigree, mujer y automóvil, automóvil y mujer… oh! bruto macabro!.. !..

*

Las ideas de los antepasados, los calzoncillos de los antepasados, la carabina de los antepasados!.. ¡los antepasados!... ¡los antepasados!.. y las dentaduras postizas de los antepasados!...

*

Si le habláseis de negros problemas, os contestaría sonriendo: -ilusiones, ilusiones-, y á los íntimos: fulano está loco, fulano está loco, completamente loco.

*

Habla, canta, -cuando canta.. ?..-, anda, come y bebe, procrea por reloj, sistemáticamente, como las figuras de la geometría o los académicos; es gris, gris, gris y monótono cual una obra clásica, e imbécil; lleva el mismo reloj, lleva el mismo reloj cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta, ochenta, noventa años el mismo reloj; matemáticamente calcula, ¡matemáticamente!, los desembolsos, los reembolsos y los déficit mensuales, semanales, anuales o diarios en el libro de apuntes de la mollera, y, cuando siente, y, cuando siente pena se dá baños de asiento… …¡la señora le pone gorro tras gorro!..

*

Banquero, periodista, tendero, ¡horror!, ¡horror!, empleado, camina indiferentemente, indiferentemente, indiferentemente, ajeno á la tragedia matemática que roe su actitud, plana y blanca, arañándole las espaldas. (ADEMÁS, huele á PERMANGANATO).

Los Suburbios.

Jamás es Primavera, jamás, en los suburbios; allí el Invierno, todo el Invierno, todo el Invierno llora en las goteras irremediables, y los resfríos, las bronconeumonías, la tos gris y eterna, los reumatismos ábren sus corolas tentaculares en aquel, en aquel, en aquel feróz invernadero de crímenes, tuberculósis y sífilis  hereditarias; las prostitutas andan vendiendo semillas de hombre, vendiendo semillas de hombre á los menesterosos, vendiendo semillas de hombre, oh! Dios, tus hijas menores.

*

Verdes, amarillos, grises, negros, negros niños negros, negros juegan á las bolitas con la fatalidad, á las bolitas, bajo la callampa matemática de lo consuetudinario y las cosas tremendas; los piojos, las ratas ladinas, las pulgas, los microbios democráticos de la sarna y la lepra, las hediondas chinches inmundas andan lavándose, lavándose las carachas en los gargajos alharaquientos de los tísicos.

*

Sinembargo hay una casita, hay una casita honorable en los suburbios, hay una casita… Sus ventanas crepusculares están amarillas, amarillas por la lámpara, frente á lo infinito del Poniente, frente á lo infinito del Poniente y a su actitud honesta honrada emerje sola, emerje, egrégia, augusta, eximia sobre la inmoralidad del ambiente… … … … Son las costureritas clásicas, las heróicas, las oscuras costureritas que cosen y cosen y cosen, que cosen y cosen y cosen la rubia mortaja neutra de los sueños y los romanticismos, y los romanticismos que florecen como la ingénua canción de los sapitos en las charcas podridas, podridas y solemnizadas, santificadas por la divinidad de las estrellas multiplicadas y el gesto inmóvil de los himnos… la rubia mortaja neutra de los sueños y los romanticismos, y los romanticismos!..

*

Las viejas y los perros orinan dolorosamente la sombre trágica de los borrachos y tus vírgenes ciegas, oh! antro inicuo, abortan rascándose el ano, abortan en la vía pública, en la soledad de la vía pública, en la soledad de la vía pública; los organilleros aúllan la masturbación azul e igual de sus polkas errantes…

*

La imbecilidad trágica madura los gestos hediondos del vecindario, del vecindario y las cosas externas…

*

…Puñales ambiguos, amores absurdos, puñales ambiguos, puñales ambiguos, ladridos, ladridos de mujeres, ladridos de pobres mujeres violadas por machos siniestros encima de enfermedades y vómitos verdes, olor á la mierda, olor á tumbas, hambre, hambre subterránea, hambre de niños idiotas que dicen: pan!.. pan!.. pan!.. … … que dicen: pan!.. pan!.. pan!.. … … comiendo hambre.

*

Sociedad, eh! Sociedad, sociedad, ¿no sientes tú, no sientes cómo te muerden, lúgubres, la panza los gusanos zarrapastrosos de los suburbios, los gusanos zarrapastrosos de los suburbios?.. … …

La fábrica.

..-Cuántos pulmones, ¡cuántos!, te has comido, fábrica!.. criadero de putas, cementerio de almas, criadero de putas, iglesia, garito, letrina del diablo, iglesia, garito, letrina, iglesia, garito, letrina, sucursal de las casas de orates, los hospicios, los sepulcros y los lechos ácidos del hospital!.. ?.. !..

*

Los piojos, las pulgas, la sarna hedionda gimen mas allá, mas allá de tus ruidos joviales y la miseria se rasca las pústulas tras tus gestos potentes, tus modos sonantes, tu actitud rural de atleta…

*

A la salida del sol trinan tus grandes sirenas á la salida del sol, cantan los martillos, cantan los martillos, cantan los martillos, las ruedas, los tornos, las bielas, un sudor vegetal, eminente dignifica, sublimiza los rostros grandiosos; atardeciendo, paren los ocasos angustia, sangre, infamia, amores equívocos, dolores oblícuos, ambiguos, capciosos, ladinos, tristezas, congojas, penurias; de noche, oh!, de noche, de noche la aritmética trágica del capitalista roe la claridad lunar, augusta, y la soledad llora en los esputos verdes de los tuberculosos; las ratas rubrican los pisos… … …

*

Tus esclavos, tus lacayos nutren la panza oscura del comercio, engendran muchos hijos, aguantan muchas penas muriéndose de hambres sublimes.

*

Los carabineros y el Estado te lamen los pechos rotundos, fábrica, tú les mantienes la hembra, la hembra y los pingajos rojos de la autoridad, gran cabrona gorda, gran cabrona gorda, y la ley es uno de tus productos, uno, una sola de tus manufacturas, una sola, una sola.

*

Como á casa ruinosa, como á casa ruinosa los vientos trágicos de Junio y Julio, así las huelgas te remecen, fábrica, como á casa ruinosa, y los comicios democráticos, las turbas plebeyas y su voz interoceánica barren tus frutos lúgubres, barren tus frutos lúgubres: las pulmonías, las gonorreas, la tuberculosis, los insomnios, la miseria, la fatiga, la congoja, las borracheras trágicas, las borracheras de los fracasados, el crímen, la verde envidia, Dios… tus frutos lúgubres, fábrica, tus frutos lúgubres, tus frutos lúgubres, la hipocresía crepuscular, crepuscular, el catolicismo y la hostia oscura, la hostia oscura, la ostia oscura de la mentira social elevándose sobre aquella gran tumba hedionda en donde los salarios, en donde los salarios oscilan entre $1.50 y $2.-al día…

*

(… Y las viejas raídas, las esposas, las hembras, los mocosos, las queridas zarrapastrosas con sus tarritos tristes junto á las murallas: porotos duros, viejos, pancutras… … …¡todo el amor, todo el amor proletario en la dignidad de un almuerzo pobre!.. !.. !..)

*

Incubadora de miserables y meretrices, incubadora, incubadora de sub-hombres, sub-hombres apénas, fábrica, tus axiomas teologales, -trabajar es dignificarse-, tus axiomas teologales son lomismo que frailes, lomismo que frailes, lomismo que frailes: negros, malos  y hediondos, negros, malos y hediondos; perro, vaca, sapo honorable, el capitalismo te preside como el gusano y la cruz de los cementerios!..

Aldo Pellegrini - La acción subversiva de la poesía.



(Aldo Pellegrini, Juan José Ceselli, Francisco Madariaga) 


La acción subversiva de la poesía.


(Extraído de Para contribuir a la confusión general, 1965)


Hay una fuerza en el hombre, proveniente del simple hecho de vivir, que condiciona su destino de modo fatal. Esta fuerza se vuelve visible a cada momento a través de las manifestaciones del amor, que tiende a trascender del individuo en una comunión con el todo, tiene sus propias leyes irreductibles a los esquemas racionales. La poesía aparece como expresión de ese impulso hacia el cumplimiento de un destino vital, y la fatalidad de ese destino se revela en la poesía como un hecho indiscutible. La poesía no es, por consiguiente, un lujo o un divertimiento, sino una necesidad, del mismo modo que lo es el amor. Todas las otras necesidades, aun las más perentorias, están subordinadas a esos dos, que en definitiva son los dos aspectos de una misma energía primordial que le confiere su verdadero sentido a la vida. Si penetramos profundamente en el significado del viejo refrán "No sólo de pan vive el hombre" comprobaremos que la lúcida sabiduría popular llega a una convicción análoga. Prescindir de la poesía equivaldría a renunciar a la vida.

Considerado así, lo poético no reside sólo en la palabra; es una manera de actuar, una manera de estar en el mundo y convivir con los seres y las cosas. El lenguaje poético en sus distintas formas (forma plástica, forma verbal, forma musical) no hace más que objetar de un modo comunicable, mediante los signos propios de cada lenguaje particular, esa fuerza expansiva de lo vital. Como consecuencia, el mundo poético está en todos, en la medida en que cada hombre es un ser integral. La clara consigna de Lautréamont, "La poesía debe ser hecha por todos", no tiene otro sentido. Aquel que ignora la poesía es un mutilado, tal como lo es aquel que ignora el amor.

La última afirmación podría sugerirnos la idea de que vivimos en un mundo de mutilados, pero no es así: lo que habitualmente encontramos no es la falta de impulso poético sino su represión. Y está reprimido porque vivir hacia lo ilimitado, como exige la poesía, es decir, vivir en la dimensión total, no resulta conveniente para las fuerzas opresoras que dominan el mundo. Aceptar ese modo de vivir significaría prestarle al hombre un carácter casi divino, lo que no interesa a los detentadores del poder, que prefieren considerar al hombre como un objeto, como algo inmóvil y sin dimensión. Para anular a la poesía se ha creado toda una organización de falso pudor, parecida a la que existe para limitar la extensión del amor. Por el crimen de pornografía se condena al amor sin trabas. Parecida condena de pornografía amenaza a la poesía auténtica, sin trabas. Los dos procesos que abren el camino de la libertad, de la aventura, de lo imprevisto y de la exaltación, se ven constreñidos a la categoría de parias sociales.

Abierto el camino de la libertad por la poesía, se establece automáticamente su acción subversiva. La poesía se convierte entonces en instrumento de lucha en pro de una condición humana en consonancia con las aspiraciones totales del hombre. Ceder a la exigencia de la poesía significa romper las ataduras creadas por el mundo cerrado de lo convencional.

Esta función de ruptura no pasa inadvertida para quienes aspiran a una convivencia basada en la sumisión. Tampoco pasa inadvertida la importancia, la verdadera necesidad de la poesía como factor de expresión vital. La solución contemporánea de estos dos problemas la logran los detentadores del poder domesticando a los poetas, volviéndolos inofensivos, para que ofrezcan un producto falsificado o desnaturalizado que con el título de poesía reciba los honores oficiales, las prebendas. Así se logra un alimento sustitutivo de la pasión poética, que puede designarse con el nombre de poesía "oficial" y que es la negación total de la poesía. Así se alcanza el ideal de los carceleros: lanzar a los poetas contra la poesía.

Por este mecanismo de sustitución, el verdadero poeta queda fuera de la ley, y para darle a su engañifa características de consenso, los carceleros someten a los poetas a la repulsa de la opinión pública. Los detentadores del poder fabrican la llamada opinión pública, y ésta actúa dócilmente en defensa de los intereses que propician la sumisión. La opinión pública es la opinión de los hombres sin opinión, y éstos condenan la poesía. En el momento en que la poesía es colocada fuera de la ley aparece como consecuencia ineludible la figura del poeta repudiado: la poesía se vuelve maldita.

No todos los poetas ceden a la presión del poder y de la opinión pública. Dante, Villon, Blake, Rimbaud, Lautréamont, Artaud, agitaron en una u otra forma el látigo liberador. Pero hay poetas que se rinden, que claudican, y esta claudicación se obtiene a veces por los medios más indirectos. Uno de los medios indirectos de sumisión, en el que caen a menudo verdaderos poetas es el esteticismo. El arte por el arte significa siempre un arte sometido, que rehuye el peligro y busca el calor de los aplausos.

Pero esto no quiere decir que la acción subversiva de la poesía se realice mediante el tratamiento directo de los temas de subversión. No necesita por ejemplo, cantar a la libertad (palabra degradada por los falsarios de todos los colores) pues cantar a la libertad ha demostrado ser uno de los recursos de los propiciadores de la esclavitud. La libertad vive en la poesía misma, en su manera de expandirse sin trabas, en su poder explosivo. Está implícita en el acto de la creación, en ese modo de surgir de las zonas del espíritu donde reina la insumisión, donde es libre en todas las dimensiones. Libre de los esquemas de la razón, libre de las normas sociales, libre de las prohibiciones, libre de los prejuicios, libre de los cánones, libre del miedo, libre de las rigideces morales, libre de los dogmas, libre de sí misma. En esa zona del espíritu vive la experiencia milenaria de la especie, vive el sentido del hombre, se forman los deseos y las formas impulsoras de la dinámica vital. Allí se establece el vínculo real con el mundo a través de la única vía libre que lleva al universo todo. En esa zona se gesta el milagro, nace la excepción. La poesía tiene allí su imperio, y allí están las fuentes de la imaginación creadora que participa con las potencias del amor en la construcción del ser auténtico, que cuando se lo percibe dentro de sí determina la aparición de un orgullo silencioso y secreto, un orgullo que toma frecuentemente la apariencia de la humildad, y que es patrimonio casi exclusivo, en su monstruosa magnitud, de los santos y de los poetas.

La acción subversiva se manifiesta al ofrecernos la poesía la imagen de un universo en metamorfosis en oposición al universo rígido que nos imponen las conversaciones. La imagen poética en todas sus formas actúa como desintegradora de ese mundo convencional, nos muestra su fragilidad y su artificio, lo sustituye por otro palpitante y viviente que responde al deseo del hombre. Por eso la poesía auténtica degrada a quienes aspiran a existir en un medio dominado por la quietud, un medio pasivo, sin riesgos y sin imprevistos. Ese medio es un esquema irreal, abstracto, desvitalizado; es el falso mundo de la seguridad, que se parece más a un mundo de fantasmas que las más desaforadas creaciones de la imaginación poética. Para completar la paradoja, los defensores de ese mundo irreal se llaman a sí mismos, realistas.

Una actitud disconformista señala el paso inicial que dirige al hombre hacia el centro de acción de la poesía. El poeta se coloca frente a la sociedad aceptada y manejada por los conformistas. La maquinaria social al servicio de una organización deshumanizada reduce a los hombres a números, y cierra todos los caminos. Los que sueñan con el poder, cualquiera que fuere el mecanismo de éste (el dinero, la fuerza, el soborno, el chantaje, la política, el terror) tienden a reducir la conciencia de los hombres a cero. El mundo se convierte así en un reducto sin puertas ni ventanas, domine el patrón oro, o domine la burocracia. La poesía abre puertas y ventanas tanto hacia afuera, hacia el mundo, como hacia adentro, hacia el hombre.

Pero indudablemente la poesía, al introducirnos en el misterio de lo real, nos descubre una vasta zona de peligro, una región inquietante y turbadora. Muchas veces lo poético toma la forma de un acto de violenta provocación y aparece como antipoético, como negador de la creación. Cuando Marcel Duchamp expuso una rueda de bicicleta o un portabotellas con la pretensión de que constituyesen obras de arte, realizó un acto poético del más alto valor subversivo. Lo mismo Rimbaud, al renunciar a la poesía, lleva a su extremo límite la actitud subversiva del poeta. La insumisión alcanza ese límite extremo en el momento en que proclama la negación de la poesía, y ese momento aparece cuando la poesía está seriamente amenazada de domesticidad. Así, lo antipoético se convierte en el valor supremo de subversión y en el mecanismo utilizado por los verdaderos poetas en defensa de la poesía en peligro, para reconquistar su fuerza liberadora. Mediante lo antipoético, se retorna al punto cero, en contacto con la fuente originaria, con el fuego central.

En el proceso utilizado para domesticar a los poetas, el aplauso, el consenso elogioso, la popularidad, son los factores más peligrosos. El poeta que sucumbe a la tormenta de los aplausos debe pensar que los imbéciles, que forman la gran masa de los llamados entendidos, no se equivocan nunca: sólo aclaman lo inofensivo. El poeta debe desconfiar de ese aplauso, de ese elogio unánime, con el que fabrican las rejas de su prisión. Por eso Bretón lanzó un alerta lúcido a los poetas al decir: "La aprobación del público debe rehuirse por encima de todo". Pues un poeta domesticado por el elogio tiene más valor para los predicadores de la sumisión que los inocentes versificadores que ellos presentan como sustituto. El poeta domesticado se convierte en ejemplo de la inutilidad de ser libre. Como el león domesticado, es una caricatura grotesca de un gran señor de la libertad, y sus rugidos adquieren entonces acentos de canto de ruiseñor. No es la confortable y estéril placidez de los parques artificiales la que conviene al poeta; su poder combativo y creador se exalta en la sorda lucha de la selva, y para el poeta de hoy la selva ha encontrado residencia en las grandes metrópolis, donde brotan del suelo gigantescos rascacielos, donde la vida se ve vuelta en la mañana inextricable y despiadada de un mundo mecanizado, y hombres-serpientes y hombres-chacales pululan por las calles.

El humor es el elemento que provee a la poesía de su mayor virulencia. Acerado como la luz, el humor se constituye en la vanguardia combativa en pro de la autenticidad del ser. Con su filo luminoso corta la oscuridad, y aporta el fuego que consume lo muerto y reanima lo vivo. Contiene el feroz deseo del hombre en su virtualidad renovadora, que corroe el mundo de lo inmóvil y lo opaco.

Latente o concreta, la subversión contenida en la poesía auténtica no ofrece dudas; pero la poesía no se reduce a un acto negativo puro: contemporáneamente a su acción provocadora afirma su fe en un mundo mejor que responda a la íntima realidad del hombre. Por eso sostiene una posición de recuperación de todos los antiguos mitos que ofrecen salida al desamparo: el mito del paraíso terrenal, el mito de la edad de oro. La poesía cree en esos mitos así como cree en la fuerza todopoderosa del amor. En esa común pasión coinciden los poetas con los fundadores de religiones. Esa es la causa por la que El sermón de la montaña se reúne con Así hablaba Zaratustra en la misma defensa del hombre. También los poetas hacen suya la memoria de los mártires que buscaron cambiar la condición humana, pues las torturas infligidas a los santos, a los revolucionarios y a los poetas, tienen todas el mismo significado de persecución del espíritu poético, de aniquilación del hombre que no se resigna a un destino sórdido. En una misma veneración se engloba a Jesucristo, Giordano Bruno, el obrero-poeta Bartolomeo Vanzetti y Antonin Artaud.

En una época como la actual, en la que la poesía tiende a la domesticación por los más variados mecanismos en los más variados regímenes sociales, los poetas auténticos se encuentran siempre alertas, aunque estén reducidos a la soledad o compelidos por la fuerza y el terror. De pronto aparecen los Vosnesensky, los Evtuchenko para recordar los derechos inalienables del hombre. Estamos próximos al momento en que la revolución en defensa del hombre se desarrollará en el plano de lo poético.

sábado, 5 de mayo de 2012