De las diversas
especies de fieras y paquidermos aún no extinguidos dentro del territorio
parisiense, ninguna, sin duda, reserva más emociones y sorpresas al cazador que
el ómnibus.
Algunas
compañías se han reservado el monopolio de su caza. A primera vista, uno no se
explica su prosperidad: la piel del ómnibus, en efecto, no tiene ningún valor y
su carne no es comestible.
Existe
gran cantidad de variedades de ómnibus, si se los distingue por el color; pero
esas sólo son diferencias accidentales, debidas al hábitat y a la influencia
del medio. Si el pelaje del "Batignoles-Clichy-Orden", por ejemplo,
tiene un matiz que recuerda el del enorme rinoceronte blanco sudafricano, no
habrá que buscar otra causa de ello que las migraciones periódicas del animal.
Ese fenómeno de mimetismo no es más anormal que el que se manifiesta entre los
cuadrúpedos de las regiones polares.
Propondremos
una clasificación más científica, en dos variedades cuya permanencia está bien
reconocida: 1º) la que disimula sus rastros; 2º) la que deja una pista
aparente. Las huellas de esta última se hallan extraordinariamente apretadas,
como si hubieran sido producidas por una reptación, y son tan semejantes a la
traza dejada por el paso de una rueda que pueden ser tomadas como tales. Los
naturalistas discuten aún sobre si la primera variedad es la más antigua o si
es que sólo ha retornado a una existencia más salvaje. Sea como sea, es
indiscutible que la segunda variedad es la más estúpida, ya que ignora el arte
de disimular sus rastros; pero -y esto explicaría que aún no se haya extinguido
totalmente- es, según todas las apariencias, la más feroz, a juzgar por sus
gritos, que hacen huir a los hombres ante su paso, presas de tumultuoso pánico,
y que sólo es comparable al del pato o del ornitorrinco.
Dada
la gran facilidad con que es posible descubrir la pista del animal, facilidad
decuplicada por su curiosa costumbre de volver a pasar siempre por el mismo
camino en sus migraciones periódicas, la especie humana se ha ingeniado en
atraparlo en trampas dispuestas en el recorrido. Con un sorprendente instinto,
al llegar la pesada mole a un punto peligroso, da media vuelta y rehace su
camino en sentido inverso, teniendo cuidado, esta vez, de confundir sus rastros
haciéndolos coincidir con las precedentes trazas.
Se
han ensayado otros sistemas de trampas, especies de chozas dispuestas, a
intervalos regulares, a lo largo de la ruta y bastante semejantes a las que
sirven para la caza en los pantanos. Un grupo de intrépidos se oculta allí y
acecha al animal. Las más de las veces éste lo espanta y se aleja, no sin
expresar su furor por medio de un fruncimiento de su piel posterior, azul como
la de ciertos monos y fosforescente por la noche; esa mueca imita muy bien, en
arrugas blancas, el grafismo de la palabra "completo".
Sin embargo, algunos
especímenes de la especie se han dejado domesticar: obedecen con suficiente
docilidad a su domador, que los hace adelantarse o retroceder tirándoles de la
cola. Este apéndice difiere un poco del de los elefantes. La Sociedad
Protectora de Animales ha obtenido -de la misma manera que en el Tíbet se
deposita la adiposa cola de ciertos carneros sobre un carrito- que la del ómnibus
sea protegida por una empuñadura de madera.
Esta medida compasiva es
bastante desconsiderada, pues los individuos salvajes devoran a los hombres
atrayéndolos con una fascinación semejante a la de la serpiente.
Como consecuencia de una
complicada adaptación de su aparato digestivo excretan a sus víctimas todavía
vivas, después de haber asimilado las partículas de cobre que hubieran podido
extraerles. Una prueba de su buena digestión es que la absorción en la
superficie –la epidermis dorsal- es exactamente la mitad de la absorción en el
interior.
Conviene quizás relacionar con este fenómeno
la especie de alegre pedorrea que precede invariablemente a sus comidas.
Algunos viven en una extraña simbiosis con el
caballo, que parece ser para ellos un peligroso parásito: su presencia está
caracterizada, en efecto, por una rápida disminución de las fuerzas motrices,
que son por el contrario muy notables en los individuos sanos.
Nada se sabe de sus amores ni de la manera de
reproducirse.
La ley francesa parece considerar a esas
grandes fieras como nocivas, pues no veda su caza en ningún período del año.
Posdata
Para no herir diversas susceptibilidades,
creímos necesario no revelar el misterio de los amores y la reproducción del
ómnibus. Digamos tan sólo que dicho fenómeno sigue el mismo proceso que la
reproducción de ciertas plantas, cuyo polen es transportado de una a otra por
los insectos que penetraron en el interior. Sí, aunque tengamos que obligar a
los "viajeros", así llamados por eufemismo, a enrojecerse por el
papel poco honorable al que se prestan: los ómnibus se reproducen por
transferencia.
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