Oh Dios, oh Venus, oh Mercurio, patrón
de los ladrones,
concededme a su debido tiempo, os suplico, una pequeña cigarrería,
con las brillantes cajitas
primorosamente apiladas en los estantes,
y el fragante andullo suelto
y la picadura
y el brillante Virginia
suelto en los vasos de vidrio,
y un par de balanzas no demasiado
grasientas,
y las prostitutas entrando de pasada
para una palabra
o dos,
para una broma, y arreglarse el pelo un
poquito.
Oh, Dios, Oh, Venus, Oh, Mercurio,
protector de los ladrones,
concededme una pequeña cigarrería
o dadme un oficio cualquiera
que no sea este maldito oficio de
escribir
en que hay que exprimirse el cerebro.
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