FILM
es el título de un cortometraje de Alan Schneider con guión de Samuel Beckett y
protagonizado por Buster Keaton. Acompaño a Film de un texto de Gilles Deleuze
publicado en Crítica y Clínica en el
que se explica brevemente el planteamiento de Beckett.
La
mayor película Irlandesa («PELÍCULA» de Beckett)
Problema
Si
es cierto, como ha dicho el obispo irlandés Berkeley, que ser es ser percibido
(esse est percipi), ¿es posible escapar a la percepción? ¿Cómo volverse
imperceptible?
Historia
del problema
Cabría
concebir que toda la historia es la de Berkeley, que está harto de ser
percibido (y de percibir). El papel, que sólo podría representar Buster Keaton,
sería el del obispo Berkeley. O mejor dicho se trata del paso de un irlandés a
otro, de Berkeley, que percibía y era percibido, a Beckett, que ha agotado
«todas las dichas del perciperey del percipi». Por lo tanto estamos obligados a
proponer un montaje (o una distinción de los casos) algo diferente del propio
Beckett.
Condición
del problema
Hace
falta que algo sea insoportable en el hecho de ser percibido. ¿Es el ser
percibido por terceros? No, puesto que los terceros percibientes eventuales se
derrumban en cuanto perciben que son percibidos cada uno por su cuenta, y no
sólo los unos por los otros. Se produce pues algo espantoso en sí en el hecho
de ser percibido, ¿pero qué?
Dato
del problema
Mientras
la percepción (cámara) está detrás del personaje, no resulta peligrosa, porque
permanece inconsciente. Sólo lo capta cuando forma un ángulo que incide en él
oblicuamente, y le da conciencia de que es percibido. Diremos por convención
que el personaje tiene conciencia de ser percibido, que «entra en percipi»,
cuando la cámara supera a sus espaldas un ángulo de 45 grados, por un lado o
por el otro.
Primer
caso: la pared y la escalera, la Acción
El
personaje puede limitar el peligro caminando deprisa a lo largo de una pared.
En efecto, ya sólo queda un único lado amenazador. Hacer caminar a un personaje
a lo largo de una pared es el primer acto cinematográfico (todos los grandes
realizadores lo han intentado). La acción es evidentemente más compleja cuando
es vertical o en forma de espiral, como en una escalera, puesto que el lado va
cambiando alternativamente respecto al eje. De todos modos, cada vez que se
supera el ángulo de 45 grados, el personaje se detiene, detiene la acción, se
pega a la pared, y oculta la parte expuesta de su rostro con un pañuelo o con
una hoja de col que podrían colgar de su sombrero. Así es el primer caso,
percepción de acción, que puede ser neutralizado por la parada de la acción.
Segundo
caso: la habitación, la Percepción
Es
el segundo acto cinematográfico, el interior, lo que sucede entre las paredes.
Anteriormente, el personaje no estaba considerado como percibiente; la cámara
le proporcionaba una percepción «ciega», suficiente para su acción. Pero ahora
la cámara percibe al personaje dentro de la habitación, y el personaje percibe
la habitación: cualquier percepción deviene doble. Anteriormente, terceros
humanos podían eventualmente percibir al personaje, pero estaban neutralizados
por la cámara. Ahora, el personaje percibe por su cuenta, sus percepciones se
convierten en cosas que a su vez le perciben a él: no sólo animales, espejos,
una estampa del buen Dios, fotos, sino incluso utensilios (como decía
Eisenstein después de Dickens: el cazo de hervir el agua me está mirando...). A
este respecto las cosas son más peligrosas que los seres humanos: no las
percibo sin que ellas me perciban, cualquier percepción como tal es percepción
de percepción. La solución de este segundo caso consiste en expulsar a los
animales, tapar el espejo, cubrir los muebles, arrancar la estampa, rasgar las
fotos: es la extinción de la doble percepción. Por la calle, un rato antes, el
personaje todavía disponía de un espacio–tiempo, e incluso de los fragmentos de
un pasado (las fotografías). En la habitación, disponía aún de fuerzas
suficientes para formar imágenes que le devolvían su percepción. Pero ahora ya
sólo queda el presente, bajo forma de una habitación cerrada herméticamente en
la que han desaparecido cualquier idea de espacio y de tiempo, cualquier imagen
divina, animal o de cosa. Sólo subsiste el Balancín en el centro de la
habitación, porque, mejor que cualquier cama, es el único mueble de antes del
hombre o de después del hombre, que nos coloca en suspenso en medio de la nada
(vaivén).
Tercer
caso: el balancín, la Afección
El
personaje ha podido ir a sentarse en el balancín, y a adormecerse en él, a
medida que las percepciones se iban apagando. Pero la percepción sigue todavía
al acecho detrás del balancín, donde dispone de ambos lados simultáneamente. Y
parece haber perdido la buena voluntad que manifestaba anteriormente, cuando se
daba mucha prisa en cerrar el ángulo que había superado por inadvertencia, y
protegía al personaje de los terceros eventuales. Ahora lo hace
deliberadamente, y trata de sorprender al personaje amodorrado. Éste se
defiende y se acurruca, cada vez más débilmente. La cámara–percepción aprovecha
la circunstancia, supera definitivamente el ángulo, gira, llega ante el
personaje dormido y se acerca. Entonces revela lo que ella es, percepción de
afección, es decir percepción de sí a través de sí, puro Afecto. Es el doble
reflexivo del hombre convulsivo en el balancín. Es la persona tuerta que
contempla al personaje tuerto. Esperaba su hora. Así pues era eso lo espantoso:
que la percepción fuera de uno a través de uno, «insuprimible» en ese sentido.
Es el tercer acto cinematográfico, el primer plano, el afecto o la percepción
de afección, la percepción de sí. Se apagará también, pero al mismo tiempo que
muere el movimiento del balancín, y que muere el personaje. ¿Acaso no es eso lo
que hay que hacer, dejar de ser para volverse imperceptible, según las
condiciones planteadas por el obispo Berkeley?
Solución
general
La
película de Beckett ha pasado por las tres grandes imágenes elementales del
cine, las de la acción, la percepción, la afección. Pero nada acaba en Beckett,
nada muere. Cuando el balancín se inmoviliza, es la idea platónica de Balancín,
el balancín de la mente, lo que se pone en marcha. Cuando el personaje muere,
como decía Murphy, es que está empezando ya a moverse mentalmente. Se encuentra
tan a gusto como un tapón de corcho flotando en el océano embravecido. Ha
dejado de moverse, pero está en un elemento en movimiento. Hasta el presente ha
desaparecido a su vez en un vacío que ya no comporta oscuridad, en un devenir
que ya no comporta ningún cambio concebible. La habitación se ha quedado sin
paredes, y libera en el vacío luminoso un átomo, impersonal y sin embargo
singular, que ya no tiene más Sí mismo para distinguirse o confundirse con los
demás. Volverse imperceptible es la Vida, «sin cesar ni condición», alcanzar el
chapoteo cósmico y espiritual.
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