Si
te orinaras encima de los naranjos,
no
podrías hacer un mundo más irreal, más negro,
enredado
en los huevos de un arte sepulcral,
dulce
monstruo de omóplatos de herrero.
Bergante
de los cielos, roedor de los astros profundos de la medianoche,
aquí
está mi pecho, rómpelo,
échalo
en tu horno, gallo de viejas invulnerables utopías, húndelo en el ajenjo de tus
ojos,
de
tus ojos de loco, ¡y la magnolia
de
los siglos reventando en tu párpado muerto !
*
Entre
arañas eternas y sombras rodeadas de pelos,
oh
triunfador, ¡sólo tú y el tiempo!
tú
devorando al tiempo como un toro la alfalfa,
erguido
sobre la roca con tu quepís de piedra,
echando
tribus, huesos al mundo, y dominas extático, fatal,
como
un escultor ante la muerte;
y
yo debajo de ti, inconexo, agarrado a las muelas del alma,
rodando
en los acantilados, escurriéndome
con
la cabeza abierta, el pecho abierto, la boca abierta, y gritándote desde abajo
:
¡BARRABÁS!
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