Sopla
el viento por las calles.
El
viento de los locos.
El
viento de los locos.
Las
brujas
hacen
que enciendas fuego en la chimenea
al
mediodía del pleno verano,
los
niños descalzos abandonan en el atajo sus morrales de piel de conejo
y
no volverán más a la escuela.
Tú
ya no distingues una garza de un halcón.
Esta
noche
sopla
el viento norte,
el
viento de los locos
y
tú recuerdas a las bellas de otros días
que
ahora se pasean insomnes
por
los corredores de tristes pensiones
sin
siquiera pensar en hacer el amor:
María,
Ana María, Mariana, María Antonia.
Nadie
te va a mostrar como florece la higuera.
Ninguna
niña te llevará de la mano
para
que despiertes junto a las pimpinelas.
Nadie
puede ayudarte:
ni
el canto de los escarabajos ni la brújula de los girasoles.
El
viento te lleva a una isla desierta
donde
nunca llegará un arca ni construirás una canoa.
Sopla
el viento de los locos
y
hace que tu cerebro se llene de agujeros
por
donde entra el vino
que
te hace soñar en trenes de los cuales eres el único pasajero
que
parte hacia lugares
donde
cuchillos y tijeras trabajan todo el día en tu corazón.
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