Pablo de Rokha y demás personas en el funeral de Winétt de Rokha
Aquí,
en este vértice, Tomás, hago un abismo, trazo un vacío imponente, paro mi vida.
Aún
escucho crujir la naturaleza y el corazón de tu madre, aún veo el sonido de
mundo, de tiempo que se derrumba, de sol, de mar, de luz partida de la última
gota de aceite alcanforado, aún siento que la pequeña lengua lame la eternidad
ensangrentada.
Oloroso
y campesino de estatura, alegre como los ganados.
Ahora
te come la tierra, más glotona que tú, hijo mío, niño mío, Tomás, y yo te
lloro.
Eras
muy hombre, Tomás.
Minero,
soldado, marino, explorador, se quebraron los vientos de la muerte en tu frente
de dos años, y era como una gran tempestad, arrasando pinares de noche, tu
actitud agonizante.
Morías
como un héroe del absoluto.
Fuerte,
libre, gloriosamente cósmico, el dramatismo te agrandaba las entrañas.
Hoy
aromo de albahacas de Chile tu memoria.
Oh!
amigo mío, Tomás, bebo mi jarra de espanto a la salud de tu alma, y te consagro
Raimundo, a quien tú, TOMÁS DE ROKHA, entristeciste “por los siglos de los siglos”, con tu
alegría incalculable.
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