miércoles, 17 de abril de 2013

Zo d'Axa. (1864 - 1930)



El deslumbrante París de finales del siglo XIX era también la capital del anarquismo mundial. Bombas hechas estallar por anarquistas habían conmocionado a la capital francesa durante los primeros años de la década. La ciudad era casa de los principales pensadores anarquistas, muchos de los cuales eran partidarios de la sustitución del Estado por un comunitarismo solidario que representara una forma de organización voluntaria. Entre los principales exponentes de este anarquismo comunitario se encontraban Grave, Michel, Faure, Pouget y Zisly. Todos ellos poseían la visión de una utopía que los hacía soñar con un futuro sin Estado, si represión, sin clases sociales y sin guerras, pero de alguna manera organizado de manera voluntaria para enfrentar los riesgos de la vida. A esta rama del anarquismo también se le ha bautizado como anarco-comunista. Pero hubo otros anarquistas célebres que habitaban en el Paris finisecular que exaltaron las virtudes del individualismo absoluto. Uno de los más destacados fue Zo d’Axa, para quien la esencia de la naturaleza anarquista residía en su indomable rebeldía y su inconformidad con toda forma de organización y convencionalismos, incluidos aquellos que podrían emanar de un eventual “movimiento anarquista”. “Somos individuos que hemos rebasado todas las doctrinas salvadoras. La sociedad nos disgusta, no engendramos convicciones y peleamos solo por el gusto de pelear, no por utopías o sueños de un futuro mejor”, así definió D’Axa el quid del verdadero pensamiento anarquista. Vivir el presente y abandonar diseños de futuros por luminosos que fuesen. No vivir para procurar fines inalcanzables, no hacerse ilusiones de futuro, sólo el presente cuenta.

Zo d’Axa, nació como Alphonse Gallaud de la Pérouse en 1864, en el seno de una de las más prestigiosas familias de Francia dentro de la que se contaban a navegantes, altos funcionarios y artistas. Deseoso de aventuras, dejó la escuela que le aburría y se alistó en el ejército colonial francés del cual pronto desertó, en compañía de la esposa de su comandante. Vivió en Bruselas donde comenzó su carrera de escritor pero pronto se mudo a Italia, donde fungió como crítico de arte. En 1889 fue amnistiado por su deserción y dos años más tarde comenzó a publicar su primer periódico satírico anarquista “L’Endehors.” El cual se convirtió en centro focal para los anarquistas del fin de siglo. Los escritos de Zoe eran virulentas sátiras con las que se mofaba del orden establecido, mismas que le ganaron a él y al resto de editores “L’Endehors,” varios arrestos. La represión antianarquista en Francia se volvió intolerable, sobre todo después del asesinato, en Lyon, del presidente Sadi Carnot, el cual provocó el célebre “Juicio de los Treinta” al cual debieron comparecer las principales figuras del anarquismo presentes en Francia. Por su parte, tras un largo arresto en la prisión de Mazas, Zoe abandonó el país para viajar por Holanda, Alemania, Italia (donde fue arrestado), Turquía y Palestina, donde fue nuevamente hecho prisionero y deportado a Francia donde pasaría 18 mese en la cárcel.

Una vez libre, en 1894, escribió una relación de sus aventuras, “De Mazas a Jerusalem” que recibió muy buena crítica. Durante el affair Dreyfus apoyo la causa del injustamente condenado, aunque eso no lo privó de comentar: “Dreyfuss es, de todas maneras culpable. Si no fue traidor, sí era capitán del ejército, lo cual es mucho peor” Empezó entonces una nueva aventura editorial, “La Feuille,” que ganó notoriedad cuando postuló a un asno para ser electo a la Asamblea Nacional. En 1900, completamente hastiado de la podrida política de la III República, inició un largo viaje por todo el mundo que duró muchos años. Por último regresó a Marsella donde se suicido en 1930.

Para D’Axa el anarquista es un individuo sin ninguna fe salvadora tras de sí. La sociedad le disgusta. No se hace ilusión alguna con el futuro. No tiene sentido vivir para un paraíso cuyo advenimiento será eternamente aplazado. El verdadero anarquista es escéptico por naturaleza, por eso no milita en organización o grupo de ninguna clase y desde el momento en que empieza a hacerlo pierde su sentido como hombre libertario y se convierte en un seguidor más. Es antes que nada, un individualista que se concentra solamente en la batalla inmediata de una guerra que nunca termina y jamás se presenta en los mismos términos, porque los enemigos puestos enfrente siempre varían.

Sostenía una posición muy original en el movimiento anarquista, una visión con preocupaciones existenciales complejas. El sentido de su rebeldía ante el mundo lo impelía a buscar el asombro y la dedicación a vivir y gozar de nuevas experiencias, algo que al anarquista no lo debe abandonar jamás, porque lo contario es caer en las garras del conformismo. Outsider nato, el uso de la ironía y asumir la postura de cínico observador desconcertaron a sus contemporáneos del movimiento anarquista, los comunitarios, que sí se comprometían con causas sociales. D’Axa criticaba a los obreros tanto como a los capitalistas, se divertía por igual con los pro Dreyfus como con los antidreyfus. Tenía mucho más apego al cinismo irónico con ello que veía al mundo que con los puntos de vista moralistas que exponían quienes se indignaban por las injusticias sociales. Evidentemente, sus arcanos puntos de vista desconcertaban a los planos e idealistas anarco comunitaristas. De él dijo Adolph Retté “Es un hombre raro, contento simplemente con ser él, sin partido, etiqueta o inclinación política alguna”. También le rechazaban su manifiesto elitismo, asentado en los rangos familiares o sociales, sino en los intelectuales y en su desprecio por las convenciones pequeño burguesas. Los anarco-comunitarios deploraban que el ardor revolucionario característico, según ello, del buen anarquista estaba siendo despojado por los conceptos individualistas e irracionales de D’Axa, por su inclinación a una revolución no social sino una personal que condujera al desarrollo de individuos libres y superiores.

“Hay que ir mucho más allá de las reglas y de las teorías, incluso de aquellas que postulan los anarquistas, porque todos los objetivos políticos son irrelevantes comparados con los gozos y experiencias del individuo que de verdad es libre. La rebelión se expresa no con la violencia o subversión social sino con la intensidad en que somos capaces de vivir plenamente la vida, esa es la única genuina rebeldía libertadora”.

Consecuente con su forma de pensar, D’Axa viajó la mayor parte de su vida por los cinco continentes, para reforzar su rebeldía contra la disciplina y las banales aspiraciones burguesas. Devoto hasta el final de sus días (a los que él puso fin voluntariamente) al escepticismo y la ironía.

Fuente: villaarpinati.blogspot.com

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