He vivido
entre los arrabales, pareciendo
un mono, he
vivido en la alcantarilla
transportando
las heces,
he vivido dos
años en el Pueblo de las Moscas
y aprendido a
nutrirme de lo que suelto.
Fui una
culebra deslizándose
por la ruina
del hombre, gritando
aforismos en
pie sobre los muertos,
atravesando
mares de carne desconocida
con mis
logaritmos.
Y sólo pude
pensar que de niño me secuestraron para una alucinante batalla
y que mis
padres me sedujeron para
ejecutar el
sacrilegio, entre ancianos y muertos.
He enseñado a
moverse a las larvas
sobre los
cuerpos, y a las mujeres a oír
cómo cantan
los árboles al crepúsculo, y lloran.
Y los hombres
manchaban mi cara con cieno, al hablar,
y decían con
los ojos «fuera de la vida», o bien «no hay nada que pueda
ser menos
todavía que tu alma», o bien «cómo te llamas»
y «qué oscuro
es tu nombre».
He vivido los
blancos de la vida,
sus
equivocaciones, sus olvidos, su
torpeza
incesante y recuerdo su
misterio
brutal, y el tentáculo
suyo
acariciarme el vientre y las nalgas y los pies
frenéticos de
huida.
He vivido su
tentación, y he vivido el pecado
del que nadie
cabe nunca nos absuelva.
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